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El brutal confinamiento de 2 meses de Viena: el asedio musulmán que pudo cambiar la historia de Occidente

César Cervera

Desde Constantinopla a Belgrado, otras ciudades cristianas en Oriente habían caído bajo el martillo turco. Viena estuvo cerca de seguir su mismo destino

No era la primera vez que los turcos trataban de asediar Viena, que marcaba los límites entre la Europa oriental y la occidental. En 1529, los turcos estuvieron a punto de tomar la ciudad, corazón de las posesiones Habsburgo, en un asedio donde un grupo de arcabuceros españoles tuvieron un papel protagonista. Lo verdaderamente excepcional de la intentona de 1683, aparte de lo cerca que estuvo la victoria musulmana, es que ocurriera cuando los vientos de la historia parecían girar justo en la dirección contraria. Austria temía más al oeste que al este. De la terrible encrucijada, el mundo cristiano salió reforzado y el Imperio otomano, agotado.

Guardada ya en un cajón oscuro la Guerra de los 30 años, Austria miraba a Turquía como una potencia en declive a finales del siglo XVII. Un imperio al que ya no tenía sentido pagarle vasallaje para evitar sus ataques. Los Habsburgo de la rama vienesa hasta soñaban con recuperar toda Hungría para la cristiandad y crear una frontera militar a muchos kilómetros de Austria. Sus planes de futuro se vieron, sin embargo, interrumpidos por un último arrebato otomano que puso a Viena contra las cuerdas.

Un hierro en el camino turco

El gran visir Kara Mustafá, del que Mehmed IV cada vez desconfiaba más, buscó un golpe de efecto para salvar su puesto y, al mismo tiempo, lograr que su imperio recobrara fama internacional. Aprovechando que el emperador Leopoldo I estaba distraído con la amenaza que suponía Luis XIV de Francia hacia toda posesión Habsburgo, los turcos fueron congregando al mayor ejército musulmán desde los tiempos de Saladino, más de 90.000 hombres. En 1681 se interesaron por Ucrania, objetivo que pronto abandonaron para centrarse en la presa austriaca. Dos años después encontraron la ocasión para ello en una rebelión en Hungría que, además, sumó tropas a su causa.

Portada del libri «Por Dios y el káiser»
Portada del libri «Por Dios y el káiser»

Las tropas Habsburgo, con una caballería en auge y una infantería más bien mediocre, reunían en ese momento 30.000 soldados, de los cuales solo quedaron en Viena 12.000, entre ellos la guardia de la ciudad y otros tantos voluntarios. Carlos de Lorena, el mejor general del que disponía en ese momento Leopoldo I, se encargó de hostigar el avance turco. Lo consiguió, pero solo unos días. El 8 de julio entró en Viena para avisar de que el ataque era ya inevitable.

Carlos de Lorena marchó en busca de ayuda. El propio Emperador había ya abandonado Viena junto a su familia para no arriesgarse a un asedio incierto. Dentro de la ciudad quedó como principal mando Ernst Rüdiger Starhemberg, responsable de las medidas draconianas que salvaron Viena. Como cuenta el historiador Richard Bassett en el libro «Por Dios y por el káiser» (Desperta Ferro, 2018), este militar de carácter fiero y valiente exprimió a la población civil en busca de reclutas para unirse a la defensa, ordenó construir empalizadas exteriores, ahondar el foso y levantar barricadas en las propias calles por si caían las murallas. En ningún momento titubeó. La población de Viena respondió a este confinamiento extremo de forma ejemplar y se sumó al esfuerzo por salvar la ciudad. Cada familia reunió en sus casas comida para al menos un mes.

A falta de dinero para pagar la guarnición, varios nobles pusieron el dinero de su propio bolsillo o fueron directamente objeto de confiscaciones. Un rico judío llamado Samuel Oppenheimer, que se había salvado de milagro de la expulsión de las personas de este credo una década antes, realizó una contribución crucial en esos días. El propio Starhemberg donó más de mil litros de vino para las tropas. De nada servía el vino o el oro una vez fallecido…

Granadas contra bolas de azufre ardiente

Con el fin de atenuar el pánico y las fakes news, Starhemberg exigió que se silenciaran las campanas de toda la ciudad a excepción de las de la catedral de San Esteban, que fue usado como principal puesto de observación. El estricto general incendió barrios enteros para aumentar la visibilidad de los artilleros y creó terraplenes artificiales para colocar la artillería. Los suburbios de alrededor fueron demolidos para que no sirvieran de protección al enemigo. Todas las piedras de los pavimentos fueron levantadas para reforzar los muros de la ciudad y, de paso, evitar que con las explosiones hicieran las veces de metralla.

El ingeniero Georg Rimpler se encargó de reforzar las murallas y los bastiones de la ciudad, cuya guarnición esperaba suplir su inferioridad numérica con más y mejor artillera, 312 cañones frente a los 112 turcos, pero la posibilidad de perder la joya de los Habsburgo era igualmente muy alta. Desde Constantinopla a Belgrado, otras ciudades cristianas en Oriente habían caído bajo el martillo turco. Los jenízaros estaban considerada todavía la mejor infantería en el cuerpo a cuerpo del mundo.

Consciente de su carencia artillera, Mustafá se concentró en derrumbar las murallas usando minas subterráneas de gran tamaño. Y si bien los austriacos tenían granadas de mano, los turcos emplearon bolas de azufre ardiente, todavía más devastadoras.

Vista de Viena con sus recintos de Josefstadt, 1690
Vista de Viena con sus recintos de Josefstadt, 1690

Starhemberg desplegó su infantería a lo largo de la actual zona del palacio de Hofburg y se preparó para la colisión. Los turcos recibieron una lluvia de cañonazos en los primeros días, pero en cuanto lograron cavar amplias zanjas desarrollaron on calma las obras de asedio y sus famosos túneles. El día 15, una bala hirió al comandante cristiano, que durante una semana tuvo que dirigir la defensa desde su casa. Incendios, casas destruidas, cadáveres en las esquinas… el vigor de los primeros ataques otomanos, especialmente los de su temida infantería, se tradujo en un infierno para los vieneses. Las salidad de la caballería cristiana permitió aliviar la presión en algunos puntos y traer ganado de los territorios de alrededor. Solo así sobrevivieron al hambre.

Durante los primeros diez días, a pesar de la cascada de malas noticias, los vieneses soportaron los rigores del asedio con entereza. El estallido de dos minas turcas el 23 de julio y la consiguiente lucha por hacerse por el hueco provocado por el caos abrió la puerta a un derramamiento constante de sangre austriaca que, bien lo sabía Starhemberg, resultaba insoportable para sus reducidas unidades. Testigo de aquellos días es el laberíntico mapa subterráneo que vive bajo la actual Viena.Los turcos recibieron una lluvia de cañonazos en los primeros días, pero en cuanto lograron cavar amplias zanjas pudieron iniciar con calma las obras de asedio.

El 29 de julio, la tétrica rutina de cada día se vio interrumpida por la explosión de una nueva mina, que se tragó literalmente todo un regimiento. Así fue ocurriendo con distintos tramos de la muralla hasta que de tantos mordiscos apenas quedaba ya un tramo que defender.

Con cientos de muertos pudriéndose alrededor de la ciudad y las iglesias atestadas de cadáveres y heridos, la disentería noqueó a los defensores a mediados de agosto. Starhemberg, convaleciente de otra enfermedad, ordenó excavar fosas comunes y estableció medidas sanitarias para acabar con la sangría. La situación era desesperada dentro de la ciudad, mientras la fuerza de socorro seguía sin dar señales de vida.

«Envíen ayuda AHORA»

Cada vez con menos muralla que proteger, la defensa se fue trasladando a las barricadas a pie de calle y las salidas convirtiéndose en cargas a la desesperada. El 27 de agosto, una de las salidas de la caballería acabó en desastre con importantes bajas. Ese mismo día, Starhemberg lanzó 36 cohetes al cielo y envió mensajes agónicos al Duque de Lorena, allí donde estuviera, con un contenido muy directo: «Envíen ayuda AHORA, de inmediato. Situación desesperada».

Retrato de Starhemberg.
Retrato de Starhemberg.

Sin murallas y afectados por las epidemias, apenas resistían 4.000 hombres en pie para esas fechas. Las opciones eran pocas a principios de septiembre…Un pueblo llamado Perchtoldsdorft que había acordado rendirse en los primeros días a cambio de que se respetaran sus vidas fue masacrado a continuación de permitir el paso musulmán. No había otra salida que luchar y luego seguir luchando.

Los turcos redoblaron sus bombardeos día y noche, dirigidos contra la mismísima catedral, así como los asaltos a las mismas posiciones. Una y otra vez. Hasta la locura. Señala el historiador Richard Bassett en el libro «Por Dios y por el káiser» que «en cada esquina de la ciudad se recaban oraciones pidiendo que vinieran a liberarlos».

El 4 de septiembre, los turcos explotaron una mina bajo el bastión Burg, una posición hasta entonces inexpugnable y entraron por el hueco con 4.000 jenízaros encabezados por el visir. Por fortuna para los austriacos, el lugar ya había sido abandonado ante el ruido de movimiento subterráneo. En las siguientes dos horas se produjo una brutal lucha cuerpo a cuerpo entre atacantes y defensores, con cientos de cadáveres caídos en pocos metros, y Starhemberg dirigiendo las unidades de reserva.

Tras aquel asalto y otro la semana siguiente que casi llega a un desenlace favorable para los turcos, Starhemberg comprendió que estaba al límite de sus fuerzas. Pidió a todos los ciudadanos sanos que se armaran y que establecieran una última defensa, ya sin murallas, en la plaza Freyung, cerca de la antigua puerta de Schottentor. Era el final del camino.Austriacos y otomanos siguieron enfrentándose muchas décadas más, con importantes derrotas de ambos, pero a partir de entonces en lugares muy lejos de la capital

El 7 de septiembre por la noche unos cohetes iluminaron el cielo. Era la señal acordada para la llegada de un ejército de socorro de 68.000 soldados encabezada por Carlos de Lorena y el Rey de Polonia, Jan Sobieski, que aportó una cantidad importante de tropas de su país. El ejército de socorro había recorrido 350 kilómetros en solo quince días y había tenido que solucionar sobre la marcha unos problemas logísticos del tamaño de sus huestes, incluida la incapacidad de cruzar el Danubio, lo que retrasó la expedición hasta que se pudo construir un puente a contrarreloj.

El 12 de septiembre, Carlos de Lorena y sus aliados cargaron desde el bosque de Viena «como una piara de cerdos enloquecidos», en palabras de uno de los generales turcos, hasta provocar la huida enemiga en una sola jornada. Ni siquiera los aliados habían planeado una victoria tan fácil, pero la moral turca tras dos meses de asedio estaba también muy erosionada. El visir fue ejecutado en Belgrado por el comandante de las tropas de jenízaros.

Las tropas cristianas persiguieron a los musulmanes hacia Hungría y, en 1687, lograron expulsarlos más allá del Danubio en lo que supuso el cierre de una herida que duraba más de un siglo. Austriacos y otomanos siguieron enfrentándose muchas décadas más, con importantes derrotas y victorias por ambas partes, pero a partir de entonces en lugares muy lejos de la capital. La bella Viena dejó de ser parte de la frontera militar entre dos mundos.

Fuenteabc.es
Fecha de publicaciónmayo 05, 2020

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