El control de accesos siempre ha sido una preocupación para los responsables de seguridad de determinadas instalaciones, como pueden ser edificios gubernamentales, oficinas, intercambiadores de transporte, estaciones, sucursales bancarias, centros comerciales… La tecnología de vídeo ha resuelto muchas de esas preocupaciones.
En lugares muy concurridos y de mucho tránsito de personas —el ejemplo más cotidiano es el de un centro comercial— la principal función del control de accesos es controlar el aforo, y no identificar a las personas que entran. Es importante saber cuánta gente entra y sale de un recinto para disponer en tiempo real de la información sobre el aforo, y asegurar que no se excede la capacidad permitida.
Hoy en día, la tecnología es absolutamente fiable, las cámaras con visión binocular 3D de alta precisión y los algoritmos Deep Learning que incorporan, minimizan el margen de error. Y en recintos con varias entradas y salidas, se puede diseñar la instalación de cámaras para que el sistema incorpore la información de todas ellas, y siempre nos ofrezca la cifra resultante.
Además, la inteligencia de estos equipos da la opción de recopilar datos sobre afluencia por tramos horarios o por zonas, y un buen estudio analítico de esa información ayuda a mejorar la gestión de esos espacios. Por ejemplo, el responsable de unos grandes almacenes sabrá cuándo tiene que disponer de más personal para atender a los clientes.
Identificación
Pero el control de accesos se vuelve mucho más específico y exigente cuando hay que identificar a la persona que entra. Los tornos o las puertas automáticas deben saber quién entra a un lugar para permitir el acceso, algo muy habitual cuando un empleado accede a su lugar de trabajo, pero que resulta crítico cuando hablamos de personas autorizadas a lugares de acceso restringido, como una sala de control, cámaras acorazadas de un banco, un quirófano hospitalario, la torre de control de un aeropuerto…
Hasta ahora, se han utilizado tarjetas magnéticas, códigos de barras, códigos numéricos y, en general, elementos físicos. Pero se empiezan a imponer los sistemas biométricos, que no son intercambiables entre personas, lo que garantiza la identidad del sujeto que accede.
Entre estos sistemas, el reconocimiento facial es el más avanzado y, al mismo tiempo, el más eficiente. La tecnología de vídeo inteligente permite identificar en apenas 0,2 segundos a una persona, lo que agiliza el proceso de entrada, y el índice de precisión es superior al 99%. El reconocimiento facial, además, es un sistema que no exige ningún tipo de contacto físico —algo que sí ocurre cuando colocamos una tarjeta en un lector, tecleamos un pin numérico o presentamos nuestra huella dactilar—, otro aspecto muy valorado en tiempos como los que vivimos.
En definitiva, el vídeo inteligente sigue ofreciendo más y mejores soluciones, siempre adaptadas a lo que los usuarios necesitan.