La organización, creada a raíz de una guerra mundial, tenía como objetivo evitar otra. Pero la celebración de sus logros se ha visto ensombrecida por la pandemia y el aumento de las tensiones mundiales.
Contagio mundial, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y un planeta que se calienta, sin mencionar el asunto del hambre, las crecientes legiones de refugiados, el bombardeo xenófobo de los caudillos y una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China.
Las Naciones Unidas están a punto de celebrar el aniversario de su nacimiento en 1945 a partir de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque “celebrar” podría parecer una elección extraña de palabra en medio de la larga lista de malestares mundiales actuales y de los propios desafíos de la organización.
Por lo tanto, la conmemoración del aniversario será discreta, y no solo porque los líderes mundiales no podrán reunirse en persona para levantar una copa; la pandemia ha reducido la Asamblea General, que comienza esta semana, a reuniones virtuales. A medida que el organismo mundial se acerca a sus 75 años, también se enfrenta a profundas interrogantes sobre su propia eficacia e, incluso, su relevancia.
“La ONU es más débil de lo que debería ser”, dijo Mary Robinson, ex alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la primera mujer en llegar a la presidencia de Irlanda.
Cuando los vencedores aliados fundaron la ONU el objetivo era evitar un nuevo descenso a otro apocalipsis mundial. Y a pesar de todos sus defectos, la organización que Eleanor Roosevelt llamó “nuestra mayor esperanza para la paz futura” al menos ha ayudado a conseguirlo.
Al pensar en la convocatoria de la Asamblea General de este año, el secretario general António Guterres enfatizó la visión a largo plazo. Los valores incorporados en la Carta de las Naciones Unidas, dijo, han evitado “el flagelo de una Tercera Guerra Mundial que muchos temían”.
Sin embargo, la organización atraviesa dificultades como tal vez nunca antes.
Aunque es el principal proveedor de ayuda humanitaria y las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU operan en más de una docena de zonas inestables, las Naciones Unidas no han podido poner fin a las prolongadas guerras en Siria, Yemen o Libia. El conflicto israelí-palestino es casi tan antiguo como la propia organización.
Las estadísticas de la ONU muestran que el número de personas desplazadas a la fuerza en todo el mundo se ha duplicado en la última década hasta alcanzar los 80 millones. Se espera que el número de personas que sufren hambre severa casi se duplique a finales de año, hasta alcanzar más de 250 millones; las primeras hambrunas de la era del coronavirus acechan a las puertas del planeta.
La súplica de Guterres de un alto mundial al fuego para ayudar a combatir el coronavirus ha sido, en gran medida, desatendida. Su petición de contribuciones a un plan de respuesta de emergencia contra el coronavirus de 10.000 millones de dólares para ayudar a los más necesitados había alcanzado, hasta la semana pasada, solo una cuarta parte del objetivo en promesas de contribución. Esa respuesta “apenas amerita describirse como ‘tibia’’’, dijo Mark Lowcock, el principal oficial de ayuda de la ONU.
En el tema estrella del Secretario General, el cambio climático —una portada de la revista Time el año pasado lo mostró con el agua hasta las rodillas— sus ruegos parecen haber hecho poco más que ayudar a hacer público el asunto.
“Ha habido muchos altibajos, pero hemos tenido una baja significativa”, dijo Thomas G. Weiss, un profesor de ciencias políticas en el centro de posgrado de la City University of New York y experto en las Naciones Unidas.
Para Weiss, son profundos los contrastes entre ahora y cuando los Aliados luchaban contra las potencias del Eje.
“Derrotar al fascismo no fue un golpe de suerte para Occidente”, dijo. “Eso trajo consigo un sentido de principios, el principio operativo de que la cooperación era tan importante como los tanques. En 2020 tenemos una pandemia, con un colapso financiero mundial, y la reacción en casi todas partes cerrar filas”.
Las Naciones Unidas, que han pasado de 50 miembros hace 75 años a 193 miembros y una plantilla mundial de 44.000 funcionarios, tenían por objeto, en sus inicios, proporcionar un foro en el que los países grandes y pequeños sintieran tener una voz de importancia.
Pero su estructura básica da poco poder real al órgano principal, la Asamblea General, y más a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial —Gran Bretaña, China, Francia, Rusia y Estados Unidos— y, como miembros permanentes, cada uno de ellos ejerce un veto sobre los 15 puestos del Consejo de Seguridad. El Consejo está facultado para imponer sanciones económicas y es la única entidad de las Naciones Unidas a la que se le permite desplegar fuerza militar.
Ningún miembro permanente parece dispuesto a alterar la estructura de poder. El resultado es un estancamiento crónico del Consejo de Seguridad en muchos temas, a menudo enfrentando a Estados Unidos no solo contra China y Rusia sino también contra aliados de los estadounidenses.
No es solo en cuestiones de guerra y alto al fuego donde las Naciones Unidas tienen dificultad para alcanzar resultados.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 metas de la ONU para 2030 destinadas a eliminar desigualdades que incluyen la pobreza, la descriminación de género y el analfabetismo, están en peligro. Barbara Adams, presidenta del Global Policy Forum, un grupo de monitoreo de la ONU, dijo en una conferencia en julio que los objetivos estaban “seriamente desviados” incluso antes de la pandemia, según PassBlue, un sitio de noticias que cubre las Naciones Unidas.
Los veteranos de la ONU dicen que el multilateralismo —resolver los problemas juntos, un principio de la Carta de la organización— choca cada vez más con los principios de la misma Carta, que enfatizan la soberanía nacional y la no intervención en los asuntos internos de un país.
El resultado suele reflejarse en retrasos al entregar la ayuda o la denegación de acceso de las Naciones Unidas a las crisis humanitarias, ya sea al entregar suministros a los sirios desplazados, en la investigación de las pruebas de las masacres de los rohinyás en Birmania o en la ayuda a los niños enfermos en Venezuela.
Robinson, la expresidenta irlandesa y actual presidenta de The Elders, un grupo de líderes fundado por Nelson Mandela, señaló la incapacidad básica de las Naciones Unidas para orquestar un plan de batalla efectivo contra el coronavirus.
“Acabamos de ver lo que una pandemia ha hecho en todo el mundo”, dijo. “Algunos de los países más ricos no lo están llevando bien. Cuando lo veamos en perspectiva, la crítica será bastante severa”.
Carrie Booth Walling, profesora de ciencias políticas en Albion College y experta en intervenciones humanitarias de la ONU, dijo que el giro hacia el interior de muchos países afectados por el virus podría ser un mal presagio para las Naciones Unidas y la diplomacia que encarna.
“Lo que realmente asusta en este momento”, dijo Walling, es “el estatus del multilateralismo en general, y si los gobiernos y los pueblos del mundo encontrarán valor en la cooperación multilateral”.
El ascenso de líderes de mentalidad autocrática ha presentado más desafíos.
El presidente Donald Trump ha sido un crítico frecuente de la ONU, al rechazar las nociones de gobernanza mundial y quejarse de lo que él considera un gasto excesivo en un presupuesto que asciende a unos 9500 millones de dólares anuales, incluidos 6500 millones de dólares para operaciones de mantenimiento de la paz.
El presidente Jair Bolsonaro de Brasil ha llamado al Consejo de Derechos Humanos de la ONU un “lugar de encuentro de comunistas”. El primer ministro Viktor Orban de Hungría se ha quejado de la política de la ONU de protección de refugiados. El presidente Rodrigo Duterte de Filipinas ha expresado su furia por una investigación de derechos humanos de la ONU sobre su guerra contra las drogas.
En el marco del enfoque de “Estados Unidos primero”, el país tiene la intención de retirarse de la Organización Mundial de la Salud, y el presidente estadounidense ha criticado su respuesta al coronavirus y la ha calificado de portavoz de China. Trump también ha abandonado o reducido el apoyo a varios organismos de las Naciones Unidas, como el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el Consejo de Derechos Humanos y el organismo que ayuda a los palestinos clasificados como refugiados.
Trump ha renunciado al Acuerdo de París sobre el clima, y su repudio al acuerdo nuclear con Irán y su insistencia en el restablecimiento de las sanciones de las Naciones Unidas contra aquel país han creado un nuevo enfrentamiento en el Consejo de Seguridad.
Su principal diplomático, el secretario de Estado Mike Pompeo, ha descrito la Corte Penal Internacional, creada a través de la diplomacia de la ONU para procesar el genocidio y otras atrocidades, como una “corte canguro” debido a sus pesquisas sobre la guerra de Afganistán, que incluye la investigación de asesinatos en los que han estado implicados estadounidenses. Pompeo ha impuesto penas económicas y de viaje a la fiscala general del tribunal y a su principal ayudante.
Mientras que Estados Unidos ha estado al ataque, China ha maniobrado para afirmar más control en las Naciones Unidas, y asumió posiciones de liderazgo en organismos que incluyen el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, la Unión Internacional de Telecomunicaciones y el Consejo de Derechos Humanos.
Un estudio de mayo de 2019, “República Popular de las Naciones Unidas”, realizado por el Center for New American Security, un grupo de investigación bipartidista, sugirió que las acciones de China en la ONU eran parte de su esfuerzo por redefinir la forma en que se manejan esas instituciones, alejándose de los conceptos occidentales de democracia y derechos humanos.
El alcance de China en la ONU se amplió este año cuando los candidatos chinos fueron elegidos, por encima de la oposición estadounidense, para dirigir la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, para unirse a un panel que elige investigadores para el Consejo de Derechos Humanos, y convertirse en juez de un tribunal afiliado a la ONU que juzga las disputas sobre el Derecho del Mar.
El presidente Xi Jinping de China ha exhortado a sus subordinados “a tomar parte activa en la dirección de la reforma del sistema de gobernanza mundial”.
La embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Kelly Craft, ha insistido en que se está enfrentando a los chinos, y el mes pasado le dijo a un entrevistador de Fox News, por ejemplo, que plantea las cuestiones de derechos humanos en China “en cada oportunidad que tenemos en el Consejo de Seguridad”.
Aún así, funcionarios y exfuncionarios de la ONU dicen que el comportamiento aislacionista de Trump ha dañado la influencia estadounidense en las Naciones Unidas, aún cuando Estados Unidos sigue siendo vital como país anfitrión y como el mayor contribuyente individual. Ven a una China envalentonada que se afirma en áreas disputadas del mar de la China Meridional, suprime la disidencia en Hong Kong, interna a un millón de musulmanes uigures en Xinjiang y otorga préstamos agresivamente a los países necesitados de Asia, África y Latinoamérica.
“Si Estados Unidos saca sus cartas del juego, eso deja más margen para China”, dijo Edward Mortimer, quien fue el principal redactor de discursos del exsecretario Kofi Annan. “Ahora China se comporta de una manera increíblemente pesada y provocadora, y tiene a muchos países preocupados”.
Incluso Guterres, normalmente cuidadoso para evitar ofender a los estados miembro, ha descrito la relación entre Estados Unidos y China como disfuncional y ha dicho que su rivalidad corre el riesgo de dividir al mundo en “dos bloques”.
No obstante, a pesar de sus desafíos, muchos embajadores ven ahora a las Naciones Unidas como un foro aún más vital, aunque solo sea como un lugar para que los miembros ventilen sus quejas.
“Sin la ONU, no se tiene una válvula de seguridad”, dijo Munir Akram, el enviado de Pakistán, que sigue encerrado en una prolongada disputa con India por la región de Cachemira, un punto crítico para los rivales, que tienen armas nucleares.
“Sabes que no conseguirás una solución, pero puedes desactivar la presión interna que se ejerce sobre los gobiernos que se enfrentan a problemas sin solución”, dijo Akram. “Imagínate si no pudiéramos plantear el tema de Cachemira en el Consejo de Seguridad. Habría una tremenda presión sobre nuestro gobierno para hacer algo”.