Arrasan con todo lo que encuentran a su paso. Los incendios dejan una tierra yerma, erosionada. Solo ceniza. Pero esa superficie se puede sanar.
El suelo es el único recurso que puede ser dañado de forma irreversible tras un incendio y sin un suelo próspero, no es posible restablecer la vida tras un incendio. “La espesura media de uno fértil y bien estructurado es de aproximadamente 25 centímetros. Cada uno de esos centímetros de capa fértil puede tardar 500 años en formarse, pero si la descuidamos tras los fuegos, puede quedar erosionada en apenas unas pocas semanas”, señalan desde WWF. Por eso, tras sofocar el fuego, la prioridad es salvar el suelo poniendo en marcha una serie de actuaciones para evitar su erosión y posibilitar así la aparición de una nueva vegetación.
Para afrontar su recuperación, en primer lugar, es necesario hacer un diagnóstico del suelo quemado, puesto que un mismo incendio afecta de forma distinta a cada zona dependiendo de aspectos como la densidad y tipología vegetal o la orografía de terreno. “La evaluación de daños permitirá priorizar las zonas de intervención, pero como la mayoría de los incendios ocurren en la época estival, siempre es necesario aplicar prácticas de manejo del suelo que permitan el crecimiento de la vegetación lo antes posible, antes de que caigan las primeras lluvias del otoño y se acentúen los procesos de erosión”, como señalan Serafín González-Prieto, Ángela Martín, Tarsy Carballas y Montserrat Díaz-Raviña del Instituto de Investigaciones Agrobiológicas de Galicia (IIAG-CSIC).
La espesura media de un suelo fértil es de 25 centímetros. Cada centímetro tarda 500 años en formarse
Por ejemplo, no será necesario intervenir en una franja con poca pendiente que se haya visto poco afectada por el fuego ya que las hojas protegerán el suelo contra la lluvia mientras se mantienen en el árbol y le servirán de alimento cuando se caigan. “En estas zonas es preferible dejar que actúe la regeneración natural”, recomiendan. Sí lo será en cambio en las zonas que el fuego fue más agresivo, acabando incluso con la hojarasca. En estos casos habrá que determinar qué método de actuación es el más adecuado: “No tiene sentido plantar árboles en estos momentos, la vegetación ideal son las plantas herbáceas pues crecen rápido generando un ‘paraguas’ protector del suelo y un entramado denso de raíces que ayudan a retener el suelo y las cenizas”, apuntan.
Es fundamental proteger esta capa de cenizas formada por material orgánico carbonizado y material mineral, que será clave para la recuperación del ecosistema. Una alternativa para hacerlo es crear un “alfombrado” con paja o viruta de madera. En el caso de la paja “lo recomendable es emplear paja de origen lo más próximo posible (como, por ejemplo, de un vecino que la cosechó), para evitar así el riesgo de introducción de especies no deseadas, incluso exóticas invasoras”, señalan los expertos.
El suelo necesita tiempo para recuperar su composición original como confirma la investigación realizada por un equipo en el que participan miembros del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Los investigadores han determinado que «los nuevos compuestos que se forman en los suelos quemados tienen un carácter más aromático y condensado, lo que sugiere que son más resistentes frente a la actividad biológica, retrasando los procesos microbianos requeridos para la restauración del suelo». Por eso es necesario respetar sus tiempos y crear unas condiciones favorables para su recuperación.
La capa de cenizas que se forma tras el incendio es clave para la recuperación del ecosistema
A medio plazo, entre 1 o 3 años después de que se haya producido el incendio, “se ponen en marcha los tratamientos de rehabilitación y se centran en mitigar los daños producidos en los sistemas afectados y acelerar su recuperación”, explican los autores de la Guía de actuaciones en una zona quemada. En esta etapa se impulsa la regeneración natural de las masas quemadas mediante iniciativas como la eliminación de las plantas invasoras y el regreso de la fauna.
Por último, en torno a 3 años después de que el fuego acabase con el bosque, se produce la verdadera restauración ecológica. En este punto, “los sistemas deben ser capaces de automantenerse, integrarse en su contexto biogeográfico y madurar por sí solos”. Su éxito dependerá de que las fases anteriores se hayan llevado a cabo respetando los ritmos biológicos del suelo. En este punto, es necesario realizar un exhaustivo seguimiento de su evolución con evaluaciones periódicas para valorar la eficacia de las medidas adoptadas y si es necesario intervenir para acabar de recuperar la cubierta vegetal.
La prevención es clave tanto en España, donde cada año arden de media 116.000 hectáreas, como en el resto del mundo. Los efectos devastadores del cambio climático son cada vez más evidentes. Así lo demuestran la ola de incendios que arrasó 11 millones de hectáreas en Australia el pasado enero, o los fuegos cada vez más frecuentes y agresivos en la costa oeste de Estados Unidos”.
Por este motivo, la restauración del suelo, además de evitar riesgos y daños inmediatamente después del fuego, debe ser una herramienta de prevención para evitar futuros incendios en un contexto climático que se adivina complejo: “Si realmente queremos ser efectivos en la lucha contra el fuego, es preciso impulsar hoy modelos de restauración preventiva que contribuyan a la recuperación de masas forestales del futuro, y que hagan a estas más resistentes al paso de las llamas”.HAS INVERTIDO TIEMPO EN EL PLANETA, ¡COMPÁRTELO!