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Guerra y epidemias: dos cabalgan juntos

Amable Sarto Ferreruela. Coronel de Artillería DEM

Articulo cedido por:

Resumen:
Es un lugar común el afirmar que de la situación creada por la COVID-19 saldrá un
mundo diferente al que conocemos, generalmente para mejor. Se ha identificado el
severo impacto de esta pandemia como un motor de cambio que puede facilitar el que,
ante este enemigo común, las guerras y los conflictos armados puedan tener un final
pacífico. Sin embargo, la experiencia histórica, el impacto real generado y las
respuestas al llamamiento al cese de hostilidades realizado por el secretario general de
Naciones Unidas, permiten augurar que no será así.

Palabras clave:
COVID-19, pandemia, epidemia, guerra, paz, António Guterres.

Los cuatro jinetes
Tradicionalmente, los cuatro jinetes del Apocalipsis se han identificado con el hambre,
la guerra, la peste y la muerte. Aunque los cuatro pueden actuar por separado, el
caballo de la guerra históricamente ha galopado en manada con los otros tres. De
hecho, la guerra suele ser un factor catalizador que multiplica el impacto de los demás,
no solo entre el personal combatiente, sino también entre la población civil y, con
frecuencia, en países o zonas que nada tienen que ver con el conflicto. Muerte, hambre
y enfermedades suelen superar lo previsto en los objetivos iniciales de la guerra y su
duración suele superar a la del conflicto.

La muerte es inherente a la actividad bélica y matar enemigos es un resultado buscado
de forma consciente. El hambre ha sido utilizada frecuentemente como arma, tanto
para alcanzar objetivos tácticos y operacionales, por ejemplo, en asedios a fortalezas y
ciudades, como para la consecución de efectos estratégicos que debiliten al adversario
mediante bloqueos totales, o políticas de tierra quemada. La enfermedad, sin embargo,
es un efecto rara vez buscado. Políticos y militares son conscientes de que es un factor
incontrolable y el provocar enfermedades de forma voluntaria —lo que denominamos
guerra biológica— es históricamente anecdótico. Una epidemia puede convertir en
estéril una victoria; el Marqués de Santa Cruz advertía de este riesgo al desaconsejar
el saqueo de ciudades conquistadas porque «lleva aparejada la epidemia» que, con
otros factores, convierte «en inútil desierto la que había de ser provechosa conquista».

Todo ello no obsta para que se dé por descontado que epidemias, enfermedades y
plagas son un efecto colateral que aparece o se agrava en los conflictos armados.
El primer ejemplo de guerra biológica lo constituye el asedio de Caffa, en el siglo XIV,
cuando los mongoles, en un último intento por tomar la ciudad, lanzaron a su interior
cadáveres infectados con peste negra. Los mongoles tuvieron que levantar el asedio,
diezmados por la enfermedad y acto seguido los habitantes evacuaron la ciudad a toda
prisa, convirtiéndose en uno de los vectores de propagación de la epidemia que asoló
Europa. Nadie resultó vencedor. Los resultados de la innovadora acción mongola
sirvieron probablemente de disuasión para el empleo posterior de este tipo de guerra.

También suele citarse como ejemplo la entrega de mantas infectadas de viruela a los
indígenas que asediaban Fort Pitt durante la guerra de Pontiac en el siglo XVIII, que
según algunos autores permitió levantar el asedio garantizando el control del valle del
Ohio a los británicos. No hay unanimidad sobre la efectividad militar de la medida,
porque el asedio duró un mes más y la enfermedad se extendió por todo el valle,
afectando también a los colonos ingleses. Ambos casos tienen en común que la
utilización de la enfermedad es algo de resultado incierto, a lo que se recurre como
último recurso y cuando el bando que lo utiliza ya está padeciendo los efectos de la
enfermedad y tiene aparentemente poco que perder si la comparte con el oponente.
Salvo estas excepciones, que como vemos están rodeadas de condicionantes muy
específicos, lo normal es que nadie se decida a emplear la guerra biológica activa y
voluntariamente. Pero, como hemos dicho, la enfermedad va a ser una compañera
continua de la guerra. Las condiciones poco salubres en las que operan los ejércitos en
campaña, la falta de aclimatación o de inmunidad frente a enfermedades endémicas de
la zona de operaciones —las campañas británicas y francesas en Haití, o la guerra de
Cuba son buenos ejemplos—, la destrucción o la debilidad del sistema sanitario, la
escasez de productos sanitarios, el debilitamiento físico especialmente de la población
civil… son terreno abonado para la aparición de epidemias de las que los propios
ejércitos son los mejores vectores de propagación. La Plaga Italiana o Peste de Milán
que asoló el norte de Italia entre 1629 y 1631 fue introducida por las tropas imperiales,
venecianas y francesas que recorrieron la región. Si a esto se añaden desplazamientos
masivos y continuos más o menos importantes, pueden dar lugar a pandemias de
alcance mundial, como la mencionada peste negra o la llamada gripe española de
1918.

Vea aquí el artículo completo

Fuenteieee.es
Fecha de publicaciónjulio 07, 2020

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