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El año borrado en el que los Tercios españoles de un Cardenal-Guerrero se plantaron a las puertas de París

César Cervera

«El año de Corbie» fue la última humillación a los franceses antes del primer derrumbe de los ejércitos españoles

Ocurre en ocasiones, con ciertas batallas y episodios históricos, que parecen anacrónicos si se obedece al milímetro el discurso imperante. Parecen fragmentos encajados a la fuerza o de forma postrera, salvo porque lo que en verdad se metió de forma artificial en su día fueron resumenes incompletos de los hechos. Un ejemplo de ello es la guerra entre la Monarquía hispánica e Inglaterra de 1625, cuando la potencia que el imaginario popular supone reina de los mares desde 1588, la Pérfida Albión, claudicó de forma inmisericorde frente a la muy superior Armada española.

Lo mismo ocurre con una campaña entre la Francia de Luis XIII y la España de Felipe IV que colocó a los Tercios españoles a pocos kilómetros de conquistar París y que se suele ignorar sistemáticamente por no estropear la idea, también incompleta, de que esta infantería mítica estaba a pocos años de estrellarse en Rocroi (1643), batalla que la historiografía gala señaló como el ocaso del imperio militar.

Un cardenal guerrero contra el cardenal Richelieu

La entrada de Francia en la Guerra de los 30 años de parte del bando protestante supuso un quebradero de cabeza para los Habsburgo a partir de 1635. Lejos de disputas religiosas lo que anhelaba Richelieu con este movimiento bélico era medrar terreno en su pulso centenario con España tanto en Flandes como en Italia. La dinastía de los Borbones había logrado parar las guerras civiles que acechaban al reino y, con las manos más liberadas, reformó su ejército al introducir algunas de las tácticas e ideas con las que Suecia había irrumpido como un toro bravo en el conflicto europeo.





El Cardenal-infante Fernando de Austria, en la batalla de Nördlingen

En 1634, la victoria católica en la batalla de Nördlingen, con una decisiva participación de tropas españolas (solo una minoría era castellana, eso es cierto) demostró al continente que los Tercios españoles todavía resultaban el hueso más duro de roer incluso para los suecos. De ahí que la entrada francesa en la guerra resultara tan arriesgada y, a la vez, propicia para los intereses protestantes. Richelieu logró sacar a los españoles de la ecuación alemana y llevar la guerra a su terreno, incluido en Portugal y Cataluña.

Al derrumbe español, que se materializaría realmente a partir de 1645, contribuyó de forma clave la desaparición del más capaz de los generales españoles, un Habsburgo de sangre y categoría que llevó la guerra hasta las puertas de París. El hijo menor de Felipe III, el infante Fernando, era de temperamento vivo, inteligente, atlético y derrochaba más salud que sus hermanos. Se decidió por esta razón, para que no amenazara el orden sucesorio, que el infante ingresara en el clero y que así reinara Felipe IV sin la alargada sombra de un hermano robusto.

Con solo 10 años, fue nombrado Arzobispo de Toledo, la principal sede eclesiástica de España, y poco tiempo después fue designado cardenal. Ejerció como tal, pero sin estar ordenado sacerdote porque la Guerra de los 30 años limitó su vida exclusivamente a la faceta militar. Al fallecimiento de Isabel Clara Eugenia, en 1633, Fernando fue elegido para asumir el control sobre los Países Bajos españoles.

Sin embargo, antes de viajar a Bruselas, al Cardenal-Infante se le ordenó dirigir un ejército al corazón de Alemania y tomar parte en la mencionada batalla de Nördlingen, donde los suecos fueron incapaces de desalojar a los Tercios españoles de la colina de Allbuch, rechazando 15 cargas de los regimientos protestante. Sobre esa victoria, que dejó en Nördlingen 8.000 muertos del ejército protestante, escribió el oficial español Diego de Aedo y Gallart:

«No es creíble cuan llenos y cuan sembrados estaban los campos de armas, banderas, cadáveres y caballos muertos, con horridísimas heridas».

Las órdenes imposibles de Olivares

El Cardenal-Infante se convirtió así en el hombre de moda de la Europa católica y, el 4 de noviembre de 1634 entró entre vítores en Bruselas. Los festejos culminaron con varias incursiones sobre el territorio holandés, las cuales convencieron al otro cardenal más famoso de Europa, Richelieu, de que la única forma de frenar a España era con la intervención directa de su país.

intervención directa de su país.

Tras declarar la guerra a España, el Cardenal Richelieu ordenó a su ejército que descendiera por el valle del Mosa para unir sus fuerzas a las holandesas y poner así cerco a la estratégica provincia de Brabante. Franceses y holandeses, que sumaban 60.000 hombres, capturaron Diest y Tienen y pusieron sitio a Lovaina. Sin embargo, los invasores se deshicieron frente a Lovaina debido a la falta de suministros y su pésima organización.

El rápido derrumbe francés permitió a Fernando tomar por sorpresa, a finales de julio, el fuerte de Esquenque, una posición clave para controlar el bajo Rin y trazar corredor militar seguro entre los Países Bajos y la Alemania católica, de modo que los holandeses quedaran atenazados. El Conde Duque de Olivares celebró con entusiasmo esta conquista y exigió al Cardenal-Infante, entretenido en la ocupación del colindante Ducado de Cléveris, que «aquello se ha de mantener a cualquier precio».

Asedio a Esquenque, por Gerrit van Santen

El Cardenal-Infante sabía de la importancia estratégica de Esquenque, pero discrepaba con el Conde Duque sobre las posibilidades de conservar mucho tiempo una plaza tan alejada del resto de posiciones españolas. Aún así, antes de regresar a Bruselas a pasar el invierno el hermano de Felipe IV dejó en Esquenque a 1.500 de sus mejores soldados con suministros para siete meses y en Cleves a otros 2.000, al mando del Francisco Toralto. Era lo máximo que podía permitirse sin descuidar el resto de guarniciones pero demasiado poco para el Conde Duque, que en una carta a principios de 1636 insistió en su demanda «sin el Esquenque, no hay nada, aunque se tome a París, y con él, aunque se pierda Bruselas y Madrid, lo hay todo».

«Pues veo, señor, que se ha perdido la mayor joya que el Rey nuestro señor tenía en esos estados para poder acomodar sus cosas con gloria»

Los holandeses comprendieron igual que los españoles lo importante que era controlar Esquenque, por lo que se volcaron en su conquista en cuanto empezó la primavera. Tras sufrir el prolongado bombardeo holandés desde barcazas artilladas, los 600 españoles que sobrevivían en la fortaleza se rindieron el 30 de abril para gran indignación de Olivares: «Pues veo, señor, que se ha perdido la mayor joya que el Rey nuestro señor tenía en esos estados para poder acomodar sus cosas con gloria […] grande golpe, señor, para el Rey nuestro señor, grande para toda España».

A falta de Esquenque, el Conde Duque se conformaba, al menos, con que se año se recuperara Helmond, Eindhoven o cualquier otra plaza holandesa.

Un giro inesperado en la guerra

Cuando el Cardenal-Infante parecía dispuesto a contestar con todas sus fuerzas a la pérdida de Esquenque sobre la frontera holandesa, tomó una sorprendente decisión de espaldas a Madrid: inició una maniobra de diversión en la frontera con Francia. Si Fernando había recibido un ejército tan nutrido, cerca de 70.000 hombres, reforzado con tropas imperiales, era para restablecer la autoridad en Flandes tras la serie de victorias holandesas entre 1629 y 1634. De ahí lo inesperado de su ataque hacia Francia y que su decisión fuera vista en la corte como fruto del afán personal. Él se justificaría en el valor de la improvisación sobre el terreno y en que las tropas del Emperador estaban entretenidas en Alemania, dejando a Richelieu las manos demasiado libres.

Sin apenas preparación y sin acciones de apoyo en otros frentes, el Cardenal-Infante invadió en el verano de 1636 el territorio francés con solo 18.000 hombres, armados con un equipo ligero y una elevada cantidad de caballería. La ocurrencia del Infante Fernando desmontó de un soplido las defensas francesas, que esperaban todo menos un ataque rápido, y colocó en bandeja la toma de Le Câtelet, una de las fortalezas más sólidas del país, que no resistió más de tres días de bombardeo desde los morteros portátiles.


El Cardenal-Infante por Gaspar de Crayer

El 7 de agosto, los españoles pusieron bajo asedio la plaza fuerte de Corbie, a pocos kilómetros de París. La fortaleza solo resistió una semana y, con su caída, dejó vía libre para alcanzar París, donde el pánico se extendió por sus calles y la Familia Real, a excepción del Rey, fue evacuada de la ciudad.

Aunque algunos oficiales, como el general imperial Ottavio Piccolomini, instaron al Cardenal Infante a ordenar cruzar el río Somme hasta la capital, el hermanísimo rechazó esta posibilidad. Ciertamente las defensas francesas estaban completamente desordenadas y nunca más España lograría una oportunidad parecida, si bien también era cierto que sin una línea de suministros y con tan pocos efectivos la invasión tenía fecha de caducidad. El comandante español ordenó la retirada y hacia comienzos de septiembre no quedaban tropas españolas en suelo francés.

Se cree que la muerte de Fernando fue provocada por una úlcera de estómago. Lo cual no evitó que surgieran los habituales rumores que apuntaban a un envenenamiento

El Cardenal Richelieu, tan conmocionado como cualquiera en París ante los inesperados acontecimientos, celebró que la invasión quedara al final en un susto. El Conde Duque, por su parte, lamentó que los españoles se hubieran retirado del Somme y no hubieran hecho suficiente para mantener Corbie. Es más, el Cardenal Olivares se obsesionó en los siguientes años con repetir la jugada con sendas invasiones desde Cataluña y Flandes que salieron torcidas. La estrategia ordenada por la Corte de asumir, de pronto, una actitud defensiva en Holanda y ofensiva en Francia se saldó, una vez se disipó el efecto sorpresa, con más fracasos que éxitos. Precisamente la recuperación holandesa de Breda en 1637, la plaza que Spínola logró rendir tras mucho esfuerzo doce años antes, fue posible porque la obsesión de Olivares por el frente francés descuidó la defensa en Flandes.

«El año de Corbie» fue la última humillación a los franceses antes del primer derrumbe serio de los ejércitos españoles. Faltaban cabezas, como diría Olivares. Faltaba Spínola, faltaba el Duque de Feria… e iba a faltar el cardenal guerrero. Con su reputación manchada en la corte por su actitud poco obediente, y en medio de la peligrosa rebelión de Portugal, Fernando cayó enfermo durante una batalla y falleció en Bruselas el 9 de noviembre de 1641.

Se cree que su muerte fue provocada por una úlcera de estómago. Lo cual no evitó que surgieran los habituales rumores que apuntaban a un envenenamiento, tal vez ordenado por Olivares, como causa de un fallecimiento que dejó huérfano al Imperio español de su mejor general en activo. Al igual que su hermano, también Fernando emuló la fama de don juan y dejó algunos hijos bastardos. A todas luces, sobraban bastardos y faltaban herederos válidos y militares con su imaginación.

Fuenteabc.es
Fecha de publicaciónabril 20, 2020

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