Joaquín Madolell, natural de Melilla y militar del Ejército del Aire, desarticuló la mayor red del espionaje militar ruso en el sur de Europa desde el inicio de la Guerra Fría
La «teoría del dominó» (el miedo norteamericano a la propagación en espiral del comunismo), unida a la disuasión provocada por el terror nuclear, elevó el arte de la indagación y la ocultación a los altares de la política internacional. Si algo caracterizó a la Guerra Fría fue el juego de las medias verdades y las falsas mentiras. Y aquí los soviéticos, que basaban su supremacía en la infiltración masiva de agentes en todas aquellas áreas susceptibles de interés, eran los « maestros». Parece poco probable que en plena década de los 60 el precario espionaje español burlase la rama militar de inteligencia de la URSS, pero así fue. La historia del desconocido artífice de tan osada gesta, Joaquín Jesús Madolell Estévez, es desentrañada al detalle por el periodista Claudio Reig en «Joaquín Madolell: El espía que burló a Moscú» (Libros.com, 2017).
Con Madolell, al contrario de lo que sería lógico pensar, no hablamos de un informador instruido a conciencia. Más bien, de un espía fortuito. La oportunidad de engañar al Servicio de Inteligencia Militar Soviético tocó a su puerta y no al revés. Fue la discreción, amén de su notoria valentía, lo que permitió a este menudo melillense que no alcanzaba el metro setenta salir airoso de su más arriesgada misión: apuñalar el corazón del GRU, el servicio secreto más temido del mundo. Pero vayamos por partes.
Huérfano de madre al nacer y lanzado a la orfandad por su padre, Madolell, definido por Reig como un hombre sin filia por el régimen de Franco, divisó en el Ejército del Aire una salida a su desalentadora situación en la devastada España de posguerra, donde ingresó en 1941 a la edad de 18 años. En la segunda mitad de la década pasó a la recién creada Escuela Militar de Paracaidismo. Allí, en el aeródromo de Alcantarilla (Murcia), su carácter temerario quedó registrado a través de varios saltos de una peligrosidad extrema. Ya un lustro antes, esa intrepidez, aliñada con unos legítimos deseos de prosperar en su carrera militar, le llevaron a enrolarse como voluntario en la División Azul para combatir en el frente ruso junto a la «Wehrmacht».
Por tanto, atendiendo a los rasgos de su carácter es más sencillo comprender el porqué de sus hazañas. «Contaba con aptitudes castrenses muy valoradas como la lealdad, el patriotismo y una querencia innata hacia el riesgo y la aventura fuera de lo común. De igual manera, Madolell poseía un don natural para las relaciones sociales, cierta pasión por la simulación y un coraje extraordinario», señala el autor del libro a ABC.
Una propuesta «indecente»
La «Operación Mari» fue una acción de contrainteligencia llevada a cabo entre 1964 y 1967 y que contó con Joaquín Madolell como actor principal. Con un tablero dirigido por los servicios secretos españoles, italianos y norteamericanos, en el seno de la misma se encontró la reactivación del interés soviético por España en los años de la «apertura» y del «desarrollismo».
«La Guerra Civil española y el apoyo militar e ideológico dado al «Tercer Reich» de Hitler confinaron al régimen de Franco al aislamiento y la autarquía. Sin embargo, la repartición de Europa en dos grandes bloques antagónicos colocó de nuevo a la Península en el centro del mapa», apunta Reig. En plena Guerra Fría, la estrategia de EE.UU. se orientó hacia el establecimiento de un sistema común de defensa. Por su posición estratégica y la demonización del comunismo, España en general, y el franquismo en particular, pasaron a ser de utilidad para el adalid del capitalismo. La relación de conveniencia con los Estados Unidos de América se rubricó en 1953 con el acuerdo de establecimiento de cuatro bases militares norteamericanas en suelo patrio. «La entrada de España en la órbita occidental suscitó de nuevo el interés de los soviéticos por un país que habían casi abandonado a su suerte en las postrimerías de la guerra fratricida», continúa el autor.
Concretamente, fue en 1964 cuando la «Madre Rusia» volvió a extender sus tentáculos sobre el país de la rojigualda. Desde un año antes, el agente del GRU Giorgio Rinaldi, partisano turinés que combatió la ocupación nazi, se dejaba ver por el aeródromo de Cuatro Vientos, sede del Paraclub de Madrid. Su objetivo no era otro que el de proporcionar a la URSS la relevante información referente a las bases de utilización conjunta (tres de las cuales pertenecían al arma de Aviación: Morón de la Frontera, Torrejón de Ardoz y Zaragoza). Para ello, el italiano optó por atraer hacia la causa comunista a algún militar español antes que intentar captar a su semejante estadounidense.
«Rinaldi presumía de ser un campeón paracaidista en Italia y Suiza y, salto a salto, fue ganándose la consideración del personal del Paraclub madrileño, formado en su mayoría por instructores militares de los ejércitos de Aire y Tierra. Obviamente, entre los instructores del aeródromo ubicado junto a la carretera de Extremadura se encontraba Joaquín Madolell», resume Claudio Reig.El traslado de parte del Mando de la Defensa Aérea a la base de Torrejón forzó el intento comunista de captar a Madolell
Copa a copa, favor a favor, desde el estío de 1963 la relación entre el natural de Melilla y el piamontés fue fraguándose a buen ritmo. Cumplidas las fases de acercamiento, análisis y amistad, la reubicación en la primavera del 64 de parte del Mando de la Defensa Aérea en Torrejón -en esos momentos, Madolell permanecía adscrito a la Quinta Sección del Estado Mayor del mismo- precipitó la cuarta y última: la captación.
«Con Madolell en la base aérea hispano-norteamericana de la población madrileña del Corredor del Henares, el ofrecimiento -por parte de Rinaldi- para colaborar con los comunistas no tardó en producirse», explica el escritor. Si el paracaidista español había entablado una relación de amistad con su homólogo italiano era por un préstamo que éste le proporcionó y que le permitió saldar una deuda de juego. Pero tal oferta sobrepasaba todos los límites. Así, Madolell se cuadró ante el teniente coronel Ricardo Arozarena y le expuso la situación. El jefe de Contraespionaje de la Tercera Sección del Alto Estado Mayor, quien vio una oportunidad, le ofreció desempeñar una labor de contraespionaje. Joaquín Madolell no lo dudó un instante.
Golpe a la inteligencia comunista
Al frente de la «Operación Mari» (Madolell-Rinaldi) estuvo la encargada española de las tareas de contrainteligencia, esto es, la Tercera Sección del Alto Estado Mayor. También participaron de forma activa la CIA, vistas las pretensiones de información del GRU soviético, y el SID (Servicio de Información de las Fuerzas Armadas italianas), dada la condición transalpina del matrimonio Rinaldi (Giorgio y Zarina) y de Armand Girard, subalterno del turinés.
El accidental agente doble hispano encaró con brío y entereza la «insensata» empresa de no solo penetrar en los secretos rusos, sino de «gobernar» las averiguaciones ambicionadas por los ladinos inquilinos del Kremlin. Como bien lo atestigua Claudio Reig, la solicitud de documentos confidenciales (despliegue de aeronaves, material nuclear almacenado en las bases aéreas, etc.) era safisfecha por Madolell: «En combinación con la Agencia Central de Inteligencia norteamericana, los militares del Alto Estado Mayor facilitaban a Madolell documentación auténtica no sensible o que pudiera modificarse en poco tiempo, así como material obsoleto pero con visos de verosimilitud».
Pese a las reticencias de sus mandos y aún sabiendo la imposibilidad de recibir protección al otro lado del «telón de acero», el intrépido Madolell no titubeó a la hora de aceptar un viaje a Moscú. Allí fue instruido en las técnicas de desencriptación o el establecimiento de una red de contactos en el Mediterráneo, entre otras. No obstante, y aunque nunca dudó de su misión, el melillense, como bien apunta el autor, no guardó mal recuerdo de sus 17 días en la capital del imperio soviético: «El poco tiempo libre del que disponía entre tanto aprendizaje lo pasó entre visitas turísticas programadas y comidas de confraternización, que a buen seguro utilizaban los expertos agentes del GRU para evaluarlo. Incluso tuvo la oportunidad de asistir a un desfile militar en la Plaza Roja que le impresionó sobremanera».
Las temporadas de formación, bajo la tutela del matrimonio Rinaldi, igualmente se sucedieron en Turín. La última, en septiembre de 1966, tres meses antes de que españoles, norteamericanos e italianos decidiesen poner fin al operativo. Para no colocar el foco sobre el agente hispano, la detención de los Rinaldi y de Girard debía realizarse en Italia. El problema era que los secretos oficiales de la sección Madolell pertenecían al Estado español, de modo que no se podría acusar a los transalpinos de traición a su patria. Todo ello llevó a los tres servicios secretos colaboradores a tejer una trampa. Escondida bajo el supuesto hallazgo de material de altísimo nivel, el natural de Melilla suministró a sus contactos italianos información sensible referente a la base aérea de la OTAN en Aviano.
La idea estaba clara: si la red Rinaldi trasladaba dicho material desde España, podrían ser acusados de espionaje a la Alianza Atlántica, de la que Italia formaba parte. Finalmente, en marzo de 1967, el SID echó el guante a Girard, quien señaló a Giorgio y Zarina Rinaldi como sus superiores directos.
No obstante, el éxito de la argucia no puso punto final a la «Operación Mari». Todo lo contrario. «Una vez apresados los tres súbditos italianos, se desencadenó una frenética búsqueda y captura de los agentes del GRU diseminados por el sur de Europa. El arresto de Rinaldi abrió una grieta en la impenetrable coraza del espionaje militar soviético. Los primeros arrestos y expulsiones sucedieron en Grecia, Chipre, Italia y Austria, si bien afectaron a agentes soviétivos con cobertura diplomática de otros muchos países como Suiza, Marruecos, Tunez o Somalia. Hablamos de decenas de agentes descubiertos entre los arrestados y los expulsados de legaciones diplomáticas», concluye Claudio Reig.