Europa era hasta la fecha un reducto galo en lo que a derechos digitales se refiere. Pese a que la ley permitía recopilar datos, a diferencia de otras regiones del mundo, las empresas y gobiernos del Viejo Continente lo tenían difícil para almacenarlas y utilizarlas de forma extensiva. Solamente podían hacerlo en casos de extrema gravedad como en investigaciones criminales abiertas
Ese modelo era muy distinto a lo que sucede en Estados Unidos donde en favor de las empresas y la presunta seguridad de la ciudadanía, los datos de los ciudadanos pueden ser empleados por gobiernos y compañías de un modo más libre que en Europa. Y qué decir de China, donde como hemos comprobado durante los últimos días, la privacidad no está ni se le espera.
Decíamos que en Europa la ciudadanía estaba protegida y siempre que un gobierno o una empresa quería utilizar datos personales, esos datos debían estar anonimizados, es decir, no podía saberse a ciencia cierta de quién eran los datos empleados. Lo decíamos porque después de esta pandemia se ha abierto un mundo de oportunidades para quienes defienden una regulación de la privacidad mucho más laxa.
Cuando Edward Snowden reveló que el gobierno de los Estados Unidos había espiado las llamadas telefónicas de su población, en un primer momento el 54% de la ciudadanía apoyó la decisión del ejecutivo de Obama al considerar que era preferible estar espiado que vivir bajo la amenaza del terrorismo. Prefirieron la seguridad por encima de la libertad.
¿Podría suceder lo mismo con la pandemia en Europa? Que no quepa la más mínima duda. ¿Cuántas personas van a pensar que es mejor que un gobierno rastree a las personas infectadas y a sus contactos antes que se produzca una muerte más? ¿Cuántas van a preferir ser rastreados antes que tener que ir con una mascarilla por la calle y tenerse que lavar las manos de forma compulsiva?
Vienen tiempos de un debate intenso en el que nuestros datos estarán en el centro. Ahora toca saber de que lado estamos: el de la seguridad o la libertad. Y más allá de eso tocará hacerse una pregunta todavía más importante: ¿Existe una dicotomía entre libertad y seguridad o ambos bienes puede ser asumidos a la vez?