En el mundo hay más de 70 proyectos en marcha de SMR, que pueden dar un nuevo impulso a la energía nuclear.
La necesidad de buscar fuentes de energía alternativas que ha puesto en evidencia la crisis en Ucrania ha hecho que muchos países miren con otros ojos la energía nuclear, atrasando los planes para prescindir de los reactores (Bélgica ya lo ha decidido y en Alemania, que cerrará este año los tres últimos, hay voces que lo piden) o construyendo nuevas centrales, como lleva años impulsando la pronuclear Francia y como han decidido países como Polonia o Reino Unido, donde su gobierno quiere que la energía nuclear pase de tener un peso del 15% al 25%.
En España el Gobierno ha dejado claro que ni se lo plantea y continúa con el plan de que en 2035 estén cerrados todos los reactores, una política antinuclear que también ha demostrado con la prohibición por ley de extraer uranio, la desidia ante la construcción pendiente del ATC o el rechazo a que la energía nuclear fuera etiquetada como verde en Europa aunque cumpliera con los requisitos exigidos. Pero puede que nuestro país se quede cada vez más solo con esta estrategia: desde hace años se están desarrollando decenas de proyectos de una nueva generación de reactores, los Reactores Modulares Pequeños (SMR, por sus siglas en inglés), que pueden proporcionar una energía nuclear más accesible, barata y, según los expertos, también más segura.
Las ventajas que presentan los «minirreactores» frente a las centrales tradicionales son tantas que ya se habla de que protagonizarán una «revolución energética». Estas son las principales:
-Son más pequeños y versátiles que las grandes centrales: un SMR tiene una potencia de hasta 300 MWe frente a los 1.600 o 1.700 MWe de algunas centrales nucleares, explica a LD Luis E. Herranz, Profesor de Investigación en Seguridad Nuclear y Responsable de la Unidad de Investigación en Seguridad Nuclear del CIEMAT. Eso hace que sus posibles usos y ubicaciones se multipliquen y sea posible su instalación tanto en lugares remotos, donde las redes eléctricas al uso tendrían dificultades de llegar y que se alimentan ahora de combustibles fósiles, como próximos a factorías cuya fabricación exige grandes cantidades de energía, que en muchos casos procede de centrales de combustión fósil. Además, «sus características intrínsecas podrían permitir su emplazamiento más próximo a ciudades, lo que disminuiría las pérdidas que se producen en la transmisión eléctrica». La razón está en que estos reactores no presentan las necesidades específicas de las grandes centrales sobre infraestructuras, terrenos, agua y lejanía a grandes núcleos de población.
-Que sean más pequeños implica también un menor coste: «Uno de los grandes inconvenientes» de la energía nuclear, recuerda Herranz, es que se necesita «una gran inversión de capital» de partida, algo que es un problema cuando no existen estabilidad fiscal ni garantías de que el proyecto llegue a término. Frente a los 5.000 millones de euros que puede suponer construir una central, un SMR costaría sólo unos cientos, según un informe de la Sociedad Nuclear Española.
-Que sean modulares implica que su construcción sea más fácil y rápida: en la construcción de una central nuclear hay «variaciones en el diseño» casi en cada emplazamiento. En cambio, los componentes de los SMR «se pueden construir en fábrica», ensamblarse y desplazarse posteriormente por ferrocarril o carretera al lugar donde se instalarán. Esto hace que los tiempos de construcción se reduzcan drásticamente y sea posible «tener en dos o tres años uno funcionando» o incluso menos, sin los retrasos que pueden acarrear los grandes proyectos. Además, el hecho de que sean modulares implica que se puedan instalar varios en el mismo emplazamiento si se necesita más potencia y que se tenga la opción de tener uno en funcionamiento mientras se instalan los siguientes.
-Permiten nuevas aplicaciones: además de para generar electricidad, los SMR permitirán otras aplicaciones. Algunos de los diseños generarán un «calor de proceso» de muy alta temperatura que podrá ser utilizado en procesos industriales que lo requieren (minería, papeleras…), plantas desaladoras o calefacción urbana, lo que permitiría la «descarbonización» de nuevos sectores.
-Son más seguros: «Cuando el tamaño del reactor es más pequeño, disminuyen las necesidades de refrigeración, incluso en caso de accidente. La eliminación del calor residual del combustible nuclear impediría que sucesos muy improbables se convirtieran en accidentes», explica Herranz. Los nuevos diseños de los SMR implican, por un lado, que algunos accidentes posibles en las grandes centrales estén «intrínsecamente excluidos». Por otro, estos proyectos optimizan la seguridad existente en las actuales centrales y utilizan sistemas de seguridad pasivos, que consiguen la refrigeración basándose en fenómenos naturales como la gravedad, sin que sea necesario aporte alguno de energía para funcionar.
El hecho de que necesiten menos combustible implica también que haya que recargarlos con menos frecuencia: mientras en una central convencional hay que cambiar un tercio del combustible «cada uno o dos años», los SMR podrían operar durante tres o cuatro años sin interrupción e incluso hay proyectos de microrreactores de hasta 10 MWe, tan pequeños que se podrían transportar en un camión y que podrían funcionar dos o tres décadas ininterrumpidamente, una posibilidad «muy interesante», por ejemplo en regiones remotas de Canadá, que ha apostado por ellos.
Los proyectos en marcha
En la actualidad hay más de setenta diseños sobre la mesa y varios SMR ya en marcha en Rusia y en China. Herranz señala que «la diversidad es muy grande»: aunque algunos emplean la tecnología de los reactores actualmente existentes incorporando mejoras, otros presentan soluciones totalmente innovadoras. Los dos reactores chinos se basan en la refrigeración por gas. Rusia, mientras, ha construido la primera central nuclear flotante del mundo, la KLT-40S Akademik Lomnosov: sus dos reactores, instalados en una plataforma en el Ártico de forma que quedan sumergidos en el mar, entraron en funcionamiento en 2020. Otros proyectos utilizarán metales líquidos, sodio o helio para la refrigeración.
En Occidente, los diseños más avanzados son los basados en la refrigeración por agua ligera, una tecnología ya empleada en los grandes reactores. Herranz estima que podrían comenzar a construirse «a comienzos de la década de los 30«. Entre los países que tienen varios proyectos sobre la mesa están Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Finlandia y Francia.
¿Y España?
Aunque organismos y científicos españoles han contribuido a algunas tecnologías que serán implantadas en estos diseños (Herranz señala la contribución de su Unidad de Investigación en Seguridad Nuclear en la investigación de SMRs en agua ligera y otros modelos), España está fuera de esta «revolución energética». El Gobierno continúa con sus planes de cerrar todas las centrales nucleares cuando finalice su periodo de explotación autorizado. Sobre si nuestro país debería sumarse a la estrategia de los SMR, Herranz destaca que sería «tecnológicamente acertado» mantener en funcionamiento «aquellos reactores que el Consejo de Seguridad Nuclear considere que están en condiciones seguras para seguir operando». «En las condiciones actuales, la energía electro-nuclear ofrece un coste estable y competitivo del kW nuclear, ayudaría a la descarbonización de la producción eléctrica y aportaría garantía a la seguridad al suministro eléctrico«, señala.
El investigador cita el ejemplo de Estados Unidos, donde hace tiempo ampliaron la vida de sus centrales nucleares a los 60 años y, algunas de ellas se están planteando su solicitud de explotación incluso hasta los 80 años. «Todo reside en la demostración de su capacidad de funcionar de forma segura», destaca.
Para Herranz, los SMR son «un mecanismo eficaz de potenciación de la presencia de energía nuclear en el sistema». Sin embargo, a su juicio el dilema «no ha de versar en el tamaño de la tecnología nuclear a implantar, cuestión que debería obedecer a la demanda energética que se plantee en cada caso». Lo esencial es que «cualquier decisión en esta dirección ha de producirse en un marco estable que permita la proposición de proyectos con garantías de comienzo y finalización basados en capacidades tecnológicas».