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Anatomía de la traición

Pedro G. Cuartango. Publicado: año 2021. Editorial: Circulo de Tiza. Páginas: 218. Precio 19€

Pedro G. Cuartango (Miranda de Ebro, Burgos, 1955) se le pierde la mirada a través de un ventanal en Príncipe de Vergara. Mira al quiosco de enfrente, el rumiar matutino de los recién retornados de las vacaciones. Septiembre va con prisas, fuma en los portales y ya no lleva mascarilla. Son las nueve y media de la mañana en Madrid. Cuartango, que ha llegado puntual, pide el desayuno. Mesa su barba, entrelaza las manos y da un sorbo al batido de fresa con los ojos puestos en la calle.

Viene a hablar de Kim PhilbyGeorge BlakeOleg GordievskyRobert HanssenMata Hari o Aldrich Ames, de lo que viene siendo su libro Anatomía de la traición (Círculo de Tiza, 2021), una colección de historias de agentes dobles, colaboradores, espías y fugitivos que cambiaron el rumbo de los acontecimientos defendiendo cada uno su patria: la convicción, la ideología, el Estado, el dinero o el amor. La elección, inherente al tema, es parte de la ecuación al trazarse una recta que separa la lealtad de la traición. Ya lo venía adelantando Cuartango en su anterior publicación, Elogio de la quietud (Círculo de Tiza, 2020), en el capítulo ‘El espectro de la traición’, con John le Carré presente: “De Robespierre a Lenin, los visionarios que han antepuesto la utopía respeto a la libertad y al amor y a ciertos valores han provocado los mayores desastres”. Dice Pedro que no cree que le hayan espiado, pero de momento ya tiene delante de su batido la grabadora de Vozpópuli encendida.

Pregunta: ¿Es el espía una persona de fiar?

Respuesta: No. Por definición, un espía es una persona que tiene una doble vida, que muestra una cara al exterior que no corresponde a su actitud interior. Lo que pasa es que la traición y la lealtad son conceptos a veces relativos y por lo tanto no hay que simplificar la figura de los espías.

¿Pero es un traidor por defecto?

Cuando Kim Philby se encontró con John le Carré en Moscú, él ya se había fugado tras ser descubierto y Le Carré se negó a darle la mano. Entonces le reprochó: “Yo no te doy la mano, porque tú eres el responsable de la muerte de decenas de mis compañeros a los que tú has delatado”. A posteriori, Philby explicaría que él no había sido el traidor, sino leal a su verdadera patria: el comunismo soviético, porque era comunista desde su juventud, en los años treinta, y siempre había mantenido las mismas ideas hasta el final de su vida.

Luego tenemos a George Blake, que se fugó de la cárcel gracias al IRA…

Es un enigma misterioso que se fugara una persona condenada a perpetua por otra tradición. Se fugó de la cárcel de seguridad gracias al IRA, pero existe la sospecha de que le dejaron fugarse a Moscú, donde fue recibido como un héroe. Incluso se hicieron sellos de su figura.

Recuerdo una frase tuya en El Mundo que decía así: “El arte del espionaje, donde el heroísmo se confunde con la traición, forma parte de la épica del siglo XX”.

Sí. El espionaje, en cierta medida, es un producto de la Guerra Fría. Los servicios secretos británicos se desarrollaron durante la Primera Guerra Mundial por la necesidad que tenía Gran Bretaña de defenderse de los espías alemanes que operaban en su territorio. Pero la época dorada de los grandes espías, la época romántica, fue desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1939, hasta la caída del muro de Berlín. Es decir, la figura del espía, tal y como la concebimos, floreció en ese contexto de enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo.

¿Crees que este libro hubiera existido de no haberte pasado por Checkpoint Charlie?

Pues no lo sé. Probablemente sí, lo que pasa es que aquello desencadenó mi curiosidad. Era muy impresionante. Yo estuve en el otoño del 79 en Berlín, crucé Checkpoint Charlie, y me encontré con un mundo totalmente distinto. Venía de la vida nocturna, del bullicio, de la vitalidad del Berlín occidental… Aquel día llovía y había una especie de neblina que cubría la ciudad de calles desiertas, misteriosas y enigmáticas, un mundo en el que las casas tenían todavía los impactos de las balas de la Segunda Guerra Mundial. Me produjo una gran impresión. Fue una especie de visualización de lo que eran los dos bloques.

Los miembros del Círculo de Cambridge eran comunistas y siempre fueron leales a esa idea, a pesar de que formaban parte de las élites británicas», recuerda

¿Qué esquemas te cambió aquello?

Me hizo ser más consciente del alto precio que pagaban los ciudadanos en las sociedades comunistas, la falta de libertad, un menor desarrollo económico, etcétera. Pero eso no fue lo esencial. Lo que se produjo en mí fue, si quieres, una especie de curiosidad casi escéptica, de profundizar en ese fenómeno y en el mundo del espionaje, entonces empecé a leer a John le Carré, a Eric Ambler… A los autores clásicos que habían escrito novelas de espionaje.

¿Dónde termina la lealtad y empieza la traición?

No hay un límite claro. La lealtad puede ser a veces una forma de traición y la traición una forma de lealtad. En el caso de Philby, los miembros del Círculo de Cambridge eran comunistas y siempre fueron leales a esa idea, a pesar de que todos ellos eran de familias aristocráticas, habían estudiado en Cambridge, ocupaban altos cargos en la administración… Formaban parte de las élites británicas. Por lo tanto, el concepto de lealtad depende de cómo lo mires: puede ser leal para unos y desleal para otros.

¿Dónde encuadraríamos entonces a Judas Iscariote?

Quizá fue, haciendo una broma, el primer espía de la historia por delatar a Cristo por un puñado de monedas. Pero la pregunta es interesante, porque plantea la cuestión de las motivaciones del espionaje. Yo siempre digo que hay muchos motivos para ser espía. Hay muchos espías que lo fueron por sus ideales, otros que lo fueron a la fuerza y otros que lo fueron por dinero. Ahí tienes el caso de Aldrich Ames, que era uno de los jefes del contraespionaje de la CIA y que al final delató a sus compañeros por dinero, porque quería llevar un alto nivel de vida. Y, precisamente, la CIA le descubrió por eso, porque quería una casa, coches y cuentas corrientes que eran imposibles de tener con sus ingresos.

Pedro García Cuartango
Pedro García Cuartango en entrevista con Vozpópuli / Clara Rodríguez

En Espías del Imperio, de Fernando Martínez Laínez, ya se habla de la institucionalización del espionaje en Ragusa en 1301. Incluso de los primeros sistemas de inteligencia en Castilla y Aragón a mediados del siglo XV.

Claro. El espionaje ha existido siempre. Seguro que existía en la antigua China, Egipto o en las civilizaciones sumerias de una forma u otra, pero mucho más rudimentario. En el siglo XX, el espionaje ha tenido un desarrollo tecnológico importante; se han utilizado medios electrónicos para espiar, para vigilar a la gente, para intentar captar los secretos del poder… Pero el espionaje, entendido como la necesidad de saber, de disponer de la información de tu adversario, ha existido siempre.

¿Un civil puede ser un espía?

Sí. ¿Por qué no? Todos los grandes espías son civiles. Philby era un civil. Guy Burgess era un diplomático. Anthony Blunt era el asesor jefe de la colección de pinturas de la reina Isabel II. Incluso el KGB reclutaba muchas veces a civiles, porque eran más fácilmente influenciables o maleables para espiar en Occidente. Los civiles han sido los mejores espías.

Supongo que conoces el caso de Ethel y Julius Rosenberg.

Sí. Es un caso con el que sigue habiendo dudas de si fueron o no culpables.

Se llevaron el secreto a la tumba…

Claro. Los ejecutaron en la silla eléctrica. El proceso, como sabes, fue absolutamente controvertido, hubo muchas manifestaciones, la sentencia a muerte fue muy polémica… Y existen dudas sobre si realmente eran culpables. Yo no me atrevo a afirmar que lo fueran o que no, pero desde luego la persona que causó un gran daño al programa nuclear americano en Los Álamos no fueron los Rosenberg, fue Klaus Fuchs, que era un físico que trabajaba en Los Álamos y que pasó muchísima información al KGB. Yo creo, pero no estoy seguro, que los Rosenberg, en cierta forma, fueron víctimas de la Guerra Fría y de una situación política.

Dashiell Hammett fue a la cárcel por negarse a declarar si era o no miembro del Partido Comunista. Muchos intelectuales, cineastas y escritores fueron a la cárcel», recuerda Cuartango

Pero fueron traicionados por el hermano de Ethel.

Sí, pero insisto: creo que es evidente que sí colaboraron con el KGB, con algún tipo de agente soviético, pero tengo serias dudas de que pasaran realmente información valiosa a la Unión Soviética.

¿Hubo una caza de brujas en Estados Unidos contra los comunistas?

Hombre, en la época del senador Joseph McCarthy, indiscutiblemente. Samuel Dashiell Hammett fue a la cárcel por negarse a declarar si era o no miembro del Partido Comunista. Muchos intelectuales, cineastas y escritores fueron a la cárcel y a otros muchos se les puso en listas negras. A Dalton Trumbo, por ejemplo, que era escritor y guionista, se le prohibió colaborar con el mundo del cine. Hay decenas de casos de escritores y directores americanos que fueron represaliados por la sospecha de que eran comunistas. Aunque en muchos casos, evidentemente, no lo eran.

Me llama mucho la atención el caso de Robert Hanssen.

Es que Robert Hanssen tuvo una suerte increíble. Tardaron muchísimos años en pillarle.

Ya lo dijo él mismo cuando le detuvieron: «¿Por qué habéis tardado tanto?«

Sí. Hanssen cometió muchos errores, fue dejando muchísimas huellas, y al final le cogieron, porque además fue delatado y tenían registros de su voz, aunque no fueron capaces de localizarlo. Es también el perfil de una persona extraordinariamente compleja y todo indica que lo hizo por dinero. Robert Hanssen era del FBI y actuó por pura ambición. En esa medida, fue un personaje deleznable.

Robert Hanssen fue delatado por Eric O’Neill, que entró en su despacho aprovechando que Hanssen estaba en un campo de tiro. Volvemos a la historia de las palomas que cuenta Le Carré cuando fue con su padre a Montecarlo.

Eso fue una estratagema del FBI. Aprovecharon que estuvo ausente dos o tres horas para entrar en su despacho y grabar todo lo que tenía en el ordenador, porque ya había serias sospechas de que era un espía. A partir de ese momento le siguieron hasta que lo localizaron, cuando fue a hacer la entrega de un parque y lo marcó con una cinta adhesiva. Era un personaje siniestro que actuaba por pura ambición. Lo único que le importaba era el dinero.

Vuelvo a Kim Philby, que a pesar de todo fue condecorado por Franco.

Era corresponsal de The Times para cubrir la guerra y vino a España. The Times era un medio conservador, tenía que mantener una apariencia de simpatía con el bando nacional de Franco, que además le facilitaba el trabajo. Esa estrategia era útil para recabar información. El simulacro le salió tan bien que yo creo que estuvo a punto de perecer en un ataque, pero tuvo suerte y se libró. Pero, fuera como fuera, Franco le condecoró, porque sus crónicas eran absolutamente favorables a sus intereses.

Pedro García Cuartango
Pedro García Cuartango en entrevista con Vozpópuli / Clara Rodríguez

Pienso en el caso de la cantante madrileña Carolina Codina y su matrimonio con el compositor ruso Serguéi Prokófiev. Ella fue acusada por Stalin de espionaje y traición a la patria. La condenaron a veinte años de trabajos forzosos.

Stalin siempre vigiló tanto a Prokófiev como a Dmitri Shostakóvich; eran los dos grandes compositores y sin embargo Stalin recelaba de ellos. De hecho, tuvieron problemas para difundir su música en la Unión Soviética. Algunas de sus composiciones estuvieron prohibidas porque se consideraba que era un tipo de música formal que no reflejaba la épica del pueblo soviético y del comunismo. En ese contexto, no me extraña que la mujer de Prokófiev fuera vigilada o internada, porque realmente los dos, hasta el final de sus días, estuvieron siempre en la cuerda floja.

La KGB quería que sus agentes supieran qué pasaba con los traidores: no solamente los iban a ejecutar, sino que iban a torturarlos y a darles la peor de las muertes, incluidos sus hijos, mujeres y padres», destaca

¿Tenía Mata Hari algún tipo de ventaja sobre los hombres por su condición de mito sexual?

Ella era una seductora nata, pero su caso es un gigantesco equívoco; todo el mundo tiene la idea de que Mata Hari fue una gran espía y no fue para nada una gran espía; era una persona muy ambiciosa que comerciaba con la información. Lo mismo vendía información al bando alemán que al francés, y realmente la información que pasaba era anecdótica: cotilleos, cosas que leía en los periódicos… Lo que pasa es que fue víctima de la mala suerte. En un determinado momento, al gobierno francés le venía muy bien tener un chivo expiatorio, una persona en la que encarnar la figura del traidor, del espía, y encontraron a Mata Hari, que fue juzgada y fusilada en Vincennes. Demostró un gran valor durante la ejecución, pero realmente fue no una espía de segunda, sino de tercer nivel. Pero no estaba justificado para nada ese fusilamiento, fue una operación en cierta forma propagandística.

¿Se puede considerar a Marlene Dietrich una espía?

No. Nunca fue una espía. Marlene Dietrich abandonó Alemania por el nazismo. Ella odiaba el régimen y se fue a Estados Unidos, donde empezó su carrera en Hollywood. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, ella se alistó como voluntaria –digamos– en las filas de la propaganda americana y la acabaron enviando de viaje, después del desembarco de Normandía, junto a Jean Gabin, con quien vivía entonces. Gabin fue enviado a Argelia, porque era militar, pero ella fue enviada a Europa a hacer una gira para animar a los soldados americanos que operaban básicamente en Francia, Bélgica y luego en Alemania. Marlene Dietrich fue una persona muy activa en la propaganda antinazi, pero jamás fue una espía, porque ella siempre viajaba dentro de lo que era el grupo de propaganda del ejército americano.

¿Qué diferencia hay entre un disidente y un espía?

Por definición, el espía hace un trabajo secreto, oculto, mientras que el disidente muestra públicamente sus diferencias. Un disidente era Andréi Sájarov, físico nuclear y Premio Nobel de Física en 1975. Había contribuido a desarrollar el programa nuclear soviético, era un científico extraordinariamente reputado, incluso protegido y exaltado por el régimen durante la época de Stalin, pero finalmente entró en crisis, se dio cuenta de lo que significaba el comunismo soviético y denunció, aprovechándose de su estatus, los abusos de poder y la falta de libertad en la Unión Soviética. Naturalmente fue represaliado y enviado al exilio. A Stalin y a Nikita Kruschev les daba igual lo que pensara Sájarov, pero comenzó a tener problemas cuando empezó a firmar manifiestos y a situarse como una de las grandes figuras opositoras –dentro de la Unión Soviética– al comunismo. Pero la labor de un espía es totalmente distinta, es de infiltración.

Entiendo que el disidente puede terminar siendo un espía. Así no pueden saber qué piensa.

Sí. En cierta forma se diría que es la historia de Oleg Gordievsky y Oleg Penkovsky. Penkovsky se dio cuenta de que trabajaba para un régimen corrupto y lo que hizo fue contactar con la CIA. Él fue quien pasó la información clave de que la Unión Soviética estaba instalando misiles en Cuba. Eso pudo haber cambiado la historia, pero fue delatado por George Blake, aunque con esto hay polémica. El caso es que el KGB se ocupó de él de manera extraordinariamente cruel. No solamente se trataba de asesinarlo o de matarlo, sino de hacerle sufrir. Y Oleg Gordievsky pasó mucha información a la CIA y a los servicios secretos británicos (MI5) sobre la alianza militar de los países comunistas y la estrategia de los líderes soviéticos. Un minuto antes de ser arrestado, lo sacó la embajada británica en el capó de un coche. Fue una persecución espectacular en la que hubo decenas de miles de agentes del KGB y de las fuerzas nacionales soviéticas para localizarle, pero logró cruzar la frontera por Finlandia y llegó hasta Inglaterra, donde fue recibido y condecorado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Pero ni Penkovsky ni Gordievsky espiaban por dinero ni por sacar ninguna ventaja. Incluso yo creo que alguno de ellos rechazó el dinero y regalos. Cobraban por convicciones.

¿La crueldad de la Unión Soviética con sus traidores era mucho mayor?

Era una condena a muerte en el lado soviético. En Gran Bretaña no se ejecutó prácticamente –yo creo– a ningún espía que trabajara por la Unión Soviética. Se ejecutó a William Joyce, que después de la guerra se había fugado a Alemania. Si un espía británico o americano o incluso un traidor de las filas del KGB era localizado, eso significaba la condena a muerte. Pero el caso de Penkovsky ya no era solo la condena a muerte; no les parecía suficiente; le podían haber detenido y fusilado, pero lo torturaron, le hicieron sufrir y al final buscaron la forma más cruel de ejecutarlo. Eso no se hizo público, naturalmente, se supo años después, pero sí se sabía en el interior del KGB para que sus agentes supieran qué pasaba con los traidores: no solamente los iban a ejecutar, sino que iban a torturarlos y a darles la peor de las muertes posibles y a represaliarlos a todos, incluidos sus hijos, mujeres y padres.

Si hablamos de Inglaterra, hay que mencionar a Sir Roger Hollis, el MI5, el MI6 y el escándalo que significó todo aquello.

Ha habido una gran polémica durante muchos años sobre si él era un traidor o si era un topo. Años después de su muerte se ordenó una investigación independiente. Se examinaron centenares de miles de documentos y se concluyó, sin ningún género de dudas, que no había sido un traidor. Luego se ha sabido que en el propio KGB estaban sorprendidos con este asunto, de por qué se sospechaba de Hollis, que además era una persona religiosa y conservadora y un campeón de ajedrez. Pero el hecho es que se produjeron una serie de sucesos que hicieron sospechar de él. El libro Spycatcher (Peter Wright) fue prohibido en Gran Bretaña por Thatcher, porque se acusaba a Hollis de ser un traidor y eso volvía a agudizar la polémica sobre Hollis. Pero yo creo que está claro que, cuarenta años después de esa polémica, Hollis nunca fue un traidor.

Los servicios de espionaje de la época de Felipe González espiaron a periodistas, empresarios, jueces, etcétera. Fue un gran escándalo político en el que se vio implicado Narcís Serra

El espionaje en España, ¿tuvo diferencias con el espionaje británico o soviético?

La diferencia es que aquí la edad de oro del espionaje fue durante la Segunda Guerra Mundial. Madrid se convirtió en un nido de espías. Los alemanes tenían muchísimos intereses. Había también una empresa que se llamaba Sofindus (Sociedad Financiera Industrial), que era el mayor poder industrial que había en España y que sacaba minerales, comida, trigo, avena, etcétera. Tenía muchísimos intereses. Entonces hubo un juego de espionaje entre ingleses y alemanes para saber qué hacía cada uno de ellos. Además, España era un sitio neutral. Por aquí pasaba gente que huía de la Alemania nazi, que iba a Inglaterra o que miraba hacia América. El espionaje militar alemán tuvo en España a cientos de agentes en Madrid, que también fue un centro para los espías británicos para ver los movimientos, obtener información… Era muy importante para Winston Churchill saber si España iba a entrar o no en la guerra.

Pedro García Cuartango
Pedro García Cuartango en entrevista con Vozpópuli / Clara Rodríguez

Rescato otro texto tuyo en El Mundo, esta vez correspondiente al 12 de agosto del 2009, cuyo título es ‘Los espías están en todos los sitios‘, en el que, entre otras cosas, dices: «Desde el distanciamiento de las vacaciones, estoy siguiendo el culebrón de las recriminaciones entre el PSOE y el PP acerca del espionaje y la utilización política de la Fiscalía. Lo que más gracia me ha hecho es la indignada reacción de Zapatero subrayando que estamos en un Estado de Derecho y que es imposible que altos cargos del PP hayan sido espiados». Para finalizar, añades: «Yo diría más bien lo contrario: que es imposible que no hayan sido espiados».

Aquí, efectivamente, se ha utilizado el espionaje también en las guerras políticas internas. Acuérdate del caso Manglano, cuando los servicios de espionaje de la época de Felipe González espiaron a periodistas, empresarios, jueces, etcétera. Fue un gran escándalo político en el que se vio implicado Narcís Serra. Quedó en evidencia que los servicios secretos sí que espiaban a civiles, a personas que no tenían nada que ver. Se cruzaron unas líneas rojas. Por lo tanto, es evidente que los servicios secretos en España, en el pasado, se implicaron en operaciones sucias para favorecer al poder.

Has comparado a Alberto Saiz, jefe del CNI, con Sir Roger Hollis. De Hollis contabas que tenía una grandeza trágica de la que carecía Saiz, a quien se le había subido el cargo a la cabeza y consideraba que los espías estaban “para quitar las algas de su piscina”.

Eso es verdad. Alberto Saiz fue un mal jefe del CNI y lo que hacía a veces era utilizar el servicio para quedar bien con todos los gobiernos, con los poderosos… Tuvo que dimitir por unas escandalosas fotos que se publicaron de él pescando en África. Fue un pésimo director de los servicios secretos al que le quedaba muy grande el cargo.

¿Un poco “mortadelesco” a lo mejor?

Sí. Es un poco cruel, pero se podría decir que Alberto Saiz convirtió los servicios secretos en algo similar a las historias de Mortadelo y Filemón. Había altos cargos que iban a cazar a una finca del CNI cerca de Toledo y ya les ponían las perdices. Es patético. Por eso te digo que sí, que podríamos considerar que en cierta forma los servicios secretos en esa época tuvieron un papel muy triste y muy esperpéntico.

¿Qué separa a la seguridad del Estado del derecho a la información?

Es una polémica que se ha planteado desde hace muchas décadas. Se han suscitado puntos de vista muy distintos y es muy difícil saber dónde reside el límite. No cabe duda, y yo lo reconozco, que hay secretos que afectan a la seguridad del Estado y que los medios, en teoría, no deben contar. Sería injustificable que un periódico publicara la lista de espías españoles en el exterior. No tiene ningún sentido. Ahora, mi posición es que cuando existe un interés informativo o cuando se ha violado la ley, los medios de comunicación tienen derecho a publicar esos abusos. Deberían hacerlo, de hecho. Como The Washington Post con el caso Watergate. ¿Qué alegaba Richard Nixon? Que se estaba violando la seguridad nacional. Recuerda que el juez prohibió a The New York Times publicar los ‘Papeles del Pentágono’. La seguridad nacional se ha utilizado en muchas ocasiones para tapar los abusos del poder y de los servicios secretos.

Fecha de publicaciónseptiembre 17, 2021

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