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El último duelo: una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia Medieval

Eric Jager. Editorial ‏ : ‎ Atico de los Libros; N.º 1 edición (13 enero 2021). Páginas: 304. Precio: 20,80 €.

Ofrecemos aquí un adelanto editorial del libro de Eric Jager en que se basa la película de Ridley Scott que se estrena el viernes 29 de octubre en cines

Aprimera hora de la mañana del sábado 29 de diciembre, el caballero y el escudero se levantaron de sus camas en sus respectivos aposentos en lados opuestos de París. Primero se bañaron; luego, escucharon misa y, después, rompieron el ayuno que habían mantenido desde la noche anterior. Era costumbre que los combatientes ayunaran y guardaran vigilia ante el altar en la noche previa a un duelo. La víspera del combate, tanto Jean de Carrouges como Jacques Le Gris hicieron que se pronunciara misa por ellos en iglesias por todo París y que se rogara a Dios por su victoria.

Después de lavarse, rezar y comer, los asistentes de ambos hombres los prepararon con esmero para la batalla. Ambos se enfundaron una túnica de lino, o ‘chemise’, y, sobre ella, una prenda de lino más pesada con tejido acolchado en la zona de las costillas, la entrepierna y otras áreas vulnerables. Luego, se les colocó la armadura pieza a pieza, empezando por los pies y siguiendo hacia arriba, para minimizar el esfuerzo que se exigía al cuerpo durante este largo proceso.

[Ofrecemos aquí un adelanto editorial de ‘El último duelo: una historia real de de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval’ del historiador estadounidense Eric Jager y que Ático de los libros publica en España traducida por Joan Eloi Roca el 13 de enero. Un ensayo, basado en fuentes primarias y narrado con el pulso de una novela, de una Edad Media colorida y turbulenta y enmarcado en tres personajes inolvidables que se vieron atrapados en un triángulo de intrigas, crímenes, escándalos y venganza. Un retrato apasionante y una investigación absorbente sobre la justicia, el honor y la situación de la mujer en la Edad Media. En 2021 se estrenará en cines la adaptación dirigida por Ridley Scott), con guion de Ben Affleck y Matt Damon. Protagonizarán la película Matt Damon Adam Driver]

Primero se cubrían los pies con zapatos de tela o cuero, sobre los cuales se colocaban los escarpes o ‘sabatons’ de metal, hechos de malla o de placas de metal articuladas. Después venían las calzas o ‘chausses’ y, sobre ellas, las grebas, rodilleras y musleras, que eran las placas de hierro que cubrían las piernas. De la cintura colgaba una pequeña falda de cota de malla que cubría el vientre y la parte superior de las piernas. Un abrigo de cota de malla sin mangas o ‘haubergeon’ (en ocasiones llamado en castellano ‘joruca’) protegía el torso, ceñido a la cintura con un cinturón de cuero. Sobre este se ponía o bien otro abrigo acolchado cubierto con placas de metal que se superponían unas a otras como si fueran escamas o un peto sólido. Otras piezas de metal protegían los hombros y la parte superior de los brazos y otras los codos y los antebrazos. Guantes de cota de malla y placas de metal astutamente articuladas cubrían las manos y dejaban expuesto el forro de tela o cuero en la palma para mejorar el agarre de las armas. Una gola de metal protegía el cuello.

La armadura completa de batalla pesaba unos 27 kilogramos

Por último, la cabeza estaba cubierta por un gorro de cuero acolchado sobre el que se colocaba el ‘bacinet’, un tipo de casco con un visor que podía levantarse para exponer la cara y el mentón, y un ‘camail’, una cortina de cota de malla que colgaba sobre el cuello y los hombros. Un visor en forma de pico, con agujeros para ver y respirar, ocultaba la identidad del guerrero si se mantenía bajado. Por este motivo, los combatientes llevaban encima de su armadura una ‘cotte d’armure’, un abrigo sin mangas bordado con el escudo de su familia. La armadura completa de batalla pesaba unos 27 kilogramos, sin contar las armas y otros elementos del equipo.

Los caballos

Mientras los combatientes se armaban, sus caballos de guerra también eran preparados para la batalla. El caballo de guerra medieval era una raza distinta de las que se criaban para la caza, el transporte, la agricultura u otros propósitos. Siempre era un macho —un caballero nunca montaba una yegua en combate— y, hacia el siglo XIV, era a menudo un «gran caballo» (‘equus magnus’), que alcanzaba las 16 manos de altura y pesaba hasta 625 kilos. Era lo bastante fuerte como para cargar con los 135 kilos que sumaban jinete, armadura, silla y armas y tenía la resistencia y el adiestramiento necesarios para cargar con rapidez, girar veloz, saltar y realizar otras maniobras de combate. Algunos caballos de guerra incluso estaban adiestrados para atacar y matar coceando con sus herraduras de hierro.

Algunos caballos de guerra incluso estaban adiestrados para atacar y matar

Los buenos ejemplares eran muy caros y valían varios cientos de veces más que un caballo de tiro o una modesta montura. Normandía, una región dedicada desde hacía mucho tiempo a la cría de caballos, estaba salpicada de granjas de caballos o haras, que producían ejemplares célebres en toda Europa. Durante el juicio, Carrouges había declarado que Le Gris era «un hombre rico, provisto de buenos caballos en abundancia». En cuanto al propio caballero, a pesar de la delicada situación financiera en la que se encontraba, lo último que le habría pasado por la cabeza era escatimar en una buena montura cuando su propia vida y la de su mujer dependían de ello. Fuera que cada contendiente llevara a París su ejemplar favorito o comprara uno especialmente para el duelo, está claro que sus respectivos caballos de guerra estaban reservados solo para el combate.

El último duelo.

El arnés de guerra estándar para un caballo incluía una brida y bocado de acero, cuatro herraduras de hierro fijadas con clavos, una silla de guerra con arzones altos para que el caballero permaneciera firmemente sentado, cinchas para fijarla al caballo y varios aros y cadenas para sostener las armas; mantas acolchadas para el cuerpo del caballo, y una protección de placas de metal a medida para proteger la cabeza conocida como ‘chanfrain’ con agujeros para los ojos, orejas y orificios nasales y acolchada en el interior. A menudo, placas de metal o cota de malla protegían también el cuello y flancos del caballo, en ocasiones cosidas directamente sobre las mantas. De la silla colgaban estribos de metal y los combatientes llevaban espuelas con rodaja (una rueda con púas) para controlar sus monturas, puesto que con frecuencia soltaban las riendas durante el combate.

Después de ponerse su armadura, y mientras sus caballos eran preparados, Jean de Carrouges y Jacques Le Gris revisaron cuidadosamente sus armas. Cada uno llevaría una lanza, dos espadas, un hacha y una daga.

Las armas

La lanza —un arma más larga y pesada que la lanza que se utilizaba en la antigüedad y en la Alta Edad Media— había revolucionado la guerra durante la Primera Cruzada (1095-99), cuando las cargas coordinadas de la caballería francesa habían sembrado el pánico entre los sarracenos. El arma y la técnica se extendieron rápidamente por los campos de batalla, en los torneos y en los duelos judiciales europeos. Las lanzas medían entre tres metros y medio y cinco metros y medio y podían pesar más de 13 kilos. La punta de acero que se fijaba en el extremo de la lanza tenía forma de hoja o de diamante y estaba muy afilada. Una guarda redonda, o ‘vamplate’, protegía la empuñadura.

El jinete llevaba esta pesada lanza apoyada verticalmente sobre un estribo especial hasta el momento de la carga. Entonces la bajaba, la encajaba bajo el brazo derecho y la apoyaba sobre una hendidura hecha para ese propósito en su escudo, que a su vez mantenía sujeto entre su pecho y el arzón delantero de la silla. Un tope de cuero en el asta de la lanza que quedaba por delante del escudo impedía que el arma se deslizase hacia atrás en el momento del impacto. Con la lanza en ristre, fijada en posición, y el caballero en pie sobre los estribos, anclado gracias a su silla de guerra con altos arzones, todo el peso de caballo y jinete se concentraba en la pesada lanza de madera y en su punta de acero, de modo que el caballero al galope se convertía en «un proyectil humano».

Con la lanza el caballero al galope se convertía en «un proyectil humano»

La espada era el arma por excelencia de un noble, y un combate con espada, fuera a caballo o a pie, solía seguir a la justa inicial con lanzas. Un tapiz real francés, hoy perdido, mostraba tanto a Jean de Carrouges como a Jacques Le Gris armados con «una espada corta y recia, similar a una gran daga, que llevaban colgando cada uno de ellos junto al muslo». Un inventario de armas para un duelo que tuvo lugar en Bretaña solo unos pocos días antes del combate Carrouges-Le Gris detalla dos espadas, una con una hoja «de dos pies y medio» [unos 65 centímetros] y empuñadura de 33 centímetros para blandirla a dos manos y la otra de una hoja un poco más corta y con una empuñadura de solo 18 centímetros, para blandirla con una sola mano. La espada más larga a dos manos, conocida popularmente como ‘mandoble’, servía para descargar terribles golpes con el filo (‘coups de taille’). La más corta a una mano, el ‘estoc’, o ‘estoque’, tenía una hoja más gruesa y puntiaguda para clavarse con facilidad en los golpes que se llamaban «de punta» (‘coups de pointe’). Puesto que se permitían múltiples armas, Jean de Carrouges y Jacques Le Gris probablemente llevaron, al menos, dos espadas cada uno. La espada a dos manos habitualmente colgaba en una vaina de cuero fijada a la silla de montar, mientras que el ‘estoc’, más corto, se desenvainaba desde la izquierda de la cintura, pues la mayoría de los guerreros eran diestros y así podían desenfundar el arma rápida y fácilmente.

El hacha —que también aparecía en el tapiz perdido del duelo entre Carrouges y Le Gris— fue un arma muy popular entre mediados y finales del siglo XIV, pues podía atravesar tanto cota de malla como coraza e incluso abrirse paso a través del yelmo y el cráneo de un hombre. Algunos caballeros preferían el hacha a cualquier otra arma. La típica hacha de este periodo tenía el filo en un lado y equilibraba el peso al otro lado del mango con un martillo acabado en punta, llamado ‘bec de corbin’, o ‘pico de cuervo’. Enastada en el extremo del mango montaba, además, una hoja de lanza. Los guerreros reverenciaban este arma versátil tres veces letal y se referían a ella como «la Trinidad». Diseñada para el combate a pie, el asta medía metro y medio o incluso más, lo que permitía grandes golpes en arco que podían barrer un semicírculo de tropas enemigas. Para su uso a caballo se recortaba a un metro o un metro y 20 centímetros y se llevaba siempre a mano, colgada de un aro de metal fijado en el arzón delantero de la silla.

El hacha podía abrirse paso a través del yelmo y el cráneo de un hombre

La daga se empleaba en el combate cuerpo a cuerpo y para despachar a un enemigo herido o agonizante en los últimos compases de la batalla. También podía lanzarse por los aires como un proyectil. Era un arma más nueva que las antiquísimas espada o lanza, que ya tenían siglos de historia, pues fue adoptada por la nobleza a finales del siglo XIII. A finales del siglo XIV, la típica daga tenía una resistente hoja de entre 15 y 30 centímetros de longitud con una punta muy afilada y fina para encontrar las junturas entre las piezas de la coraza o apuñalar a través de los agujeros de un casco reservados para las orejas o los ojos. La daga que aparece listada en el inventario de las armas del duelo de Bretaña estaba «hecha de hierro o acero o ambos metales» y tenía una hoja «de unas nueve pulgadas [23 centímetros] de longitud desde la empuñadura».

Además de su lanza, espadas, hacha y daga, cada hombre llevaba un escudo que lucía pintado el blasón de su familia. Los escudos se hacían con madera dura, como el roble o el fresno, cubierta por cuero hervido (‘cuir-boulli’) secado y curtido hasta darle una resistencia que lo asemejaba a una coraza y reforzado por placas de cuerno o bandas de metal. A medida que la coraza reemplazó la cota de malla y se convirtió en la principal defensa de un guerrero, los escudos redujeron su tamaño y pasaron a cubrir solo el cuello y torso del guerrero, con lo que se tornaron en una diana para la lanza de su oponente. Tras desenvainar su espada a caballo o desmontar para luchar a pie, el guerrero se echaba el escudo a la espalda, colgado por la correa, para mantener ambas manos libres o lo llevaba en la mano izquierda para parar los golpes y ataques de las armas de su oponente.

El día del duelo, Carrouges y Le Gris no solo llevaron al campo sus armas, sino también una bota de vino, un poco de pan envuelto en un trozo de tela y una bolsa con monedas de plata para pagar el uso del campo. Llevaban, además, forraje para sus respectivos caballos, por si el duelo no había concluido al anochecer y el combate debía continuar al día siguiente.

El día del duelo

Mientras los dos combatientes se vestían para la batalla en sus aposentos a primera hora de la mañana, los espectadores ya acudían en masa al campo de Saint-Martin para ver el duelo. Las noticias del combate se habían extendido por toda Francia, «hasta los puntos más distantes del reino, y causaron tal revuelo que acudió a París gente de muchos lugares distintos para presenciarlo», entre ellos, Normandía, donde los dos hombres y sus familias eran muy conocidos, y también la dama.

El duelo no solo cayó durante la semana de Navidad, sino precisamente en la fiesta del santo mártir Tomás Becket. Muchas tiendas en París estaban cerradas por la festividad y la gente tenía ganas de celebración. Los espectadores empezaron a llegar poco después del alba y, para cuando salió el sol —entre las 7.30 y las 8.00 a finales de diciembre—, entraban en masa desde la rue Saint-Martin por las puertas del priorato. A media mañana, una multitud de muchos miles de personas abarrotaba los terrenos del monasterio. Se dispusieron guardias armados con lanzas y mazas alrededor del campo vallado para alejar a la multitud de la cerca y mantener despejadas las puertas.

El gentío se abrió paso a codazos para conseguir los mejores sitios

El invierno de 1386-87 trajo mucho frío y nieve al norte de Francia. El sol apenas calentaba la liza y los muros de piedra que rodeaban los terrenos del priorato ofrecían poco refugio de los cortantes vientos que azotaban la ciudad. Así que los primeros espectadores que llegaron esa mañana tuvieron que soportar una larga y gélida espera para asegurarse un buen sitio para ver el combate. Los nobles, prelados e incluso algunos funcionarios y mercaderes de la ciudad tenían asientos asegurados en las gradas y podían llegar cuando quisieran. Pero la mayoría de la gente que llenaba el espacio alrededor del campo —tenderos y artesanos, obreros, aprendices, estudiantes universitarios y pescaderas, así como mendigos y rateros— tuvo que madrugar y abrirse paso a codazos para conseguir los mejores sitios. A medida que las campanas de París tocaban las horas, cada vez quedaba menos espacio en los alrededores de la liza, de modo que algunos se sentaron encima del muro del monasterio o subieron a los pocos árboles que había para ser testigos del acontecimiento.

Fecha de publicaciónmayo 24, 2022

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