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Los secretos de los genios de los tanques nazis para aplastar a los ‘monstruos’ acorazados de Stalin

Manuel P. Villatoro

«Ese día cambió la naturaleza del combate de carros, pues [ese tanque] estaba a un nivel completamente nuevo en cuanto a armamento, protección blindada y peso». Si nos ceñimos a lo que Hollywood nos ha mostrado en sus películas, esta amarga queja podría haber salido de la boca de cualquier comandante de un carro de combate soviético o estadounidense. Al fin y al cabo… ¿no afirma el mito que los nazis estuvieron siempre a la vanguardia en lo que a potencia acorazada se refiere? La realidad fue más cruda para los hombres de la Wehrmacht (las fuerzas armadas del Tercer Reich). Y es que, hasta la llegada de los mitificados Panzerkampfwagen VI Ausf E (más conocidos como Tiger I), los blindados soviéticos eran los reyes de la Segunda Guerra Mundial. Así lo demuestra el que esta cita fuera escrita por Helmut Ritgen (todo un alférez de la 6.ª División Panzer).

Si el «Tiger» fue, para muchos carristas Aliados, una verdadera «bestia» que causaba pavor en el campo de batalla, los T-34 habían sido el equivalente para los germanos poco después del inicio de la Operación Barbarroja (la invasión de la URSS en 1941). Pero incluso cuando el Panzer VI hizo su aparición en el frente del Este los comandantes del Tercer Reich tuvieron sus némesis; a saber, los desconocidos IS-1 e IS-2. Ya lo dejó escrito en sus memorias el as de los tanques nazis Otto Carius (con 150 blindados destruidos en su currículum): «Los carros Stalin [IS] eran incluso superiores a los nuestros». Por suerte para Adolf Hitler, los consejos de los veteranos líderes como el propio Carius o Michael Wittman ayudaron a los carros de combate teutones a superar a sus enemigos. Todo ello, sin desmerecer la ventaja que ofrecían los Tiger, calificados por muchos veteranos de las divisiones Panzer como los mejores acorazados jamás fabricados.

Inicios preocupantes

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial fue satisfactorio para las unidades acorazadas alemanas. Eso es innegable. Así lo demuestra el que Polonia y Francia fuesen aplastadas por la bota nazi apenas en un mes. Sin embargo, aunque el mito afirma que los germanos consiguieron estas gestas militares gracias a que sus blindados eran más pesados y, en definitiva, mejores que los de sus oponentes, la realidad es otra. Ya lo dijo el historiador James Holland en declaraciones a ABC el pasado 2018: «Eran superados por los franceses y los ingleses. Pero los panzer eran más efectivos porque podían maniobrar más rápido. El 15 de mayo de 1940, por ejemplo, los alemanes destruyeron a la 1ª División Acorazada francesa usando su velocidad». En sus palabras, el secreto de los «pequeños panzer» era atraer a sus contrarios hasta «las unidades de armas antitanque».

Poco después de que Adolf Hitler invadiera la URSS el 22 de junio de 1941 las deficiencias de los panzer quedaron en evidencia cuando se toparon con las primeras «bestias soviéticas», los T-34. «El T-34 fue el diseño de carro de la Segunda Guerra Mundial de mayor impacto. Su revolucionario diseño le hacía superior a cualquier otro carro de tipo medio conocido en la época en armamento principal, protección y movilidad. Tenía un blindaje inclinado de 32 mm. de espesor, un compacto y potente motor diésel menos caprichoso que sus predecesores de gasolina y una torreta fundida en una sola pieza en lugar de hecha de acero laminado en frío», afirma el historiador militar Robert Kershaw en su magna «Tank men».

Los testimonios de los carristas germanos atestiguan lo duro que era enfrentarse a los T-34, y a los menos populares KV, en 1941 y 1942. El Panzer III (de menor porte y peor blindaje) sufría una infinidad para acabar con ellos. «Para poder tener alguna oportunidad contra un T-34 teníamos que acercarnos mucho, hasta unos 200 metros, mientras que ellos podían dejarnos fuera de combate a una distancia de 1.000», explicó Rolf Hertenstein, de la 13.ª División Panzer. El barón von Langermann coincidió con él al dejar por escrito la «absoluta superioridad que los carros rusos de 26 y 52 toneladas» tenían sobre sus unidades acorazadas. Este último alabó la enorme distancia a la que los cañones rusos podían causar bajas gracias a su «gran precisión y enorme fuerza de perforación». Por no hablar del «excepcional motor diésel» y su resistencia a las averías.

La infantería alemana también veía con desesperación a los T-34: «¿Usar el fusil? Tendría el mismo efecto que darte la vuelta y tirarle un pedo. Además, nunca te pasa por la cabeza disparar; simplemente tienes que quedarte paralizado como un ratón, porque si no aullarías de terror. No mueves ni el dedo meñique, por miedo a irritarle. Entonces te dices a ti mismo que tal vez hayas tenido suerte, que no te ha visto, quizás haya atraído su atención alguna otra cosa. Pero por otro lado piensas que quizás tu suerte se ha acabado y que esa cosa viene directa a por ti, hasta que dejas de ver y de oír en tu agujero. Es entonces cuando necesitas nervios como cables de acero, se lo aseguro».

«¿Qué se suponía que deberíamos hacer contra tales monstruosidades que los rusos arrojaban contra nosotros en enormes cantidades?»

El mismo Otto Carius, quien por entonces ya se hallaba al frente del 21.º Regimiento Panzer, admitió la superioridad de los T-34 en sus memorias, «Tigres en el barro»: «Otro suceso que nos cogió como si nos hubiera caído encima una tonelada de ladrillos fue la aparición de los primeros carros rusos T-34. Nos sorprendieron completamente». Su frustración durante los primeros meses de la Operación Barbarroja fue tal que esgrimió alguna que otra queja contra sus mandos. «¿Cómo era posible que “los de arriba” no conocieran la existencia de este carro superior?». También admitió que era casi imposible, al menos por entonces, parar el torbellino de blindados de Stalin: «¿Qué se suponía que deberíamos hacer contra tales monstruosidades que los rusos arrojaban contra nosotros en enormes cantidades?». En sus palabras, «cundió entre nosotros la sensación de estar prácticamente indefensos».

Arrojo y suerte

Lo único que salvó a los alemanes fue que, cuando comenzó el conflicto, las tripulaciones soviéticas apenas habían tenido contacto con sus nuevos carros de combate. En ese sentido la sorpresa volvió a ayudar al Tercer Reich como lo había hecho en Polonia y Francia. «Los artilleros de carro eran especialmente mediocres, las unidades acorazadas operaron pobremente, los carros no eran recuperados de forma eficiente, había defectos de fabricación y faltaban piezas de repuesto», añade el reputado autor anglosajón. El apoyo de la Luftwaffe (la fuerza aérea alemana) jugó también en favor de los germanos; los bombarderos en picado Stuka se convirtieron en verdaderos ases en la manga que podían acabar con las redes de transporte ferroviarias y, por descontado, dejar caer explosivos sobre los blindados enemigos.

Carius también dejó escrito en sus memorias los consejos que daba, por aquel entonces, a las tripulaciones germanas. El primero era usar su buena puntería para «acertar al T-34 en el anillo de la torre». Si el tirador lo lograba solía atascarla y su blindado podía rodear (sin peligro) al carro de combate soviético para dispararle por su retaguardia, donde el blindaje era mucho menor. Eso era lo más habitual, aunque también podía darse el milagro de «dejarlo fuera de combate», algo mucho menos habitual. Con sorna, Carius recordó en sus memorias que los culpables de que Stalin creara aquellas bestias habían sido germanos. «Resulta irónico que, poco antes de la guerra, les hubiéramos entregado a los rusos las grandes prensas hidráulicas con las que podían fabricar las elegantes superficies redondeadas del T-34».

El siguiente de sus trucos consistía en atraer a los T-34 hasta las unidades anticarro. Pero no hasta los poco efectivos Pak de 3,7 centímetros, sino a los cañones de 8,8 cm utilizados, en principio, como defensa antiaérea. «Nuestra única salvación era el 8,8 cm Flak. Gracias a estos cañones podíamos hacer frente incluso a estos nuevos carros rusos. Por esta razón, todos comenzamos a profesar el mayor de los respetos a las tropas de defensa antiaérea, un colectivo al que anteriormente habíamos dedicado condescendientes sonrisas», dejó escrito en sus memorias. Así resistieron hasta que llegaron «los primeros Panzer IV con cañón de 75 mm de tubo largo» y algunos Panzer III mejor equipados (con «cañón largo de 5 centímetros y más pesadamente blindados»).

Cuando todo esto fallaba, el mismo Carius dejó escrito que solo cabía hacer una cosa. «Tras, prácticamente abandonar toda esperanza en nuestros propios vehículos, de nuevo hacíamos acopio de coraje y nos aprestábamos al siguiente ataque infructuoso».

En ello, eso sí, cobraban una importancia determinante unos oficiales que debían lograr que sus dotaciones superasen el desánimo que provocaba combatir jornada tras jornada contra un enemigo superior y, a la postre, mucho mayor en número. Algo que queda claro al leer las memorias de tanquistas como Gerd Schmükle, del 25.º Regimiento Panzer: «Una mañana […] vimos a centenares de carros rusos frente a nosotros […] Estaban alineados como para un desfile, uno junto a otro, en una formación de mucha profundidad. Para nosotros era una visión terrible, terrible, porque nuestro regimiento de carros era ahora muy pequeño; habíamos perdido un montón de ellos. Y ahora, de repente, veíamos ante nosotros aquella gran armada».

Cara y cruz

Sin embargo, poco antes del verano de 1942 las tornas giraron en favor del ejército alemán. Fue entonces cuando entró en servicio el mítico Tiger I; una bestia de 57 toneladas que contaba con un cañón más que letal: el KwK 36 L/56 de 88 mm, capaz de dañar a cualquiera de sus enemigos contemporáneos a una distancia de 2.000 metros. Estas características convirtieron al mencionado blindado en el terror de los aliados. Así lo dejó claro un tripulante ruso llamado Nikolai Dubrovin: «Se sentían escalofríos cuando veías uno. No solo por lo poderoso que era, sino porque imponía».

Carius no dudó en calificar a este blindado como el mejor que se creó durante la Segunda Guerra Mundial, aunque también señaló que su producción era tan costosa (un millón de Reichsmarks) que solo «se organizaron unos pocos batallones». «Ser el comandante de una de estas compañías conllevaba una gran responsabilidad», afirmó.

«Los comandantes de carro que cierran de un portazo la escotilla al principio del ataque y no la vuelven a abrir hasta que se ha alcanzado el objetivo no sirven de nada»

La superioridad del Tiger se mantuvo hasta la aparición de los tanques IS soviéticos (nombrados así en honor de Iósif Stalin). Según explica Michael Green en «Allied Tanks of the Second World War», la primera versión (IS-1) de estos carros de combate se empezó a fabricar en octubre de 1943. Meses después lo haría el mejorado IS-2. «El arma que se eligió para equiparlos a partir de noviembre de 1943 fue una pieza de artillería de 122 mm modificada», explica el autor. Su blindaje y capacidad de fuego lo convirtieron en el enemigo natural del Panzer VI, como bien explica Carius en sus memorias. «El carro Stalin, al que conocimos en 1944 era, como mínimo, equivalente al Tiger», escribió. Poco después de enfrentarse a ellos cambió de parecer: «Los carros Stalin eran incluso superiores a los nuestros».

Los consejos de Carius para acabar con estos carros de combate empezaban por seguir el lema de los tanquistas germanos: «Dispara el primero, pero si no puede ser, al menos sé el primero en acertar». En su favor (así como en el de sus compañeros) el as de los carros de combate tenía el «funcionamiento perfecto de las comunicaciones carro a carro». Algo que, en sus palabras, fallaba a los soviéticos. No le faltaba razón, pues los tanques de la URSS no se comunicaban entre ellos para organizar las ofensivas (funcionaban por oleadas) y carecían de «un sistema de puntería rápido y preciso».

A su vez, el germano siempre aconsejó a sus subordinados dirigir su vehículo con la escotilla abierta, pues les permitía discernir cómo se estaba desarrollando la batalla a su alrededor y reaccionar unos escasos (pero vitales) segundos antes. «Los comandantes de carro que cierran de un portazo la escotilla al principio del ataque y no la vuelven a abrir hasta que se ha alcanzado el objetivo no sirven de nada», añadió. Los rusos, no obstante, preferían no asomarse para evitar que les volasen la cabeza.

Fecha de publicaciónoctubre 10, 2019

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