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El largo brazo de los ayatolás: viaje por los servicios secretos iraníes en Europa

Ignacio Cembrero

El director de una agencia de prensa de Irán juzgado por publicar una entrevista con un exembajador crítico con las actuaciones de los servicios secretos en Teherán en la UE

Ali Motaghian no ha sido nunca un periodista crítico con Teherán. Por eso el régimen de los ayatolás le confió la dirección de ISNA, una agencia de prensa fundada hace veinte años y dedicada al mundo universitario, aunque después abarcó muchos otros temas. Cofinanciada por el Estado y por una asociación estudiantil, no es un medio independiente, aunque en el contexto iraní sí puede ser consierado aperturista.

Motaghian está pendiente de una sentencia que le condenará hasta dos años de cárcel, 75 latigazos y una multa, según denunció el Comité de Protección de Periodistas, con sede en Nueva York, en un comunicado el pasado 3 de junio. La información, algo imprecisa, que proporciona este órgano de apoyo a los periodistas parte de las noticias publicadas por dos agencias de prensa iraníes, una semioficial (ILNA, según sus siglas en inglés) y otra vinculada a la judicatura (Mizan).

¿Qué crimen ha cometido Motaghian? El 23 de enero de 2019, uno de sus periodistas, Akram Ehghaghi, publicó en ISNA una entrevista con Ali Majedi, un diplomático iraní jubilado que fue cuatro años embajador en Berlín (2014-18). En ella se quejaba de que los países europeos “padecen una política dual por parte de Irán”, la de la diplomacia, por un lado, y la de los servicios secretos, por otro.

Los europeos “tienen pruebas de sus afirmaciones y es ahí donde estas actuaciones [de los servicios secretos] perturban los sentimientos de confianza y seguridad”, añadía el exembajador. “Internamente nos enfrentamos al desafío de las operaciones clandestinas”, proseguía. “¿Podemos negar que fuera del país se llevan a cabo estas operaciones?”, se preguntaba. “Son operaciones que dañan la confianza”, reconocía. Aunque no se desarrollan bajo la autoridad ni el conocimiento del Ministerio de Asuntos Exteriores “se efectúan, en última instancia, bajo el nombre de Irán”. “Algunos piensan, desgraciadamente, que estas operaciones clandestinas pueden proteger los intereses del país, pero es un error”, concluía.

Turbulentas embajadas

El Ministerio de Exteriores iraní publicó de inmediato un comunicado desmarcándose de las declaraciones de Ali Majedi que constituían la “opinión personal” de un diplomático jubilado. Los Guardianes de la Revolución, una rama de las Fuerzas Armadas iraníes que posee su propia agencia de inteligencia, fue más allá y denunció al autor de la entrevista y al director de la agencia de noticias por “propagar noticias falsas que perturban el orden público”. El tribunal absolvió rápidamente al periodista, pero sigue sopesando la condena a imponer a Ali Motaghian.

El exembajador, que no parece haber sido investigado por la Justicia, sabía muy bien de qué hablaba cuando subrayó las divergentes, quizás contradictorias, actuaciones de la diplomacia y de los servicios secretos. Desde Berlín vivió de cerca la que ha sido quizás la mayor operación de la inteligencia iraní en Europa de estos últimos años aunque, a diferencia de otras, no se saldó con muertos. En ella se vieron involucradas las agencias de inteligencia y policías de cinco países europeos además del Mossad israelí.

El 2 de julio de 2018, la policía alemana detuvo cerca de la frontera con Austria a Assadollah Assadi, de 48 años, tercer secretario de la Embajada de Irán en Viena y también jefe de la inteligencia iraní en ese país. Se sospecha que sus responsabilidades abarcaban al conjunto de Europa. Al estar fuera de Austria no gozaba de inmunidad diplomática.

Assadi regresaba por tierra de un viaje a Bélgica y Luxemburgo. En la terraza de una cafetería del Gran Ducado se había reunido con Amin Saadouni, de 40 años, un belga de origen iraní residente en Amberes, que había reclutado años atrás. Le informaba de las actividades, sobre todo en Francia, de los Muyahidines Khalq, reconvertidos en el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán (CNRI).

El CNRI es uno de los dos grandes grupos de oposición al régimen. Por su carácter violento llegó a figurar en la lista de organizaciones terroristas extranjeras de EEUU. En España es sobre todo conocido por haber ayudado con un millón de euros a fundar en 2013 el partido ultraderechista Vox, según reveló El País, y sufragar unos meses los sueldos de sus de sus líderes, Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros.

Golpear en la periferia de París

Assadi le dijo en Luxemburgo a su colaborador que no bastaba ya con recabar información sino que era necesario pasar a la acción el 30 de junio de 2018 en Villepinte, en la periferia de París, donde Maryam Rajavi, presidente del CNRI, había convocado la conferencia anual de este movimiento opositor. En ella iba a tomar la palabra Rudy Giuliani, abogado personal del presidente Donald Trump. Giuliani es, junto con John Bolton, que fue consejero de Seguridad Nacional de Trump, uno de los impulsores de la supresión del CNRI de la lista de grupos terroristas.

Mucho antes de que fuera eximido de sus pecados terroristas, el Mossad israelí ya entrenaba a los hombres del CNRI para que perpetraran atentados que, mediante bombas lapa colocadas en los bajos de sus coches, costaron la vida a científicos iraníes involucrados en el programa nuclear, según reveló la televisión estadounidense NBC en un programa emitido en 2012.

Amin Saadouni aceptó el encargo de su reclutador cuya identidad desconocía aunque sabía a qué agencia pertenecía. Este le entregó un artefacto explosivo compuesto por medio kilo de peróxido de acetona (TATP) que debía hacer estallar en plena conferencia. Cuando el 30 de junio por la mañana Saadouni y su esposa, Nasimeh Naamani, de 36 años, ponían rumbo a París desde Woluwe Saint-Pierre (Bruselas) a bordo de un Mercedes, una unidad especial de la policía federal belga les dio el alto. Al mismo tiempo, en París, era detenido Merhad A., un cómplice que les debía dar apoyo.

Rudy Giuliani. (Reuters)
Rudy Giuliani. (Reuters)

El golpe terrorista fue abortado gracias a informaciones que el Mossad israelí comunicó a sus interlocutores europeos incitándoles a seguir los pasos del espía Assadi, según reveló el diario estadounidense The Wall Street Journal. Este fue extraditado, en el verano del año pasado, por Alemania a Bélgica donde aún no ha sido juzgado.

La suerte corrida por Assadi ha provocado tensiones entre la diplomacia y los servicios secretos iraníes. El ministro iraní de Exteriores, Javad Zarif, aseguró que la trama había sido organizada por los enemigos de su país para crear una brecha entre Teherán y Europa justo al mes siguiente de que Trump rompiese el acuerdo nuclear con Irán al que sí seguían aferradas las otras tres potencias occidentales firmantes (Francia, Alemania y Reino Unido).

El malestar de la inteligencia iraní quedó patente en algunos artículos publicados el año pasado por Keyhan, el más conservador de los diarios de Teherán. “Es interesante constatar que el embajador de Irán en Austria no ha reaccionado tras la detención de su diplomático”, se lamentaba. “El Ministerio de Asuntos Exteriores todavía no ha sido capaz de pedir a los países europeos que respeten los derechos básicos de ese diplomático iraní (…)”, añadía. “(…) prefiere ignorar el asunto recurriendo al silencio y a la sonrisa”.

En otras ocasiones los servicios secretos de Teherán sí han cosechado éxitos. A finales de 2015 sus agentes descubrieron que el modesto electricista Ali Motadem, de 56 años, que vivía con su esposa afgana en Almere (Países Bajos) desde hace décadas, era, en realidad, Mohammad Reza Kolahi, el presunto autor del atentado contra la sede de Partido Islámico Republicano que 34 años antes había costado la vida a 73 personas. Fue asesinado cerca de su domicilio.

La mano negra saudí

Junto con el CNRI, respaldado en ocasiones por Israel y por la Administración Trump, el otro gran enemigo del régimen de los ayatolás es el Movimiento de Lucha Árabe para la Liberación de Ahvaz, que reivindica la independencia de la provincia petrolera de Juzestán -donde vive buena parte de la minoría árabe de Irán-. En noviembre de 2017, el fundador de este movimiento, Ahmad Molla Nissi, de 52 años, fue también asesinado en la puerta de su casa en La Haya. “El conflicto entre Arabia Saudí e Irán se está extendiendo a Europa”, advirtió, tras su muerte, su hija en una declaración a la agencia Reuters.

La relación de las autoridades de Riad con los separatistas árabes es tan estrecha que en febrero pasado la policía danesa detuvo, por encargo del Politiets Efterretningstjeneste (servicio secreto), a tres de sus miembros residentes en Ringsted (suroeste de Copenhague) acusados de espiar y promover actividades terroristas contra Irán por encargo de Arabia Saudí.Además del apoyo saudí, el movimiento cuenta también con la ayuda de los Emiratos Árabes Unidos.

Las potencias occidentales no suelen reaccionar con la misma severidad ante las embestidas iraníes y saudíes. El ministro danés de Asuntos Exteriores, Jeppe Kofod, intentó, sin embargo, el miércoles pasado demostrar que su país no aplicaba una doble vara de medir. Convocó al embajador saudí en Copenhague y contó en Twitter que había llamado a su homólogo saudí, Faisal bin Farhan Al Saud, para decirle que “(…) el Gobierno danés no aceptará en su territorio ninguna actividad relacionada con el terrorismo”.

Contra los separatistas árabes

Tan solo cuatro meses después del fracaso de su operación en París, la inteligencia iraní volvió a las andadas esta vez en Dinamarca. Intentó asestar un golpe al movimiento separatista árabe atentando contra uno de sus capitostes, Habib Jabor, residente en ese país. Quería vengar así la matanza que cinco de sus hombres habían provocado en Ahvaz, el 22 de septiembre de 2018, al abrir fuego contra un desfile militar causando 25 muertos, 14 de ellos miembros de los Guardianes de la Revolución. El líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, anunció personalmente un “severo castigo” para los autores intelectuales de la masacre.

El servicio secreto danés paró el golpe el 28 de septiembre provocando, para localizar un Volvo negro procedente de Suecia y su conductor, unos gigantescos atascos en Copenhague y en el puente que conduce al país vecino. Finn Borch Andersen, el jefe de la inteligencia danesa, acusó públicamente a Irán. Su actuación es “totalmente inaceptable”, recalcó el primer ministro Lars Lokke Rasmussen, y llamó a consultas a su embajador en Teherán.

El episodio danés colmó la paciencia de los europeos. El 8 de enero de 2019 la UE aprobó sanciones específicas contra el titular del Ministerio de Inteligencia iraní, Mahmud Alavi, y varios de sus colaboradores. Pasaron a formar parte de la lista negra de los viajeros que no pueden entrar en Europa y sus haberes fueron bloqueados.

En España en los 80

Las tramas del espionaje saudí en Europa no pasan ya, aparentemente, por España. En los años ochenta, poco después del triunfo de la revolución islámica, Madrid y Barcelona eran sus escenarios preferidos. En las calles Muntaner, de Barcelona, y Bobilés, de Hospitalet de Llobregat, poseyeron un centro logístico que “permitía operar tanto en España como el resto de Europa”, según relata Domingo Jiménez Martín en su artículo “Acciones de grupos terroristas del Próximo Oriente en España 1975-1985” publicado por el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado.

En aquellos años planearon cuatro atentados en España: el secuestro de un avión de línea saudí que enlazaba Madrid con Yeda; el ataque con lanzagranadas contra otro aparato civil que despegase de El Prat; la voladura de un grupo de opositores iraníes que se reunían en el madrileño parque de El Retiro y del Centro Cultural Iraquí en Madrid. Este fue el único que perpetraron destruyendo su sede, en septiembre de 1982, pero sin causar muertos. La policía detuvo a tres terroristas a sueldo y el Gobierno expulsó a Mohamed Jaafar Nikman, agregado de la Embajada iraní que les había suministrado un arsenal de armas.

Fecha de publicaciónjunio 15, 2020

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