Carta a dirigida por Ignacio Liaño y Córdoba a su sobrino Tomás de Ugarte y Liaño, futuro guardiamarina
<<Madrid, 1º de Enero de 1770>>
Querido sobrino mío:
Ya llegó el tiempo de cumplirse tu honrado deseo, y el tiempo en que yo te manifieste mi cariño haciéndote algunas advertencias para tu gobierno en la carrera que vas a emprender. Y sea la primera, como la más precisa y la más digna de todas, la de que seas temeroso de Dios, que le honres y sirvas, conformándote con su voluntad, siempre dirigida a tu bien […].
Ya tienes la gracia de Guardia Marina, y espero que, presentándote en la Isla de León con tus papeles de nobleza, limpieza de sangre y demás requisitos que previene la orden del Rey, serás aprobado y admitido. En este supuesto, debes ser desde luego muy afable y atento con tus compañeros, y sufrirles con prudencia aquellas burlas que te harán, como a todos los nuevos, pues no enojándote y rindiéndote con facilidad y sin altivez, conseguirás que se cansen en breve, porque se va apagando el deseo de burlarse a proporción que el burlado no se pica.
Cuando llegue el caso de que tú concurras a hacer, con los demás, lo que hicieron contigo, sé muy moderado en el modo, y mira que el sobresalir en esta especie de burlas, suele tener malísimas resultas en las veras.
Sé obediente y humilde con tus superiores, porque así obedeces al Rey, y porque así te adquirirás el afecto de los mismos que te mandan, y puede valerte mucho para tus ascensos.
Aplícate a todas las habilidades que te enseñen: saber bailar es adorno de un militar, le da despejo y aire para manejarse; tocar un instrumento entretiene algunos ratos y serena, con dulzura, las inquietudes del ánimo; manejar una espada con brío, desenvoltura y destreza es la habilidad más precisa de un soldado, pero sólo para valerse de ella contra los enemigos de Dios, del Rey y del honor; y cuidado que este último motivo está muy mal entendido entre algunos o los más de nosotros, y es menester que sepas que el honor, aunque es delicado, no tan fácilmente se ofende, y que se deben despreciar los que a la verdad son puntillos y cavilaciones que hacen a un hombre pendenciero y mal quieto.
Procura aprender la lengua francesa, porque ya en estos tiempos se ha hecho casi general, y porque podrás leer muy buenos libros que, acaso por incuria de nuestra nación, no se hallan en su idioma. Conserva la noticia que tienes de la lengua latina, que es hermosa y elegante, y porque también hay escritos en ella muchos libros de tu profesión; pero no por eso dejes de leer y aplicarte mucho a nuestra lengua castellana, que en nada cede a la más culta, dulce, grave y fecunda de las lenguas vivas, ni aún (como sienten algunos) a las más aplaudidas muertas.
Si llegas, con el tiempo, a mandar alguna vez, medita primero y consulta con tu razón las consecuencia de tus órdenes; aconséjate de los hombre de experiencia y buena intención, sé afable, da gusto a todos en cuanto no se oponga al servicio de Dios, ni del Rey; y así serás amado, bien quisto y bien obedecido.
En el trato civil es menester que observes muchas reglas; procuraré decirte algunas, aunque sea dilatándome más de lo que permiten los límites de una carta.
Sé liberal a proporción de tus haberes; gasta en tu decencia con cordura. No piques de lo que llaman petimetre, porque siéndolo se afeminan los hombres, y es indigna nota de un soldado, cuya profesión pide sólo el aseo, y desprecia todo género de delicadeza o nimio escrúpulo de adorno.
Come sin melindre todas las viandas, acostumbra tu paladar a todo, sé sobrio o moderado en el comer, así conservarás tu salud y tendrás siempre despejado el entendimiento. En las funciones y banquetes usa del vino con moderación, y de modo que no te veas jamás en estado de ser objeto de burla de los concurrentes. En estas ocasiones, y aún en todas, habla poco, y, como decía un filósofo, aquello que sea mejor que el silencio. En la conversación no presumas de entendido, y deja que luzcan los discursos de los otros. Habla sólo de lo que sepas con fundamento, y mira que un hablador es siempre enfadoso, por más que sea entendido.
El poco hablar hace a los discretos amados y atendidos, y, aún a los tontos, les sirve de salvaguardia el silencio. Sabe mucho el que sabe callar, dice un proverbio italiano, y en prueba de que es ciencia, sabe tú que el filósofo Isócrates, pidió doble salario a un discípulo hablador a quien tuvo que enseñar el silencio.
No digas mal de nadie, ni seas murmurador, porque un hombre de bien debe honrar a todos con sus palabras: mira que la lengua limpia es señal de claro nacimiento, y me acuerdo que leí, en una instrucción que me dieron en mis primeros años, que era la boca del murmurador sepulcro abierto lleno de cadáveres. No mientas, ni aún en cosas leves, porque si llegas a tener esta nota entre las gentes, aún la verdad parecerá desaires en tu boca.
En la elección de amigos es preciso que tengas gran cuidado, procura que sean de los de mejor fama por sus buenas costumbres, por su calidad y por su instrucción; guarda el secreto que te fíen, y no fíes el tuyo con facilidad: reflexiona que si tú que eres el más interesado no lo guardas, que hará el que no lo es tanto como tú.
No juegues y mira que este vicio arrastra a los hombres y los precipita, y es ocasión de que cometan mil bajezas; pero, si alguna vez jugares, sea aquello que para nada te haga falta, y has de jugarlo con serenidad, desinterés y nobleza, y, si lo pierdes, no te quieras desquitar a crédito, pues, si pierdes más de lo que tienes, darás en tramposo, y faltarás a las leyes de un hombre honrado.
No pidas prestado si no es con muy urgente necesidad, y, en este caso, no tomes los plazos cortos, no sea que por esta causa dejes de corresponder.
No seas contencioso o porfiado, cede a la razón con docilidad; ni quieras sostener por amor propio tu opinión, acaso errada, y aún debes ceder, aunque veas claramente que el que te contradice es ignorante. No te empeñes en convencer esta especie de gentes, porque no lo conseguirás, y tal vez te resultará un empeño de consecuencia por sostener una opinión que importa poco o nada.
Procura, con mucha prudencia, apagar en el principio el fuego de la cólera, no te dejes dominar por ella, y si al fin alguna vez, por tu desgracia, te sucede el empeñarte de modo que sea imposible ceder, sin pasar por la nota de cobarde que tanto hiere el honor de un soldado y de un noble, te aconsejo que no cedas, porque he oído decir muchas veces a un discreto que más vale no empeñarse que vencerse. Vuelvo a decirte, por esta razón, que evites los empeños, y así vivirás tranquilo, adquirirás la opinión de pacífico y tratable, y serás amado por todos.
Si llegas a verte en la gloriosa ocasión de pelear contra los enemigos de Dios o del Rey, entonces es cuando ha de lucir tu ardimiento, buscar el mayor peligro, despreciar tu vida, adelantándote a los mayores riesgos, imitando y aún excediendo a los más valerosos, para ganar de una vez, por tan digno medio, el título de bizarro soldado. Ten presente lo que dice nuestro discreto Miguel de Cervantes, que el soldado más bien parece muerto en el campo de batalla que vivo en la fuga. Siempre, en estas ocasiones, procura entrar apercibido como cristiano, porque la serenidad de conciencia es estímulo del valor, y la vida es fácil de despreciar cuando se gana honor y no se va a perder la felicidad eterna.
Ya ha habido General que ha envidiado la suerte de otro que murió gloriosamente en el campo de batalla, y me parece que fue muy loable su envidia. […].
Es preciso, pues, que en estas ocurrencias seas atento, bien hablado, dócil y comedido; que guardes las ceremonias que en cada casa y en cada país están establecidas; que observes mucho y hables solamente lo preciso, hasta que tengas conocimiento de los concurrentes y alguna lícita confianza en la casa que trates, que, en este caso, ya es permitido el explayarse con moderación, y manifestar con cordura y naturalidad las luces que el Cielo te haya dado.
No gastes chanzas, ni intentes que te estimen por gracioso, y mira que este género de estimación se desvanece como el humo al menor soplo; procura, sí, ganar los afectos por el camino de la formalidad, del buen trato, de la limpieza y moderación de tus pensamientos y palabras; que este género de estimación dura, porque tiene muy sólidos fundamentos: todo lo demás es bueno para gentes de poca cuenta, para los ignorantes y, al fin, para los que no tienen, ni saben, otros medios dignos de adquirirse el aplauso y el aprecio […].
En fin, no quiero dilatarme más, y concluiré con decirte que en los ratos que te queden después de hacer tus estudios, procures emplearte en la lección de la Historia, porque en ella se emplean las verdaderas máximas de virtud y de filosofía moral para aprender a vivir. Pero te encargo que leyendo la Historia no tengas por objeto el cargar tu memoria de sucesos, de nombres y de tiempos para hacer gala de erudito, pues lo que debes procurar es instruirte de la variedad de opiniones, de anhelos y pasiones que dominan y reinan entre los hombres; de los engaños, traiciones y malicias que en todo tiempo ha habido, a fin de conocer en lo posible el corazón humano, para tu gobierno. También debes atender a los hechos heroicos de algunos varones esclarecidos y virtuosos, para desear imitarlos, y para que su ejemplo y fama te anime en las ocasiones de ganar honra, y te haga valiente en los peligros.
Dios te guarde y te dé fortuna, conservándote en su gracia y adelantándote en tu carrera. Tu tío que más te ama
Ignacio Liaño y Córdoba».
Ignacio de Liaño era por entonces teniente del Regimiento de Caballería de la Reina, y caballero de Santiago.
Tomás de Ugarte y Liaño recibió asiento como guardiamarina el 26 de noviembre de 1770 con quince años. Desarrolló luego su carrera en la Marina, llegando a alcanzar el empleo de jefe de escuadra.
(Por la transcripción parcial, Juan Miguel Teijeiro de la Rosa)