El descubrimiento de fosfina en Venus podría ser el primer paso para descubrir vida extraterrestre o podría ser, una vez más, un sonoro chasco.
No es la noticia científica que el mundo espera con ansiedad y que necesariamente tratará sobre la vacuna de la enfermedad de la COVID-19 transmitida por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Pero sin duda es la más sorprendente: mediante los telescopios de radiofrecuencia ALMA y ESO, se ha detectado fosfina, el primer indicio de posible vida microbiana en Venus. Podría ser el primer paso para descubrir vida extraterrestre, o podría ser, una vez más, un sonoro chasco. Estas son las cinco claves de un, en cualquier caso, notable descubrimiento.
¿Qué es la fosfina y por qué importa tanto?
La fosfina o gas fosfano (PH3) es una sustancia rara que en la Tierra es producto o bien de algunos procesos industriales o, en la naturaleza, como consecuencia de procesos biológicos. «Las bacterias terrestres producen esta molécula al tomar el fosfato de minerales o de material biológico, le añaden el hidrógeno, y expelen el gas resultante», indicaban los investigadores en su presentación. La concentración encontrada en las nubes de Venus es muy discreta, del rango de 20 moléculas por cada mil millones, que sería el 10% de lo que se produce en la Tierra.
¿Dónde está la emoción entonces? En que los investigadores han buscado un origen abiótico, es decir, producido por un fenómeno natural sin intervención de vida biológica: las tormentas eléctricas, minerales expelidos desde la corteza terrestre, materia arrastrada por micrometeoritos o procesos químicos que se producirían en las nubes. Ninguno de estos procesos, concluyen, crearía suficiente fosfina como para justificar esos niveles. Y aunque este gas ya se ha encontrado en gigantes gasesos como Júpiter, en un mundo pequeño y rocoso como Venus, la biológica es la principal hipótesis con la que contamos.
¿Puede haber vida en Venus?
En aparencia, el ‘Lucero del Alba’ es el último lugar en el que se nos ocurriría buscar vida: a 500 ºC, la superficie del planeta es la más calurosa de todo el Sistema Solar, más aún que la de Mercurio, aunque esté más cerca del Sol. La luz solar, de hecho, no logra penetrar el manto de nubes que rodea al planeta, alimentando un efecto invernadero. La presión es de 90 veces la de la Tierra, similar a la de las profundidades oceánicas, y la atmósfera es tan ácida como para corroer rápidamente las sondas espaciales que han tocado suelo.Sandra Mozarowsky, otra amante para Juan Carlos: por qué su muerte es noticia 43 años despuésRaúl RodríguezLa joven actriz, a la que relacionaron con el emérito, murió al precipitarse de un cuarto piso, con 18 años y estando embarazada de cinco meses.
Sin embargo, se postula que Venus conoció un pasado más feliz, hasta fecha relativamente reciente relativamente hablando: pudo tener océanos de agua líquida y una atmósfera compatible con la vida hasta que dos factores, una mayor cercanía al Sol y un campo magnético más débil que el que protege a la Tierra la convirtieran en su «hermano infernal». Sin embargo, los remanentes de aquél edén caído podrían haberse refugiado en las capas superiores.
Esta ilustración muestra la superficie y la atmósfera de Venus, así como las moléculas de fosfina. ESO
¿Puede existir vida entre las nubes?
No es raro que los microbios y las bacterias «lluevan» sobre nosotros desde alturas de hasta 40 kilómetros, y son arrastrados por fenómenos atmosféricos como las nubes de polvo intercontinentales. Pero este fenómeno en la Tierra se da como interacción con una superficie que sí acoge vida biológica. Las nubes de Venus, por otra parte, son estacionarias y mucho más densas que las terrestres, compuestas básicamente de agua. Además, las capas altas de la atmósfera se encuentran a unos tolerables 30 ºC.
¿Un oasis en el infierno venusiano? No exactamente, porque esas nubes, explican los investigadores, pueden llegar a estar formadas por un 90% de ácido sulfúrico, lo que implica que cualquier microorganismo debería ser mucho más resistente a la acidez de lo que encontramos en la Tierra. Pero «hay bacterias terrestres que aguantan pH muy bajos y, además, es más fácil para la vida sobrevivir en un medio líquido», plantea en su blog el astrofísico y divulgador Daniel Marín por lo que, aunque la vida aérea en Venus es «conceptualmente difícil», no puede ser descartada.
¿Por qué no vamos a comprobarlo?
La investigación de Venus ha sido una de las historias menos conocidas y más interesantes de la carrera espacial y la competición entre EEUU y la URSS, con docenas de sondas que han conseguido, mediante telemetría, radares e incluso el sacrificio del aparato en las entrañas del planeta, trazar el mapa y desentrañar su geología. Sin embargo, su investigación ha quedado arrumbada en las últimas décadas frente a objetivos más cercanos y presuntamente rentables a largo plazo.
Por su cercanía a la Tierra, Venus siempre ha incitado la imaginación: como no se podía ver su superficie, recordaba el astrónomo Carl Sagan, se llegó a deducir que sería un planeta pantanoso y que podría tener hasta dinosaurios. Pero el propio Sagan postuló en 1967 que podría haber vida venusina si mirábamos en sus nubes. La idea de extraterrestres habitando ecosistemas gaseosos fue ampliada con los ‘aerealistas jovianos’ que concibió como posibles nativos de Júpiter para su serie de divulgación científica Cosmos.
¿Es el único indicio de vida extraterrestre?
No; de hecho, la fosfina de Venus es la última pista que se añade a una considerable lista. Más allá de la Luna, la humanidad tiene puesta la vista en Marte, al reunir el Planeta Rojo condiciones más «hospitalarias» para la colonización. El agua que se ha encontrado está congelada, pero hay evidencias de que contó con una atmósfera similar a la Tierra, con ecosistemas y con océanos. Bajo su corteza, sin embargo, perviven salmueras que podrían contener en su agua viscosa y salada microorganismos sostenidos por oxígeno. También se ha detectado metano en su atmósfera, pero su origen abiótico no está acreditado.
Sin embargo, el Sistema Solar cuenta con candidatos mucho más potentes en materia de posible vida extraterrestre, pero no son planetas, sino sus lunas. Encelado, satélite de Saturno, posée un océano bajo una capa de hielo, y la sonda Cassini detectó en uno de sus geysers materia orgánica. Su luna hermana, Titán, tiene mares de metano y agua subterránea, lo que podría dar lugar a interesantes formas de vida. Finalmente Europa, satélite de Júpiter, combina un océano bajo el suelo con pruebas de vulcanismos: sus cálidas y oscuras aguas serían un caldo idóneo para la vida.