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Cisnes negros: Ébola y COVID-19

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Resumen:
La pandemia de la COVID-19 que actualmente estamos viviendo, presenta importantes similitudes con la epidemia de ébola que azotó África Occidental entre los años 2013 y 2016. Este artículo busca señalar y analizar los puntos en común de ambas crisis, destacando su aparición repentina, el hecho de que ambas son «enfermedades del cuidador» y que ambas tuvieron que ser afrontadas con unos medios insuficientes.

Una vez se han señalado estas debilidades estructurales, se propone una serie de medidas de refuerzo sistémico que conciernen tanto a las capacidades sanitarias nacionales de cada país, como a la estructura y las leyes internacionales; destacando especialmente el papel de la OMS y del Reglamento Sanitario Internacional.

Palabras clave:
Ébola, coronavirus, pandemia, epidemia, COVID-19.

Introducción: heraldos de la COVID-19
Durante mucho tiempo se creyó que los cisnes solamente podían ser blancos hasta que se encontraron cisnes negros en Australia. Aunque este descubrimiento fue chocante en su época, cuando se analizó la cuestión a posteriori siempre pareció previsible y lógico que los cisnes pudieran ser negros.

La metáfora del cisne negro es habitualmente empleada en economía para designar un hecho que se considera inesperado o altamente improbable, que genera un gran impacto y que, en retrospectiva (es decir, una vez ha sucedido), parece lógico pensar que se pudo haber predicho1.

Ciertamente, la repentina irrupción de la COVID-19 para muchos ha sido una desagradable sorpresa o, directamente, un auténtico desastre. Incontables planes, proyectos, ilusiones y vidas han sido destruidos por el advenimiento de este terrible cisne negro, que parece haber surgido de la nada.

A principios de junio de 2020, comenzando un proceso de desescalada en España, las cifras globales del coronavirus son sorprendentes: más de seis millones de infectados y más de 370 000 muertes2. A este terrible cómputo de pérdidas humanas hay que sumarle, además, el daño que ha sufrido la economía mundial y que algunos expertos ya califican como el mayor desde la Gran Depresión de 19303.

La COVID-19 ciertamente ha golpeado duramente nuestro mundo y nos ha dejado frente a un futuro incierto. Y una pregunta asalta a muchos: ¿pudo haberse evitado?¿Pudo haberse previsto?
El tiempo de confinamiento ha sido fértil para la reflexión, y han salido a la luz numerosos elementos «proféticos» con menor o mayor base lógica:

En una TED-talk realizada hace cinco años, el famoso multimillonario fundador de Microsoft, Bill Gates, ya advirtió de la grave amenaza que supondría una posible enfermedad contagiosa en el actual mundo hiperconectado4.

Los amigos de lo esotérico apuntan a un libro de 2008 escrito por la futuróloga Sylvia Browne, en el que se habla expresamente de una enfermedad similar a una neumonía que azotará al mundo en 20205 . Tampoco han escaseado aquellos que han buscado en el coronavirus señales del apocalipsis bíblico6.

Al margen de fake news, visiones arcanas y previsiones racionales, lo cierto es que los heraldos del coronavirus ya han estado aquí; y han sido largamente ignorados por mucho tiempo.
Estos heraldos han sido otras enfermedades contagiosas epidémicas, tales como el SARS7
, el SIDA8 y, especialmente, el ébola. Todas ellas han puesto de manifiesto la existencia de una debilidad sistémica a nivel global a la hora de enfrentarnos a este tipo de emergencias.

Probablemente, muchas personas en la actualidad recuerden la pequeña conmoción que se vivió en 2014 en España a raíz del ébola. Todo comenzó cuando Miguel Pajares9, un religioso español, se contagió con esta enfermedad mientras trabajaba en el África Occidental. El padre Pajares fue repatriado y el día 7 de agosto de 2014 llegó a la base aérea de Torrejón de Ardoz, siendo inmediatamente ingresado en el hospital Carlos III de Madrid entre fuertes medidas de seguridad.

A pesar de los intensos cuidados recibidos, el religioso de 75 años de edad falleció el 12 de agosto10. No obstante, una de las auxiliares de enfermería que le atendía, Teresa Romero, se contagió y se convirtió en la primera y única infectada española de ébola fuera de África11. Tras un largo y duro proceso de aislamiento y recuperación, la auxiliar de enfermería superó completamente la enfermedad y España fue declarada «país libre de ébola» 12.

Estados Unidos no fue tampoco ajeno al brote de ébola en África. Dos misioneros norteamericanos fueron, igualmente, repatriados una vez resultaron infectados13 y causaron un importante pánico en EE. UU.14.

El origen de ambos casos, el español y el estadounidense, está en la epidemia de ébola que tuvo lugar en 2013 y 2016, en África Occidental, concretamente en los países de Liberia, Sierra Leona y Guinea.

Estas páginas analizarán las principales características del brote de ébola de 2013-2016, destacando una serie de elementos que pueden establecerse en común con el brote de COVID-19 que nos ha azotado en 2020.

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