La rapidez con que se han derrumbado las tropas afganas ante el avance de los talibanes es una sorpresa para muchos conocedores de la situación, pero no para todos. Hace tiempo que se venía sospechando que las unidades militares creadas y mantenidas por los Estados Unidos para impedir su retorno estaban infiltradas por un alto porcentaje de guerreros talibanes.
Y lo mismo está ocurriendo con las fuerzas de seguridad, improvisadas y mal seleccionadas, lo cual explica su ineficacia ante la ola de atentados que en los últimos años han dejado millares de víctimas entre la población civil. Los norteamericanos invirtieron muchos millones de dólares dinero y mucho esfuerzo en crear un Ejército moderno que garantizase la supervivencia del Gobierno democrático que ellos también habían improvisado.
Todo fue inútil. El fanatismo que existe entre los talibanes, una milicia fruto de las creencias islamistas más radicales, unido al odio al extranjero que ya venía heredado de los tiempos de la ocupación soviética, consiguieron aglutinar a un porcentaje muy importante de una población pobre, inculta, aferrada a su pasado y resistente a cualquier tipo de evolución.
La presencia de Bin Laden, que instaló allí la sede de Al-Qaeda más de veinte años atrás, fue un factor decisivo para aprovechar los resortes del poder y para imponer entonces sus pretensiones más agresivas y retrógradas. Lo que sorprende a estas alturas es que la gente siga añorando ver a las mujeres con burka y a las niñas alejadas de las escuelas.
Hay quien mantiene la opinión de que tal vez un Gobierno talibán actual, renovado, no será lo mismo que el que el régimen que cayó con la invasión estadounidense como represalia por los atentados del tristemente inolvidable 11-S y el derribo de las torres gemelas de Nueva York. Pero los indicios hacen temer que no será así.
Los talibanes vuelven a Kabul con espíritu de venganza por lo que han cambiado muchas cosas en los años recientes y la experiencia del régimen que han venido imponiendo en las ciudades y regiones que fueron pasando a controlar lo recuerda. La impresión que recogen los militares que vivieron la experiencia de impedir su regreso son pesimistas.
Tampoco cabe esperar que nuevos aliados en la zona puedan influir lo suficiente para que los nuevos gobernantes se apresten a evolucionar, al menos a corto plazo hacia algunos principios más acordes con el tiempo. Los talibanes se hacen plenamente con un país complicado que previsiblemente recupere además su centro de actividad del yihadismo en sus diferentes ramas.