Llamada para vacunarme. Allá voy. Merece la pena contarlo y compartirlo. Sientes una sensación de alivio y a la vez preocupación. Por fin. Se han acordado de mí, estaba en la lista, ¿habrá mucha cola?, ¿qué vacuna me pondrán?, llamas, preguntas, consultas en la red. Inquietud en definitiva, y una ventana que se abre para respirar aire puro. Un paso más. Hasta aquí he llegado. Resistiré.
Una de las mayores indecencias cometidas en este periodo que llevamos, un año de lucha, es convertirla en política y no dejarlo en sanitaria. La crítica hacia la mala gestión, cuando es evidente y se argumenta, no es política, sino una forma de mejorar. Cierto es que cada uno cuenta la feria como le ha ido. Incluso hay veces que te va mal, pero solo tú eres culpable. No es el caso. No echemos la culpa a los de las fiestas y a los que no cumplen, que también, sino señalemos (para siempre) a los que iniciaron esto como si de una puesta en escena se tratara mientras los muertos caían como segados por una endiablada ametralladora día y noche municionada.
Que mascarilla sí, mascarilla no, aquel 8M, desentenderse de la pandemia y no mandar, la maravilla y la orquesta de simón &… han escenificado un panorama televisivo que pasará a la historia de las tragedias, pero en serio. El zenit del despropósito ha sido la administración de las vacunas. Que cada uno analice y asuma aquí o allá su responsabilidad.
Como todo es un despropósito ya no te crees que haya llegado el momento de vacunarte. Llega.
La casualidad hizo que empezaran a caer las primeras gotas de la tormenta en el momento de colocarme en la cola de la vacunación en el Hospital de Madrid enfermera Isabel Zendal. Arreciaba el agua y el viento. Torrencial. Todos éramos mayores, en mejores o regulares condiciones y con la suficiente edad para no crecer ya más, aunque nos regasen tanto. Hubo un momento de preocupación. La cola aceleró, aguantamos y superamos el difícil momento más o menos empapados.
Hubo, orden, respeto, educación y eficacia. Nadie hizo aspavientos y sin estridencias, en el silencio de los que ya llevamos demasiados gritos encima, pasó aquel momento y nos vimos dentro del edificio hospitalario. Impecable, limpio, acogedor; piensas en las tragedias que allí se han vivido. Lágrimas, muecas y esperanzas. ¿Cómo se puede criticar un centro médico como el Zendal que es un ejemplo, que debería existir en todas las ciudades de millones de habitantes, dónde en cualquier momento la tragedia se convierte en colectiva? ¿Cómo puede haber un personaje que diga que su primera medida política sería derribar este hospital? Silencio y eficacia. Alguno debería respetar y hablar menos o mejor.
La cola daba la vuelta entera al interior del edificio. Pensé que aquello nos llevaría toda la tarde. La actividad era frenética. Nadie decía una palabra de más, tampoco de menos, ni se veían paseos de recreo; cada uno a lo suyo, gran actividad y ninguna mirada perdida. Se escuchaban las normas, se repetían, se acariciaba a algunos que lo necesitaban, a todos se sonreía, mucho silencio en las largas colas; sabiendo que no era nada, era cada vez mayor la intranquilidad mientras se acercaba el momento: ¡ya me toca!
Repito mi asombro: ni una palabra de más, nunca una de menos. Como debe ser. Profesionales que llevan días, horas agotadoras, sonrientes y seguramente cansados de lo que debe ser una rutina desde que inician la jornada hasta el final. También saben que cada uno que se sienta en el sillón para vacunarse es nuevo, es su primera dosis, su esperanza, su incertidumbre, y que hay que decirle algo. Te lo dicen.
Termina. Ya estás vacunado. Algo especial recorre tu interior; que no siendo nada lo es todo.
Al salir he respirado hondo, quizá por allí han merodeado muchos virus, de todo tipo, en castizo: mucha mala uva.
¿Cuántas vidas se han salvado gracias a esta obra? No lo sé. Miro de lejos al hospital y recuerdo al doctor Balmis y a su enfermera Isabel Zendal a los que seguramente tildaron de locos en aquella su aventura. Es la de la vida, que a unos les gusta y a otros disgusta. Parece que no todos están con la vida.
Yo hoy me quedo con ella.
Gracias a Madrid y sobre todo a todos los que lo habéis logrado. Brille la esperanza como esa que he visto en los ojos de las personas que en una larga cola pasada por agua daban ejemplo de lo que hay que hacer y cómo hacerlo, aunque la adversidad de una tormenta quiera ponerle obstáculos.