Durante la Primera Guerra Mundial se libraron muchas y muy variadas batallas, todas ellas brutales, sangrientas y devastadoras, y cada una a su propia manera. Cada batalla tuvo sus victorias y sus derrotas, sus éxitos y sus fracasos. Hubo héroes concretos en ambos bandos, también acciones heroicas de batallones enteros. Hubo hombres que lucharon hasta el final más amargo, y murieron en los embarrados campos de Francia. Sus cuerpos nunca se recuperaron, y los lugares de su descanso eterno permanecieron sin ningún tipo de señal ni recuerdo durante más de un siglo. No obstante, conforme va pasando el tiempo y esa primera Gran Guerra se va diluyendo en la memoria colectiva, muchas de esas batallas van dejando de contemplarse como acontecimientos singulares, para pasar a ser partes de un todo, puntos de la progresión lineal de una historia más completa.
La batalla del Somme tuvo una enorme importancia para todos los que participaron en ella, pero sobre todo resultó clave para los británicos, pues fue la primera vez en la guerra que se vieron obligados a asumir la responsabilidad principal de una ofensiva, y lo cierto es que no tuvieron tiempo suficiente para prepararse adecuadamente para el asalto. Pero el aspecto puramente militar no fue el único importante para los británicos: la batalla del Somme permanece viva en la memoria colectiva del pueblo, no solo por la inimaginable devastación y la enorme cantidad de bajas sufridas por el ejército británico en un solo día, sino también por el efecto que produjo sobre el espíritu nacional británico. Hubo pueblos enteros que perdieron a una generación completa de hombres jóvenes en las orillas del río Somme, y familias destrozadas por los hijos y hermanos que cayeron sobre los embarrados campos de Francia. La batalla del Somme constituyó una inconmensurable tragedia para el pueblo británico.