Después de un año caluroso, seco y con innumerables incendios forestales, llegamos a la temporada de los debates y se levanta la veda para culpar a alguien de las hectáreas calcinadas.
En la mesa redonda se sientan los que van a defender, a capa y espada, sus opiniones y la “polémica está servida”.
De derecha izquierda de la mesa nos encontramos con varias posturas al respecto. La primera hace referencia a la necesidad de adquirir más y modernos medios que ayuden a una temprana detección de los focos y su rápida extinción; la segunda, a “tocar” la conciencia de la población mediante sensiblerías televisivas; y la tercera, más moderna, a que los incendios se apagan en invierno, mediante labores de silvicultura y mantenimiento de los cortafuegos.
Y los que nos encontramos al otro lado del debate, como siempre: como meros espectadores, sin poder opinar, sin datos estadísticos, sin experiencia y sin conocimientos del funcionamiento de los ecosistemas naturales y de las dinámicas de poblaciones, podemos
llegar a pensar que lo mas novedoso, lo más barato y lo mas lógico es limpiar los montes de ramas, hojarascas, excesiva densidad de árboles, etc. y evitar el acúmulo de combustible forestal.
Es lógico pensar que es más fácil, dificultar la aparición del fuego, retrasar su avance y facilitar su extinción si no existen matorrales, hojarasca y una continuidad vegetal desde el suelo hasta las copas y luego de árbol a árbol; pero no es oro todo lo que reluce, los montes tienen que albergar a multitud de plantas con diferentes alturas y densidades que a su vez den cobijo y alimento a la fauna que sustentan, si lo cortamos y limpiamos todo, quedan bosques monoespecíficos, que pierden su entidad y ya no son montes, son cultivos vegetales.
Un monte sin distintos estratos vegetales, a distintas alturas, con sus densidades características de taxones vegetales y sin una parte importante de vegetación y hojarasca muerta pierde la biodiversidad, que es lo que hace valioso a los ecosistemas forestales.
Si damos un repaso a las especies vivas que habitan nuestros bosques, desde los organismos más simples a los más complejos, podemos ver que muchas bacterias, hongos, líquenes y taxones vegetales necesitan de la materia en descomposición para completar su desarrollo y en definitiva sus ciclos biológicos.
En el mundo de los insectos también aparecen especies que necesitan tocones y maderas en descomposición para completar su reproducción, pues aunque los adultos coman flores u hojas de los árboles, las larvas se desarrollan en estos lugares, y el resto es sencillo, sin larvas no hay adultos y sin adultos se produce la extinción de la especie en esa zona. Como ejemplos se pueden citar los escolítidos, e insectos ya tan poco comunes como el ciervo volante y la Rosalia alpina (extinguida en muchos lugares de Centroeuropa por estos motivos).
Además muchas aves necesitan vivir en un estrato arbóreo determinado, si falta este estrato simplemente se van y eligen otras zonas donde alimentarse y reproducirse más adecuadas. Si faltan las aves se disparan las poblaciones de insectos dañinos y muchos vegetales pierden sus vectores de transporte y diseminación de las semillas.
En definitiva, no es que realizar labores de silvicultura sea bueno o malo, sino que es una técnica más para luchar contra la lacra de los incendios forestales.
Lo mejor frente al fuego, como siempre y al igual que en los ecosistemas naturales, la diversidad.
Primero que la población sea sensible ante la importancia de mantener los bosques en buen estado, luego que las labores de silvicultura (pero no a lo largo y ancho de toda la superficie de arbolada) mantengan rupturas en los combustibles vegetales para aislar los fuegos y retrasar su propagación, para terminar con unos equipos humanos y materiales, modernos y tecnológicamente avanzados que sofoquen los fuegos cuanto antes.