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La globalización ha achicado las distancias, ha diluido las fronteras y ha puesto en contacto a pueblos y sociedades que, hace unas pocas décadas, apenas se reconocían entre sí. Este proceso, además de aportar enormes oportunidades de cooperación,
supone también un aumento de las fricciones entre los recién encontrados vecinos. La aparición de nuevos dominios como el espacio exterior y el ciberespacio, el clima generalizado de “Great Power Competition” y el orden multipolar al que nos dirigimos
son, todos ellos, factores generadores de tensiones en todos los ámbitos: comercio, tecnología, investigación, intereses geopolíticos… y también guerras.
La pax americana, si existió durante el breve periodo de hegemonía de los Estados Unidos, fue igual de efímera. Los conflictos, no solo los armados, se prolongan ahora indefinidamente, sin que la larga enumeración de los mismos se vea reducida significativamente. La llegada de Biden a la presidencia, en contra de lo que muchos pensaban, no va a cambiar radicalmente este panorama de conflictividad generalizada.