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Elvira Roca Barea: «Nuestra élite dejó una bomba de relojería en el sótano de la nación»

Después del éxito de ‘Imperiofobia, la historiadora ha ganado el Espasa de Ensayo con ‘Fracasología’, donde detalla cómo el discurso antiespañol se hizo fuerte dentro de nuestro propio país.

España ganó el Imperio pero perdió la propaganda, batalla crucial de la historia moderna. Contra el territorio donde nunca se ponía el sol en el XVI se desató, explica María Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966), «una guerra cultural como no ha habido otra en Occidente. Y fueron necesarios varios siglos de intensas campañas para hundir la moral de los últimos hombres del Sur que han mandado en Occidente». Y así, en una siniestra jugarreta del destino, las élites españolas se convirtieron en las principales valedoras de una leyenda negra inventada por los extranjeros para destruirnos. La filóloga e historiadora malagueña que, cuando era una desconocida profesora de Instituto, sorprendió a todos vendiendo más de cien mil ejemplares de su primer libro titulado ‘Imperiofobia y leyenda negra’ (Siruela, 2016) apunta ahora en su nuevo trabajo contra nuestros cráneos privilegiados. ¿Su título? ‘Fracasología. España y sus élites, de los afrancesados a nuestros días’ (Premio Espasa de Ensayo, 2019)

'Fracasología'. (Espasa)

‘Fracasología’. (Espasa)

«Mientras escribía ‘Imperiofobia», cuenta Roca Barea, «me di cuenta de que los siglos XVIII y XIX daban para hacer otra investigación larga y de calado sobre la manera en que se había ido acomodando en España esa visión catastrofista vinculada al argumentario de la leyenda negra, al pasado de nuestro país como retraso y como perpetuo fracaso. Que los países que luchaban contra la hegemonía española tuvieran esa visión es normal, lo sorprendente es por qué las élites españolas también la hicieron suya. Y era imposible de resumir en 30 páginas. Tenía que escribir otro libro».

PREGUNTA. En ‘Imperiofobia’ relataba la génesis extranjera de la leyenda negra contra España, “la mayor alucinación colectiva de Occidente”. Ahora en ‘Fracasología’ describe cómo las élites españolas hicieron suya esa leyenda como resultado de unos hechos históricos concretos que se inician en el siglo XVIII con la llegada de los Borbones franceses. ¿Hay alguna peculiaridad en esas élites nuestras incapaces para la propaganda que las hizo adoptar en ocasiones con ardor un discurso tan contrario a los intereses de su país?

RESPUESTA. Las élites españolas cayeron en esa alucinación colectiva por el prestigio. Simplemente. Hay un momento en que el discurso francés se convierte en el dominante y prestigioso en Europa y, o te sumas, o eres un austracista atrasado, inquisitorial, etc. Y te crees además que asumir el discurso francés contra España no solo no perjudica a tu país sino que le ayuda a progresar, a salir de la barbarie. Parecía un discurso ganador pero, si lo analizas fríamente, era una bomba de relojería colocada en los sótanos de la nación. Mientras tanto, funciona, sobre todo para tu carrera personal. Y por ello el discurso de la España mala siempre ha sido extraordinariamente prestigioso. Piense en Sánchez Ferlosio, por ejemplo. No parece antiespañol pero lo es.

P. Usted defiende que esto es falso ya de partida. Ni España estaba tan atrasada ni el progreso que vendían los franceses era tal.

R. A ver, España tenía entonces cosas que estaban mal y otras que estaban bien. Yo no me meto en que, en un momento determinado, hubiera hecho falta mejorar las posadas o los juzgados de primera instancia. Seguro que sí. Pero es que el discurso del reformismo nunca se dirige a cosas concretas, es una abstracción, una reforma metafísica, quiere cambiar ‘el ser de España’, cosa que no significa absolutamente nada. ¿Pero qué propone el reformismo en lo concreto? ¿Quitamos el tornillo del ocho y ponemos el del nueve? No, los reformistas lo que decían es que «España se equivocó de Dios», o «el casticismo». Pero bueno, ¿y esto como lo arreglo? Es puro esencialismo: creer que España acarrea porque sí un pecado original.

María Elvira Roca Barea durante la entrevista. Foto: Asís G. Ayerbe

María Elvira Roca Barea durante la entrevista. Foto: Asís G. Ayerbe

P. Ortega, al que cita mucho, también cae un poco en eso.

R. Cae absolutamente. Entre otras razones porque no puede dejar de caer, a fin de cuentas es un hijo del 98. Del casticisimo. Y el casticismo es una forma de racismo contra nosotros mismos, es asumir que algo llevamos con nosotros que está mal, como dicen en mi pueblo, en la masa de la sangre.

P. De hecho, usted suele señalar que hay un componente racista y antisemita en la leyenda negra española por nuestro pasado judío y musulmán.

R. Totalmente. En los años veinte del pasado siglo, Arturo Farinelli es el primero que señala la conexión entre la hispanofobia y el antisemitismo. Y luego apenas nadie más se ha atrevido a meterse en ese berenjenal tan feo, que apesta de verdad. ¡Yo me metería en ese jardín si tuviera tiempo y escribiría otro libro!

A mí el ilustrado tipo Voltaire, tipo adorno de los salones, me cae mal. Como me cae mal el intelectual como adorno del poder

P. Su libro no es amable con los intelectuales españoles ilustrados del XVIII.

R. El proceso que transforma al ilustrado en el modelo del intelectual en Occidente, te puede resultar simpático o no, pero es irremediable. A mí el ilustrado tipo Voltaire, tipo adorno de los salones, me cae mal. Como me cae mal el intelectual que se convierte en un adorno del poder. No necesitamos santones que impartan doctrina. Si eres poeta, eres poeta, si eres dramaturgo, eres dramaturgo y, en fin, zapatero a tus zapatos. La transformación del intelectual en una especie de criatura adorada que, como el flautista de Hamelin, arrastra multitudes y decide lo que está bien y lo que está mientras crea opinión pública me da un poco de miedo. Pero entiendo que fue un proceso irremediable en Europa. Luego está la Ilustración española cuyo principal problema no es la Ilustración en sí sino adorar la Ilustración francesa, que es una cosa distinta. España iba hacia la Ilustración por su propio camino, como todo Occidente y, de pronto, se produce ese corte que fue el cambio de dinastía. Y nos vestimos con los ropajes franceses para no oler a austracistas. Son dos procesos distintos que coinciden y que dan lugar a la absorción por parte de los intelectuales españoles de la leyenda negra francesa.

P. Tampoco elogia precisamente el papel de la iglesia.

R. La iglesia católica ha procurado siempre mirar por sus intereses y esos intereses unas veces coinciden con los de las distintas naciones católicas y otras no, en absoluto. Y en el caso de España, la iglesia no ha sido particularmente leal. Creo que el papa Francisco anda ahora pidiendo perdón por la evangelización española de América. Y digo yo, pues tendrá que dejar de ser católico él mismo, ¿o no es argentino? En fin, la iglesia católica apostó por España cuando España era el caballo ganador y dejó de hacerlo cuando dejó de serlo. Y desde entonces, la política de España en relación con la iglesia siempre fue muy torpe. Ahí sí debiéramos aprender de los franceses que ataron en corto a su propia iglesia subordinándola al Estado. Pero solo aprendemos lo malo de los franceses.

El problema territorial español que tenemos no sería tal sin el concurso de la iglesia católica en los territorios más conflictivos

P. ¿Esa deslealtad de la iglesia con España sigue hoy? ¿En los nacionalismos?

R. No creo que descubra América si digo que el problema territorial español que tenemos no sería tal sin el concurso de la iglesia católica en los territorios más conflictivos.

P. Asegura que aún hoy, a la pregunta de si España debía haber perdido la guerra de Independencia, cualquiera en la calle te dirá que no pero no ocurrirá lo mismo entre nuestros intelectuales. Se suele describir al afrancesado como alguien preocupado por hacer progresar España pero usted niega la mayor y lo describe más bien como una víctima de la propaganda.

R. El afrancesado es el producto de tenerse que acomodar al poder que en un momento determinado se instala en España. Es su única posibilidad para sobrevivir. Puede que al principio a algunos les chirriaran los dientes. Pero poco después ya no.

P. Señala la confusión común entre afrancesados y liberales.

R. Eso me hace mucha gracia. En el empeño por colocar en el lado bueno de la historia a unos y en el lado malo a otros, se puso en la misma cesta a todos aquellos que venían con la pegatina del reformismo. Y para ello había que juntar entre los buenos a los afrancesados con los liberales para separarlos de las fuerzas absolutistas, del mal. ¡Pero es que los afrancesados eran los absolutistas! La gran lucha en España durante la primera parte del XIX es entre los afrancesados absolutistas y los liberales que defienden la idea de la soberanía nacional que acaba de nacer en Cádiz. Y los de Cádiz son antiafrancesados, de hecho luchan contra el francés. El liberalismo surge en España como una forma de patriotismo. La idea de la soberanía nacional es la que da legitimidad a los españoles liberales que luchan contra los franceses. Porque el rey, que era depositario hasta ese momento de la soberanía nacional, se la había cedido a Napoleón. Aquello fue una revolución y pretender que los revolucionarios de Cádiz tenían algo que ver con los afrancesados es no haber entendido nada y tener la cabeza llena de clichés de buenos y malos.

¡Los afrancesados eran los absolutistas! La lucha en la España del XIX es entre los afrancesados absolutistas y los liberales de Cádiz

P. Hablando de buenos y malos. Escribe también que con el afrancesamiento se instala la idea de que dentro de España hay una España mala que hay que erradicar. ¿Es ese el origen del cainismo español?

R. Sí pero yo he negado siempre que España tenga una historia más cainita que el resto. Fíjese que este país no ha tenido más guerras civiles que otros países de Europa en absoluto. Y la que vivimos en el siglo XX no fue más que una batalla de una gigantesca y terrible guerra civil europea. Francia, por ejemplo, vive prácticamente en estado de guerra civil perpetua desde finales del XVII hasta la Segunda Guerra Mundial. Lo de que España es cainita y guerracivilista es propaganda de la leyenda negra.

P. En el 98 acaba cerrándose el proceso clave por el que España, a diferencia del resto de los países, considera cada problema individual no como un asunto concreto a resolver sino como un problema de España en general. Y así, defiende, si en otros países los desastres sirvieron para unirlos, en nuestro caso lo que ocurre con la pérdida del imperio es que empieza la fragmentación.

R. Bueno, yo no creo que el Imperio se pierda, sino que el Imperio se disuelve, pero sí, ahí se consolida el dichoso «problema de España» que nos enseñaron en el instituto. Y así interiorizamos que existe un problema llamado «España». ¿Cómo puede ser? Existirán problemas concretos, este o que el problema pero no «España». La indefinición absoluta de ese concepto hace que cualquiera cuelgue ahí la percha de sus frustraciones. Te levantas por la mañana, bajas al bar, te ponen mal el café, ¿y la culpa es de España?

P. Es usted osada, al final del libro propone tres cambios constitucionales para garantizar la igualdad entre todos los españoles para los que parece imposible que nuestras fuerzas políticas, cada vez más fragmentadas, se pongan de acuerdo.

R. Es difícil, sí. Pero es que el problema territorial que España ha desarrolado procede fundamentalmente de nuestra constitución, que es buena y hay que defenderla, pero que debe también por eso ser mejorada. Porque instauró una España asimétrica y desigual en la que unas regiones tienen más ventajas a costa de otras. Y esa desigualdad nos lleva a reinventar de nuevo el feudalismo.Y yo estoy en ‘Cádiz ‘y con los liberales de Cádiz, creo que la soberanía nacional debe ser garantizada y creo en la igualdad de todos los españoles.

No podemos construir nuestra historia a golpe de resentimiento, cultivando hechos diferenciales imaginarios

P. España está otra vez en campaña electoral. No sé si ha visto los lemas: “Ahora Gobierno, ahora España” “La España que quieres” “Garantía para España»… ¿Ha desencadenado el independentismo catalán, como un resultado no previsto, esta ola de furor patriótico?

R. No creo que esto que señala sea tanto una reacción al independentismo catalán como un cansancio ante una situación más antigua. Es como un grano que lleva ya mucho tiempo engordando porque nadie lo pinchaba. Lo que quizás sí ha hecho el independentismo catalán ha sido pinchar ese grano. Es puro sentido común: la fragmentación nos debilita, nos sale cara y provoca aberraciones incomprensibles como que dos personas que hablan la misma lengua necesiten un traductor para entenderse. No podemos construir nuestra historia a golpe de resentimiento, cultivando hechos diferenciales imaginarios. Y ya, al borde de la cantonalización, por puro instinto de supervivencia, los españoles se han cansado. Pero a ver cómo lo hacemos cuando los nuevos estatutos de las comunidades autónomas blindaron la desigualdad en España.

P. Su libro anterior cosechó un increíble éxito con más de 100.000 ejemplares vendidos y he leído en alguna parte que, según usted, la envidia por ese éxito explica en cierto modo a los que le acusan de imperiofilia como el historiador José Luis Villacañas en un libro reciente.

R. No tengo nada qe decir sobre ese asunto. Las ideas son todas respetables pero los insultos y las difamaciones como las que ese señor me dedica, no. No me pongo a la altura de quien así se expresa.

P. Pero creo que hay algo interesante más allá de la forma de expresión por lo que quiero preguntarle. Allí defiende que la leyenda negra fue una herramienta más de algunas potencias en una guerra civil europea y afirma que quien la trae al presente es porque se ve dentro de una guerra más o menos parecida a aquella. Lo que me sirve para preguntarle por las razones de su empresa. ¿Es buena idea en un mundo como el actual sacudido por las identidades y los particularismos agresivos reivindicar el Imperio español?

R. Mire, yo en un momento determinado me hice la infantil pregunta de por qué la derrota de Armada Invencible aparecía en todos nuestros libros de texto pero no aparecía sin embargo nuestra victoria en Cartagena de Indias. Por ejemplo. Y, a partir de ahí comencé a hacerme un montón de preguntas sobre un montón de cuestiones que parecían tan del paisaje que formaban parte de nuestra vida sin que nadie se preguntara las razones. Me empecé entonces a hacer preguntas infantiles: «¿por qué? ¿por qué ¿por qué?». Epmecé a cambiar las cosas de sitio por probar. Así que los españoles son cainitas y se matan entre sí. ¿Y los franceses? Ese fue el origen de ‘Imperiofobia’. Así de simple.

Fuente: www.elconfidencial.com
Fecha: 07/10/2019
Autor: Daniel Arjona

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