Su empresa, especializada en proyectiles biodegradables, abrirá ahora una factoría en EEUU para suministrar munición al Ejército norteamericano y a cuerpos policiales
Como buen hijo de coronel de Artillería, Enrique López-Pozas (Madrid, 1966) ha vivido en el Sáhara, en Andalucía, en Ceuta o en Melilla. Allá donde destinaban a su padre, ahí que iba con su madre y sus cuatro hermanos. La vida le alejaría posteriormente del ámbito castrense, aunque solo por un tiempo. Estudió dirección de hoteles e incluso llegó a dirigir varios de estos establecimientos. Sin embargo, en un momento dado, dio un giro radical para compatibilizar de algún modo su conciencia con su vuelta al cuartel. Se dio cuenta, además, de que a él le tiraban más los negocios que la nómina y le apetecía dar un paso adelante.
Desde su posición de responsable hostelero, había crecido en sensibilidad hacia el entorno. «Muchos hoteles que dirigí estaban en el mar y yo me fui concienciando con el medio ambiente», admite. «Observé que la humanidad estaba haciendo un consumo desmesurado de plástico y me llamó la atención que nadie levantara la voz», reflexiona cuando vuelve la mirada 10 años atrás. «Era insostenible, y lo peor era que la sociedad estaba dormida», insiste López-Pozas, que supo adelantarse entonces a la posterior preocupación social y gubernamental que ha derivado hoy en la reciente aprobación por parte del Gobierno de España —en línea con lo que están haciendo otros ejecutivos occidentales— de gravar con una tasa los productos realizados con plástico no reutilizable.
El director de hoteles dejó su trabajo para compatibilizar esa sensibilidad ecológica con la sangre militar que seguía corriendo por sus venas y se lanzó a fabricar el producto que une ambos mundos, la munición sin plástico ni plomo, cartuchos y balas que disparan como los de toda la vida pero que respetan el entorno porque son biodegradables. «Me había criado en cuarteles», justifica para argumentar la idea que se le pasó por la cabeza cuando aún dirigía su último hotel y que le llevó a iniciar una carrera que hoy le está haciendo de oro, pero que no siempre le ha permitido tener los bolsillos llenos y que más bien casi se los vacía.
Ahora, su empresa, Bioammo, acaba de cerrar un pedido para Nueva Zelanda de más de un millón de cartuchos destinados a la caza o al tiro deportivo, su principal línea de fabricación. Es la única empresa en el mundo que produce proyectiles biodegradables y por eso su dueño no ve extraño que le hagan encargos desde la otra punta del planeta. «Tenemos la patente para 56 países», explica López-Pozas, que, en plena pandemia que azota la economía en general y a los pequeños empresarios españoles en particular, puede presumir de contar con un negocio en plena expansión que no tiene que ver con las mascarillas, con los guantes de nitrilo ni con las aplicaciones para mantener reuniones ‘online’.
Acaba de fichar a cuatro personas que, sumadas a las que ya tenía en plantilla, hacen un total de 28 empleados. Pero el crecimiento de la demanda supera la capacidad de su industria y por eso prevé que de aquí a diciembre se incorporen una decena de trabajadores más. «Entonces, habrá tres turnos de fabricación», adelanta el propietario, que no acaba aquí sus planes de crecimiento, ya que para mayo prevé poner en marcha una nueva línea de producción en el ámbito de la munición civil que conllevará duplicar el número de nóminas que tiene actualmente.
Expansión en plena pandemia
«Doblaremos la producción y estaremos ya cerca de medio centenar de trabajadores», aventura el empresario, que tampoco en este punto concluye con sus proyectos de expansión. Al otro lado del Atlántico, cuenta, ha llegado a un acuerdo con un socio al que vendía material para desarrollar otra de sus patentes, las balas biodegradables, que no llevan plomo ni plástico, y que están destinadas a uso militar y policial. La filial de Bioammo en Connecticut (Estados Unidos) y el mencionado socio serán los primeros en el mundo en fabricar este producto, patentado por López-Pozas en 40 países. La nueva munición biometálica para pistolas y rifles permitirá a la compañía saltar a un nuevo mercado potencial más amplio que mueve muchos millones más, compuesto por los ministerios de Defensa y las fuerzas de seguridad de todo el mundo.
El dueño de la pyme prevé contar con los prototipos listos para poder comenzar la producción en poco más de tres meses. En menos de seis, por lo tanto, ya estará el producto acabado en el mercado norteamericano, que cuenta con la mayor industria militar del mundo. El Ministerio de Defensa de Estados Unidos, recuerda López-Pozas, sacó un concurso hace unos meses para adquirir munición biodegradable, pero «quedó desierto, porque nadie fabrica este material en todo el mundo» más que la compañía española, que no pudo concurrir por no ser una empresa norteamericana. Ahora, con su nuevo socio, la cosa sería diferente, reflexiona el madrileño afincado en Segovia, a quien le gustaría montar también una fábrica en España.
El problema, argumenta, es que aquí no consigue financiación. Asegura que necesitaría cinco millones de euros para poner en marcha una industria hermana de la que va a levantar en Estados Unidos que generaría 50 puestos de trabajo, pero que aquí no hay ayudas como en Norteamérica. «Llevamos un año esperando subvenciones concedidas por haber iniciado líneas innovadoras, un millón de euros que no ha llegado aún», protesta. «En Estados Unidos, premian con financiación las ideas y las patentes demostradas, con inyección directa de dinero; en España, te premian solo si ya tienes dinero», censura el empresario, que admite sentir pena de no poder ayudar a su país en estos momentos.
Recuerda que el Gobierno norteamericano le ofreció la nacionalidad estadounidense para facilitarle la implantación del negocio allí, pero asegura que la rechazó porque él quiere «apoyar» a su nación. «Yo soy español«, subraya el empresario, que lleva años viviendo de una decena de patentes creadas por él mismo. Algunas las ha vendido, con otras ha iniciado negocios como Bioammo, pero a todas les ha sacado dinero. La clave de su negocio más rentable, el de la munición, considera que está en el invento en sí, pero también en haberlo visto antes que nadie. «Hace una década, nadie hablaba de esto», recuerda López-Pozas, quien sin embargo no siempre ha pasado por buenos momentos en este camino hacia el éxito.
Para pasar del sector hostelero al de la industria, tuvo que superar una ‘travesía por el desierto’ de más de cinco años. Tenía la idea, pero no la formación ni la capacidad para investigar. Así que quemó sus naves en forma de hoteles y se centró en estudiar en su casa, en acudir a cursos organizados por centros tecnológicos y en visitar fábricas y fábricas como curioso o «mirón», como él mismo lo califica. «Me pasé miles de horas preguntando sobre los procesos de ingeniería«, reconoce echando la vista atrás. «No es una universidad de la calle, pero sí era una formación no reglada», define el empresario, que ha llegado a registrar nueve patentes en ámbitos que van desde la ingeniería hasta la sanidad. «Solo estudié lo que necesitaba en cada momento», admite el inventor, que utilizó sus descubrimientos para seguir vivo económicamente hablando y financiar sus proyectos, aunque a veces fuera por los pelos.
Hace años, mientras trataba de hacer rentables sus hallazgos, no tenía ni para pagar el alquiler, por lo que sufrió un desahucio en primera persona. Aquel episodio le marcó y le sirvió posteriormente para tener más sensibilidad con las personas necesitadas. «Ayudé a mucha gente del campo» a reconducir sus vidas, asegura. A no pocos de ellos, de hecho, los ha contratado para darles una nueva oportunidad en su principal negocio, el de las municiones biodegradables, conocido ya en todas las ferias de armamento del mundo. «Los mandos de las policías, las gendarmerías y los ejércitos están esperando a que saquemos nuestro producto», sentencia.