La crisis causada por el COVID-19 tendrá profundos efectos militares y forzará una realineación geopolítica que, según los expertos consultados por Efe, dejará descolgada a Rusia y permitirá a Estados Unidos afianzar su liderazgo, o bien, la ascensión de China como nueva superpotencia militar.
Desde hace siglos, los estrategas militares han entendido perfectamente la capacidad de destrucción de las armas biológicas. En la antigüedad, los romanos arrojaban carroña a los pozos para causar enfermedades en sus adversarios. Pero quizás el mejor ejemplo de cómo un ejército ha utilizado directamente patógenos para intentar doblegar a su adversario es el de la ciudad de Caffa, hoy llamada Feodosia, en la península de Crimea.
EL «ÉXITO» DE LA PESTE NEGRA
En la primera mitad del siglo XIV, la ciudad, que había sido adquirida el siglo anterior por la República de Génova, fue sitiada en varias ocasiones por ejércitos mongoles, hasta que en 1437, para acelerar la toma de la ciudad situada a orillas del Mar Negro, las fuerzas tártaras de la Horda de Oro decidieron catapultar a Caffa los cadáveres de soldados muertos a consecuencia de la peste negra, una enfermedad originada en Asia y que era transmitida por roedores.
La peste negra, causada por una bacteria, está considerada como la pandemia más mortal de la historia de la humanidad: provocó la muerte de entre 75 y 100 millones de personas en todo el mundo, del 15 al 20 % de la población del planeta en esos momentos.
Aquel terrible episodio demostró la devastación incontrolada que puede causar un agente biológico, y esa es la razón por la que en la historia moderna los casos del uso de bioarmas son extremadamente raros.
No obstante, eso no significa que los estrategas militares ignoren el potencial de las armas biológicas. En la Estrategia Nacional de Biodefensa de Estados Unidos, redactada en 2018, se señala que «las amenazas biológicas, ya sean de origen natural, accidental o intencional, están entre las amenazas más graves que encara Estados Unidos y la comunidad internacional» y reconoce que «múltiples naciones han establecido programas clandestinos» mientras que «varios grupos terroristas han intentado» adquirirlos.
Los expertos militares consultados por Efe coinciden en que ninguna de las principales potencias militares del mundo tienen actualmente interés en el uso de este tipo de armas, entre otras razones porque son difíciles de controlar y sus efectos son impredecibles.
A pesar de ello, y de que la Convención de Armas Biológicas de 1972 prohíbe su desarrollo y producción, las tres grandes potencias militares del mundo, Estados Unidos, Rusia y China, mantienen programas para estudiar la utilización militar de patógenos.
Dan Smith, director del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), explica a Efe cómo los países se aprovechan de la convención para hacer lo que no deberían poder hacer: «La convención permite investigar contramedidas a las armas biológicas -dice-. Y para protegerte contra armas biológicas, necesitas comprender cuáles son los medios ofensivos».
Aunque la existencia o no de arsenales de armas biológicas es quizás el mejor secreto militar del mundo, y que se cree que la antigua Unión Soviética tenía en marcha un vasto programa militar de desarrollo de bioarmas, Smith considera que en la actualidad ninguna de las tres superpotencias tienen en estos momentos un programa activo de desarrollo en esa línea de acción.
DOCTRINA MILITAR
Michael Mazarr, uno de los principales especialistas en ciencia política de RAND Corporation y ex profesor en el prestigioso Colegio Nacional de Guerra de Estados Unidos, también coincide con que Washington, Moscú y Pekín no incluyen las armas biológicas en su doctrina militar.
«Por lo que yo sé, ni la doctrina militar de China ni la de Rusia incluyen un uso significativo de armas biológicas en ningún escenario de conflicto. Los dos tienen en marcha un amplio rango de doctrinas militares emergentes e innovadoras que no incluyen bioarmas», asegura.
Lo mismo se aplica a potencias militares intermedias.
Mazarr añade que incluso a las naciones que Estados Unidos considera irracionales, principalmente Corea del Norte e Irán, no se les pasaría por la cabeza utilizar armas biológicas entre otras razones porque «si alguien está pensando en una pelea con Estados Unidos y quiere causar problemas en el país, hay mejores formas de hacerlo, especialmente a través de ataques a las redes informáticas».Leer más
Los expertos señalan que quizás grupos terroristas podrían estar interesados en el uso de bioarmas, pero estos grupos no cuentan con los medios técnicos y científicos para desarrollarlas.
Entonces, si las armas biológicas no son una amenaza real, ¿pueden las superpotencias intentar aprovechar la existente pandemia de COVID-19 en su beneficio?
LOS EFECTOS GEOPOLÍTICOS DEL COVID-19
Los efectos geopolíticos y militares de COVID-19 todavía están por vislumbrarse, pero son evidentes las señales de su impacto en el equilibrio de poder.
En todo el mundo, la mayoría de los ejercicios militares han tenido que ser cancelados o recortados. Incluso el principal símbolo de poderío militar de la actualidad, los portaaviones, han sido gravemente afectados por la pandemia.
El buque insignia francés, el portaaviones Charles de Gaulle, tuvo que volver a puerto en abril cuando más de 1.000 tripulantes contrajeron la enfermedad. Lo mismo ha sucedido con una de las joyas de la marina estadounidense, el portaaviones Theodore Roosevelt, lo que dejó temporalmente un agujero en la flota del Pacífico de Estados Unidos mientras aumenta la tensión con China.
De momento, Mazarr no ve ningún indicio que China esté intentando aprovechar un posible repliegue de Estados Unidos en el Pacífico a consecuencia del COVID-19, pero señala que «en las últimas semanas, China está realizando un significante grado de beligerancia coercitiva en el mar de la China Meridional contra Malasia, Vietnam, Filipinas e Indonesia».
No obstante, apunta, «según los mejores análisis» que ha observado se trata de algo «normal».
«Son procesos que en muchos casos empezaron antes de que se iniciara la pandemia así que no veo ningún indicio de que China esté intentando aprovecharse», asegura.
LA INVERSIÓN DE LOS VENCEDORES
Lo que sí ha provocado la pandemia es que los líderes militares chinos hayan aumentado la presión a las autoridades del país por un «sustancial aumento de su presupuesto», según reportó la semana pasada el periódico South China Morning Post, con el objetivo de «confrontar los desafíos volátiles, tanto domésticos como en el exterior» y fundamentalmente «la creciente confrontación con Estados Unidos».
Mientras, el Pentágono, que según un documento filtrado en los últimos días considera «una posibilidad real» que la pandemia se agudice a finales de 2020, está aumentando su presencia militar en el mar de la China Meridional.
Smith sí considera que la pandemia está haciendo «más vívidas las debilidades y dificultades que existían en las relaciones entre los dos países que ya eran bastante tóxicas y ahora son peores». El COVID-19 «proporciona una buena pantalla para mantener el conflicto e incluso agudizarlo» pronostica.
Es probable que el mayor impacto militar del coronavirus provenga de sus efectos en los presupuestos militares. Y en este sentido, los expertos coinciden que el gran perdedor va a ser Rusia.
Para Smith, tanto Estados Unidos como China tienen medios para «absorber la presión económica» y mantener sus presupuestos militares prácticamente sin cambios. Pero en el caso de Rusia, que además está siendo gravemente afectado por el desplome de los precios del petróleo, el margen de maniobra es mucho menor.
«Los efectos combinados de la pandemia y la bajada de los precios del petróleo podrían causar la reducción del gasto militar en Rusia en el corto plazo mientras que China y Estados Unidos podrán mantener sus niveles», afirma Smith.
Pero si Rusia puede ser el gran perdedor geopolítico y militar del COVID-19, ¿habrá algún ganador? En este punto, los expertos difieren.
«Creo que Estados Unidos saldrá como el menos dañado de las principales potencias. Si el COVID-19 ha hecho algo es dañar cualquier potencial aspiración al liderazgo de China o Rusia», opina Mazarr.
Sin embargo, Smith considera que dentro de 80 años, «cuando se revisen las tendencias del poder en el siglo XXI, se verá que algo ocurrió alrededor de estas fechas que fue crítico y modificó el sistema mundial».
«Y creo que esa modificación, si se produce, será en favor de China y en detrimento de Estados Unidos y especialmente Europa. Pero creo que también se verá que las semillas de todo esto se plantaron a finales del siglo XX -argumenta -, con el extraordinario salto económico de China y la creciente osificación de la economía estadounidense».