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Seguridad y Defensa ¿Está usted seguro?

General de División (R)

año 2010 - 3457 visitas

Dicen que de niños, poetas y locos todos tenemos un poco. Dicen también que los niños y los borrachos cuentan siempre la verdad. Será porque todos tenemos un poco de niños y porque éstos son los que dicen la verdad, que Abraham Maslow (1) basó sus estudios sobre la motivación en la observación de la evolución en el comportamiento de los niños.

Las tesis sobre la motivación se han aplicado para explicar el comportamiento individual, pero la gran pregunta surge al tratar de hacer lo mismo con el comportamiento de un grupo social, una nación, por ejemplo. Hay cientos -por no decir miles- de estudios sobre comportamiento social. A fin de cuentas, la supervivencia de un político en una democracia depende, entre otras cosas, de su capacidad para identificar las necesidades de la base social que le vota; pero esto sólo sirve para conocer el comportamiento interno del grupo, que no es poco. Ahora bien, ¿cómo se relaciona ese grupo, especialmente si está organizado de una manera compleja tal y como sucede en las democracias avanzadas, con el resto de los grupos sociales? Por supuesto que hay literatura más que abundante sobre el tema, pero ¿puede hablarse de una teoría de la motivación social? No tengo respuesta, pero me imagino que los sociólogos tendrán algo que decir al respecto.

Los mecanismos de toma de decisión de los estados difieren mucho dependiendo de una gran variedad de factores. No es lo mismo la decisión de una monarquía de corte feudal que en una democracia avanzada. En las primeras, el círculo de influencias alrededor del monarca determina en gran medida el ámbito de la decisión; en las segundas, es la opinión pública la que modula principalmente la acción del gobierno. Además, en las democracias la decisión suele ser mucho más colegiada que personal, al revés de lo que sucede en otras formas de Estado. Eso no obsta para que al fin y a la postre la decisión, en uno y otro caso, recaiga sobre una persona; el Rey, el Presidente del Gobierno, el Primer Ministro.

La cantidad de información que los medios actuales ponen a disposición de cualquier ciudadano en la sociedad post-industrial es abrumadora. ¿Qué decir de la que ponen al alcance de sus dirigentes? Es necesario, por tanto, un proceso de filtrado. Este filtrado se realiza mediante múltiples mecanismos; entre ellos destacan dos: uno externo y otro interno. El externo consiste en ciertas personas, representantes de las distintas organizaciones que tienen acceso al dirigente, quienes enfocan su atención hacia determinados temas. El interno es un filtro íntimo, ligado a la propia experiencia del dirigente, a sus expectativas, a sus valores, a un conjunto de factores que sólo en fechas muy recientes ha comenzado a estudiarse de manera formal y que configuran lo que empieza a denominarse «cultura estratégica».

El estudio de Allison sobre las reacciones de Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba (2) puso, por decirlo así, la piedra fundacional del edificio. Aunque ya había una gran cantidad de ladrillos (no sólo en el sentido que nos ocupa) en todas las biografías de dirigentes escritas hasta entonces, no es sino hasta ese momento que se trata de racionalizar las causas y los mecanismos internos que conducen a la decisión.

Mucho se ha avanzado desde entonces. En una primera etapa apareció la teoría del «actor racional», según la cual, las decisiones se toman empleando las herramientas generadas por la teoría de juegos, tratando de hacer máximo el beneficio o mínimo el riesgo. Esta idea, aun siendo válida, es demasiado simplista y reduce la realidad a uno términos que, aunque cómodos para trabajar, sólo sirven en el mejor de los casos para justificar, normalmente a toro pasado, la actitud de algunos líderes, pero no para predecirla.

La teoría del actor racional adolece de dos grandes fallos. El primero es que no siempre se tiene el tiempo necesario para considerar todas las opciones. El segundo, que las nociones de beneficio o riesgo son relativas y dependen de la «cultura estratégica» en cuestión. Cuando el líder decide, especialmente en situaciones de crisis, debe descartar una gran cantidad de información y centrar su atención en lo que el instinto le dicta. Este modelo se conoce por «paradigma cibernético» y fue enunciado por Steinbruner (3). Pero tanto el filtro de información como el instinto se encuentran influidos por sus vivencias pasadas -su cultura estratégica- y por sus expectativas -su motivación.

Según Maslow, al que me refería al comenzar este ensayo, los seres humanos actuamos, o dejamos de hacerlo, porque sentimos necesidades. Estas necesidades pueden ser de muchos tipos pero este autor les agrupa, según su carácter, en fisiológicas, de seguridad, de amor y pertenencia , de estima y de autorrealización (ver Cuadro). Dice, además, que las necesidades se escalonan formando una especie de pirámide, precisamente en el orden descrito, y que siempre hay una necesidad prepotente, una que domina sobre todas las demás. Una de las conclusiones de su teoría podría enunciarse del siguiente modo: un ser humano no tratará de atender sus necesidades de amor y pertenencia mientras no perciba (atención, porque el uso de la palabra percibir es intencionado; no es lo mismo lo que se percibe que la realidad objetiva) que sus necesidades fisiológicas y de seguridad están adecuadamente cubiertas. Los jesuitas que acompañaron a los descubridores de América lo entendieron perfectamente: ¿ cómo inculcar a los nativos la necesidad de pertenecer a un grupo social -el de los cristianos-, si el hambre y la enfermedad los diezmaban.

De este modo, y según Maslow, la andadura de todo ser humano tiende hacia la autorrealización, a alcanzar a ser todo lo que uno puede llegar a ser, y sólo las circunstancias pueden evitarlo, generando necesidades de carácter inferior que deben ser cubiertas de antemano, antes de poder seguir escalando la pirámide.

Pero ¿qué ocurre con las sociedades? Mas concretamente ¿qué ocurre en las relaciones entre sociedades? Pues, como antes sugería, los motivos por los que una sociedad actúa o deja de hacerlo son muy variados y de algún modo dependen de su grado de madurez: no es lo mismo el proceso d e decisión en una monarquía feudal, donde con analizar la motivación del Rey sería inicialmente suficiente; que el de una democracia ideal, donde los equilibrios de poder harían que fueran los motivos de la opinión pública el factor determinante de la decisión.

Sin embargo, la Historia y la realidad actual nos proporcionan suficientes ejemplos que nos permiten, si no concluir de una manera absoluta, sí intuir que la motivación del comportamiento social no difiere mucho de la que genera el comportamiento individual.

Israel, pongamos por caso. El control de los Altos del Golán es imprescindible para los judíos. Por una parte, las fuentes del Jordán, la arteria principal del país, se encuentran allí, por lo que existe una necesidad fisiológica que cubrir. Además, siendo los sirios uno de sus enemigos declarados y siendo las dimensiones del Estado de Israel las que son, existe otro motivo, uno de seguridad, que exige disponer de una «zona avanzada» que permita incrementar el tiempo de alerta disponible y de una zona en la que combatir, si llegara el caso, sin que los efectos de la guerra destruyeran las cosechas y los recursos disponibles.

Sigamos con España. Después de una larga etapa de aislamiento, España se ha convertido en uno de los más firmes adalides del europeismo, hasta el extremo de que algunos de los países balcánicos y del este de Europa se miran en nosotros y en el proceso por el que, en menos de veinticinco años, hemos pasado de la periferia y el aislamiento, a ocupar un puesto en todos los foros europeos y a romper un ensimismamiento secular. Por supuesto, que hay motivos económicos, pero eso no quita para que el hombre de la calle sienta que Europa es como un club al que conviene pertenecer, y busca su reconocimiento y su apoyo. Esto es lo que Maslow denomina necesidad de amor y pertenencia.

Tal vez, el mejor caso para explicar la necesidad de estima sea la fuerza nuclear de británicos y franceses. Del mismo modo que los hombres de nuestra especie buscamos un coche más potente, o las mujeres un traje más elegante con el que probablemente sentirse más seguras y en algún caso «llamar la atención», ingleses y franceses mantienen una fuerza nuclear que tiene poca justificación militar, por no decir ninguna. Si la tiene, sin embargo, en la arena política. Un coche más potente suele suponer un status económico superior y favorece, al menos, la autoestima de algunos individuos; aún sigue abierto el debate sobre si es la capacidad nuclear de estos países la que les ha permitido mantener bloqueada la reestructuración del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas junto a colosos como los Estados Unidos, Rusia y China, o formar parte del selecto club de los países declarados potencia nuclear en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.

Y, por fin, llegamos a la necesidad de autorrealización. Pero me temo que no va a ser muy difícil explicar este concepto: Mozambique, aún fresco en nuestra memoria, habla por sí solo; al igual que los casos de Turquía, o, en alguna medida, los de Bosnia y Kosovo; las toneladas de ayuda humanitaria enviadas a Etiopía o los soldados españoles en el desastre que generó el huracán Mitch. Todos ellos son ejemplos en los que la sociedad española, la opinión pública, sintió el síndrome de «hay que hacer algo» y se lo hizo saber al Gobierno. Lo mismo pasó en otras democracias de nuestro entorno. Sociedades maduras, con un elevado grado de bienestar, donde unas imágenes en la televisión generan una necesidad de actuar por asuntos que más tienen que ver con la conciencia y con argumentos de orden moral, que con otros intereses. Sólo la madurez de una sociedad le permite solicitar de sus dirigentes la realización de acciones humanitarias. Y en este punto nos cabe la pregunta que encabeza este ensayo. Seguridad y Defensa: ¿Está usted seguro?

En realidad, como el lector habrá comprendido, es un juego de palabras. Las palabras, por más que creamos lo contrario no son inocentes y todas ellas, especialmente los adjetivos, tienen una profunda carga ideológica. Rápidamente evocan en nuestra psique valoraciones de bueno o malo, de positivo o negativo y, a fuerza de repetirlas, terminamos por asimilar los conceptos que encierran, sea ése su significado original o no.

Inicialmente fue la Guerra, había incluso un Ministerio con ese nombre. En un momento determinado, como consecuencia de la resaca de la Segunda Guerra Mundial, en los países más afectados por la misma -y de Vietnam en los menos -la palabra «guerra» dejó de ser un término políticamente correcto y empezó a hablarse de Defensa. He ahí el nombre que adoptan todos los ministerios del ramo en los países occidentales.

La caída del Muro supuso una revolución sin precedentes y la carencia del enemigo dejó sin mucho sentido el empleo de la palabra Defensa, así que la desaparición del término «amenaza» y la entrada en escena del concepto «riesgo» implicaron la necesidad de contrarrestar estos últimos mediante la seguridad. Uno se defiende de las amenazas; sin embargo, se asegura frente a los riesgos. Pero como, a fin de cuentas, la defensa es básica, ambos términos se emplean indisolublemente unidos: Seguridad y Defensa.

No obstante, algo falla en el mensaje. La sociedad actual, al menos la española, no ve mucho más riesgos que los afectan a su economía, y no está por la labor de defenderse de esos riesgos que los que afectan a su economía, y no está por la labor de defenderse de esos riesgos empleando recursos militares, entre otras razones, porque eso supondría varias cosas. En primer lugar, un retroceso en la pirámide desde el escalón de la «autorrealización» al de la «pertenencia», al menos, si no al de la seguridad. En segundo lugar, porque es bien sabido que el recurso al empleo de la fuerza es siempre la más cara de las soluciones. Posiblemente, sólo un ataque a las necesidades «fisiológicas» del Estado obligaría a la opinión pública a desatar sus mecanismos de seguridad exterior.

¿Cuál es, por tanto, el mensaje que es necesario hacer llegar a los españoles y, en general, a la opinión pública de casi todos los países de Europa Occidental para disminuir la distancia existente con las Fuerzas Armadas?

Hay varias posibilidades, pero desde luego no pasan por seguir hablando de Defensa, al menos en el sentido tradicional. Lo que las Fuerzas Armadas del futuro harán, salvo que España se vea realmente amenazada, será defender valores. Camaradería con nuestros socios, legítimo orgullo de estar en el lugar que histórica y geográficamente nos corresponde; pero, sobre todo, solidaridad, libertad y justicia.

El título I de la Constitución recoge lo que para los españoles parece ser importante. Las Fuerzas Armadas, como parte de la acción exterior del Estado, en tanto no exista una amenaza, para la cual deben seguir entrenadas y prevenidas -no sea que olvidemos lo fundamental-, deben ser capaces de hacer entender a la sociedad española que son una herramienta en sus manos, para exportar los valores que nos caracterizan y que han hecho que la evolución de los últimos años se estudie en muchas partes del mundo.

Pero, a su vez, la defensa activa de estos valores es la mejor garantía para la seguridad en el sentido tradicional y la engloba: la obstinada historia nos enseña que las democracias tienen una acendrada tendencia a no resolver los conflictos entre ellas con medio militares; tal vez porque sean conscientes del coste que supone el empleo militar, tal vez porque estén entrenadas en la resolución de discrepancias mediante la transacción y la negociación, de modo que el beneficio que se deriva de esta actitud, va más allá de lo que inicialmente pudiera parecer.

En el caso español, quizá esté llegando la hora de enfrentarnos sin complejos a este mundo global que se nos viene encima. Pasar de una postura defensiva a otra en la que debemos empezar a tomar la iniciativa. Tenemos el potencial para hacerlo, pero exigirá la revisión en profundidad de esquemas y estructuras adaptadas a otros tiempos y circunstancias.

Un viejo adagio reza que el Ejército que prepara la última guerra, está condenado a perder la siguiente. Es hora de anticiparnos y el lenguaje es lo más fácil de cambiar. ¿Está usted seguro de que lo que necesitamos es «Seguridad y Defensa»?

NOTAS
1. Maslow, Abraham H: Motivation and Personality, 2nd ed. Harper & Row, New York, 1970.
2. Allison, Graham T: Essence of Decision; Explaining the Cuban Missile Crisis, Harper Collins, 1971.
3. Steinbruner, John D: The Cybernetic Theory of Decisión: New Dimensions of Political Analysis, Princeton University Press, Princeton, 1974, pp. 48-67.  
Fuentebelt.es
Fecha de publicaciónmayo 13, 2020

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