Introducción
Del desastre de la conocida «noche triste» Hernán Cortés sacó varias conclusiones, pero la más importante era que para conquistar la capital era necesario eliminar el acoso de canoas y piraguas enemigas. Después de la gloriosa y extraordinaria victoria de Otumba los agotados conquistadores regresaron a Tlaxcala para recuperar a los numerosos heridos. En ese momento muchos de sus seguidores le presionaron para volver a Cuba, pues creían que ya habían tenido suficiente con lo vivido en pasadas jornadas; además, muchos mantenían intereses en la isla. Pero Cortés consideró el regreso como una traición a la Corona y una deslealtad a sus aliados, y decidió preparar el asalto a la capital. Para mantener activas a sus tropas organizó una campaña de castigo por territorios próximos a Tepeaca, donde tribus, que hasta entonces eran leales, habían matado a un grupo de españoles que cruzaban su territorio.
Construcción de bergantines y transporte a Texcoco. Al comprobar que el constructor de barcos Martín López había sobrevivido en la huida de la capital, le ordenó construir trece bergantines de diferentes tamaños, similares a los que habían utilizado cuando retenían prisionero a Moctezuma, y que utilizaban para darle paseos2 por el lago. Las velas, jarcias y herrajes, procedentes de los buques desmantelados, los transportarían a Tlaxcala desde la Villa Rica de Veracruz. Con los pertrechos vendrían unas cuadernas de un bergantín antiguo para que sirvieran de modelo. Comenzó la corta de madera y su ensamblaje con una valiosa ayuda indígena y, una vez finalizados los navíos, para poder comprobar su estanqueidad y flotabilidad se construyó un pequeño embalse aprovechando las aguas del rio Zahuapan. Hernán Cortés había decido establecer su cuartel general en Texcoco, lugar cercano al lago, que hasta hacía poco tiempo formaba una alianza con Tenochtitlan y Tacuba; eran las cabezas del imperio mexica, aunque la capital lideraba la coalición. Una vez que los llamados bergantines estuvieron listos y comprobados, Cortés envió a Sandoval, uno de sus lugartenientes preferidos, con un grupo de castellanos y texcocanos a los que se unirían veinte mil tlaxcaltecas para escoltar una inmensa caravana.
Los navíos despiezados, así como sus pertrechos, se transportarían a hombros de ocho mil tamames, al no disponer de animales de carga. Estos tamames se ocupaban del transporte de mercancías a lo largo del territorio mexicano. La caravana atravesó con dificultad varios pasos de montaña en un trayecto de casi cien kilómetros donde esperaban posibles ataques de guerreros mexicas; se divisaron varios grupos, pero no llegaron a atacar. Al cuarto día de marcha entraron en Texcoco con todos los honores y un estruendoso sonido de tambores y caracolas. Hernán Cortés, revestido con sus mejores galas y acompañado por sus capitanes y caciques aliados, presenciaron orgullosos la parada, que dada su longitud tardaron seis horas en desfilar. Castellanos y tlaxcaltecas animaban el desfile con gritos de entusiasmo: ¡CASTILLA Y TLAXCALA! ¡LARGA VIDA AL EMPERADOR! Quedaba patente que era inimaginable la conquista de la capital sin la ayuda de los tlaxcaltecas, sus más fieles aliados, así como de los texcocanos y otros pueblos que trataban de desembarazarse del yugo mexica.