Ha dejado claro desde un inicio que la operación militar contra el coronavirus es para él una guerra. El JEMAD participó en misiones en Kuwait, Bosnia y Ruanda
El general Miguel Ángel Villarroya ha acuñado a lo largo de un mes de estado de alarma un estilo propio. Cada día, alrededor del mediodía, el jefe del Estado Mayor de la Defensa aparece en la pantalla de todas las televisiones de un país confinado en sus hogares para dar cuenta de la evolución de la intervención de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el coronavirus. Ha dejado claro desde un inicio que la misión es para él eso. Una lucha. Una guerra. Y ha popularizado un lenguaje épico y muy personal para describir la batalla.
No puede ocultar que es un tipo duro. «Soy el sargento de artillería Highway. He bebido más cerveza, he meado más sangre y he chafado más huevos que todos vosotros juntos», decía Clint Eastwood en ‘El sargento de hierro’. Salvando las distancias, la nacionalidad y el uso de términos soeces, Villarroya tiene algo que recuerda a esos militares cinematográficos, recios como el cuero viejo pero que dejan adivinar un interior suave. Se aprecia sobre todo en determinados momentos de sus intervenciones. El gesto cuando se refiere a las labores más tristes, como el traslado de fallecidos o la situación de las residencias de ancianos que la UME ha ido desinfectando en todas las esquinas del territorio nacional.
Sus comparecencias diarias han dejado ya frases para el recuerdo de la pandemia. «Todos somos soldados», aseguró en una de ellas. «Todos los días son lunes en tiempos del coronavirus», dijo en otra. Este lunes eterno que parece no pasar le sirvió de hilo conductor durante varias jornadas y acabó aclarando que lo que quiere, lo que le impulsa, es volver a colocar cada día en su lugar de la semana. Porque su cometido actual es, sin duda, el más importante de su carrera. «Desde luego, este», no tarda en asegurar cuando se le pregunta cuál ha sido el mayor reto de su vida profesional.
Desde sus primeros pasos en el Ejército hasta el atril de las ruedas de prensa en Moncloa, han pasado 43 años. Villarroya, que cumplirá 63 el próximo mayo, nació en un pequeño pueblo de poco más de 600 habitantes en la provincia de Tarragona, La Galera, y es el primer militar de su familia. Su padre era ingeniero, sus abuelos médicos, su hermano controlador aéreo. Sin embargo, él siempre quiso pertenecer a las Fuerzas Armadas y ser aviador. Ambas cosas iban unidas. Volar y ser soldado. Ser soldado y volar.
Para alcanzar su objetivo comenzó por la aviación civil. Empezó volando avionetas en aeroclubs y después, ya en la academia, pasó a aviones de enseñanza, en aquella época los T6 de Texan o la Mentor. Su carrera le llevó a otras cabinas. Hércules, C-130, Boeing 707, Falcon 900, Airbus 310. Más de 25 años en unidades de vuelo, 10.000 horas en el aire. Traslada esta pasión a sus apariciones públicas diarias que vienen salpicadas de metáforas y símiles aeronáuticos. «Es el momento de demostrar grandeza de espíritu. Vienen turbulencias pero detrás de la tormenta está el aeropuerto en el que vamos a aterrizar», dijo, por ejemplo, en una de ellas.
Tras salir de la academia en el 80 se fogueó en operaciones militares en las que participaba España. Comenzó con apoyo logístico en lugares como Angola o Namibia. Más adelante, allá por los 90, intervino ya de forma directa en la campaña de liberación de Kuwait, en la operación Provide Confort, diseñada para apoyar a los kurdos después de la guerra de Irak o en las distintas etapas de la guerra de Bosnia, desde 1994 hasta 2000. Sus más cercanos aseguran que, entre todas, una misión le marcó de forma especial: la sangrienta guerra civil de Ruanda, donde la cifra de muertos alcanzó las 800.000 personas.
Nombrado Jemad el pasado enero, Villarroya obtuvo antes de eso la confianza de las dos últimas ministras de Defensa. Primero, María Dolores de Cospedal y, después, Margarita Robles le designaron como director de su Gabinete Técnico. En los últimos 20 años había ocupado distintos puestos de responsabilidad. Desde la jefatura de las Fuerzas Aéreas en la Base de Torrejón hasta la del Mando Aéreo de Canarias.
Villarroya, el aviador, tiene otras aficiones. Le encanta la novela histórica y practica buceo siempre que se lo permiten sus obligaciones. También otras pasiones. Su familia. Dos hijos y tres nietos aún muy pequeños. Su hogar, que sigue siendo Cataluña aunque ahora viva lejos. Esta situación —dice su entorno— le preocupa a nivel personal como a cualquier ciudadano y los suyos lo viven con pesadumbre aunque también con la esperanza de ver un poco más cerca cada día el final. «¿Qué hará cuando esto acabe?», preguntamos a quienes le tratan. «Celebrarlo. Cuando acabe lo celebraremos todos», responden.